Hace tiempo que José Luis Moreno no se pasea por los platós de televisión moviendo los hilos de Monchito, Macario o Rockefeller; aquel cuervo de esmoquin que todo lo remataba con un “Toma Moreno”. Pero el recuerdo de su gran popularidad como ventrilocuo hizo que “titella” (marioneta en catalán) fuera el nombre elegido para esa operación policial que llevó hace unos días al productor de su casa a la cárcel como pieza fundamental de una presunta red dedicada a estafar a bancos y blanquear dinero. Moreno tiene hasta el jueves para pagar los tres millones que le salvarán de ingresar en prisión.
Desde que Moreno se reconvirtiera en empresario todo han sido problemas. De uno u otro tipo. Algo sabe Gijón de esa pasión suya por prometer cosas que no siempre se llegan a cumplir. Sólo medio año, el último semestre de 2010, estuvo el productor madrileño vinculado a la programación escénica de una Universidad Laboral transformada en Ciudad de la Cultura a través de su empresa Kulteperalia. Tiempo suficiente para sumar pifias y críticas. Aunque la primera de esas críticas no fuera tanto para él sino para los responsables de la Laboral –una Recrea liderada entonces por Alejandro Calvo, ahora consejero de Medio Rural y Cohesión Territorial en el Gobierno del Principado– que decidieron dar un giro al proyecto escénico obviando la línea fijada por Mateo Feijoo para pasar de una oferta que mucho tildaban de minoritaria y elitista a otra de tintes más populares. Ya sin programador en nómina, el plan era contactar con empresas que arriesgaran su dinero. Moreno asumió el reto. Y con ello parte del entramado social y cultural asturiano se rasgó las vestiduras.
A Gijón llegaba Moreno en agosto con una propuesta inicial de ocho espectáculos y el compromiso de invertir entre cuatro y cinco millones en la Laboral en los primeros meses para sentar las bases de un proyecto que aseguraba largo en el tiempo. En forma de titulares dejó dos promesas. Una: “Convertiré la Laboral en un Zara de la cultura”. Dos: “Voy a llevar a Asturias al mundo”. Sus logros no fueron para tanto. En enero de 2011 cuando se abrió el proceso para que las empresas presentaran sus ideas para la Laboral, Moreno no dio señales de vida. Aunque su lista de deudas pendientes con proveedores, los problemas laborales de su empresa y una imputación por soborno al presidente de las Islas Baleares incluida en el “caso Palma Arena” no hubieran sido su mejor carta de presentación por ese entonces.
Ese “Zara de la cultura” tenía como estrella inicial a Isabel Pantoja –que años más tarde también viviría la experiencia de pasar por la cárcel– en una programación inicial de ocho espectáculo donde también sumaban los infantiles Lunnis y varias propuestas de zarzuela y ópera. Alguna con remate de cena de autor como guinda de la noche. A esa lista se iban sumando anuncios de la llegada de ballets, de circos de hielo y de espectáculos singulares como el concierto madre-hija de Montserrat Caballé y Montserrat Marín o una “Gala de Asturias”. No todo fue bien.
Cuando no era un espectáculo que se anulaba era un reparto de invitaciones que generaba un sobreaforo que dejaba fuera a quienes habían pagado su entrada. Cuando no era un proveedor que denunciaba que no haber cobrado era la imagen de las sillas vacías en un espectáculo o la falta de concordancia entre la expectativa del espectáculo anunciado y la realidad que se podía ver sobre las tablas más allá de venir de Rusia y practicar el ballet. Y al tiempo que se organizaban grupos contrarios a su gestión a través de las redes sociales y desde el Ayuntamiento de Gijón se pedía coordinación para que la Laboral y el Jovellanos no se hicieran competencia, el entonces alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, se metía de lleno en la bronca denunciando una “agresión intolerable a los ovetenses” al programar en la Laboral espectáculos líricos que eran el eje de la oferta cultural de Oviedo. “En este mundo siempre se está en la cuerda floja”, confesó Moreno al llegar a Gijón dispuesto a salvar su cultura. Esa cuerda se rompió en seis meses.