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El botellón, por barrios: Somió se relaja y Cimadevilla estalla contra el ruido

“Es exagerado, prácticamente se meten en las casas”, critica el Barrio Alto | “Hay una alta movilidad porque quedan por redes”, dice la Policía

El macrobotellón se apodera de Gijón

El macrobotellón se apodera de Gijón

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El macrobotellón se apodera de Gijón Sandra F. Lombardía

Aunque los botellones de verano en la ciudad llevan todo este último mes tomando como sede la parroquia de Somió (en especial los miércoles, en los que se llegaron a superar, según los vecinos, las 500 personas reunidas a la vez), en la madrugada de ayer buena parte del gentío decidió instalarse en Cimadevilla, donde los vecinos piden incrementar la presencia policial. Junto a estos dos escenarios, no obstante, las quedadas para beber en grupo son habituales, por rachas, en varios barrios. Según han explicado varios agentes que patrullan la ciudad a este diario, los puntos calientes del botellón se sitúan ahora, además, en el parque de Los Pericones, en la zona trasera de las piscinas municipales de La Calzada, la explanada de El Molinón, el espigón de Poniente y la playa de El Arbeyal. Los policías explican que prever cuál de estos espacios será conflictivo cada noche es hoy en día más complicado, porque las reuniones suelen convocarse en grupos de internet. “Detectamos una tendencia a quedar por redes sociales, lo que hace que sea un problema que pueda llegar a tener una alta movilidad”, aclara Hugo Fernández, de Jupol.

En la madrugada de ayer, mientras los vecinos de Somió respiraban algo más tranquilos, los de Cimadevilla empezaban a perder la paciencia. “El botellón está fatal este verano, es exagerado. De siempre era por el Cerro, que allí la cosa parece ya incontrolable, pero es que ahora está metidos en las casas prácticamente, en los portales, con la música a todo volumen”, se lamenta Sergio Álvarez, líder vecinal del barrio Alto, que explica que, en la noche del viernes al sábado, además de en el entorno del “Elogio del horizonte”, grupos de jóvenes quedaron también para beber, sobre todo, en el entronque de las calles Vicaría y Rosario.

Gráfico

Por cómo está configurado el barrio, con vías estrechas y zonas empedradas con mayor sonoridad, cualquier reunión fuera de hora puede dejar en vela a los residentes. “Aquí hay muchas viviendas en bajos, y es que la gente ya apoya las bebidas en la ventana. Yo vivo cerca de la Comandancia Naval y solo dejé de escuchar música cuando llegaron los de Emulsa. Los vecinos están hartos, y con razón”, razona Álvarez, que añade: “Esta zona tiene problemas desde siempre, pero estamos volviendo a la época de antes de pandemia y ahora, como los bares cierran antes, los ruidos empiezan ya a la una de la mañana y en pleno portal”.

Fernández, de Jupol, aclara que el botellón, con carácter tan multitudinario, “no es un problema enconado” en la ciudad, “sino más bien una extensión de un problema” que, derivado de la pandemia, “se ha empezado a vivir en ciudades como Barcelona y que poco a poco se ha ido extendiendo”. En Gijón tuvimos algún conato en los meses de mayo y junio por La Guía, pero fue rápidamente resuelto”, añade. El agente recuerda también que a los jóvenes “se les empieza hacer difícil” las restricciones pandémicas, así que su agrupación defiende “una fuerte acción preventiva y temprana” para evitar la masificación antes de que se produzca. ¿El motivo? Que recurrir a medidas más radicales como la Unidad de Intervención Policial (UIP) para disolver grandes grupos “pueden dar situaciones de mucha tensión en las que puede haber lesionados” por ambas partes. “No son nunca deseados”, reconoce. El problema está siendo que, como estas quedadas suelen organizarse hoy en las redes sociales, los botellones son ya itinerantes, así que el gentío puede cambiar sobre la marcha su lugar de reunión, tal y como parece haber pasado este viernes en Somió. “Estuvo bastante tranquilo esta vez. La Policía pasó varias veces y no tuvo ni que parar”, señaló Ángel Paraja, un hostelero de la zona.

Pablo Rojo, del Sindicato Unificado de Policía (SUP), añade que alrededor de un tercio de la plantilla de agentes están de vacaciones, pero que con los efectivos actuales de la UIP y de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) la situación actual “se puede controlar”. “La manera más lógica sería con prevención, disolviendo los grupos antes de que sean numerosos y controles aleatorios que requisen alcohol a menores y drogas”, ejemplifica. También Joaquín Rodríguez, de la Confederación Española de Policía (CEP), entiende que disolver a la fuerza estos grupos debe ser también el último recurso. “Con el paso de las horas la ingesta de alcohol provoca efectos en los adolescentes, que se desinhiben y se vuelven más agresivos al no actuar con la cabeza y verse arropados en una multitud en la que se protegen aquellos más violentos”, explica.

La Calzada y La Arena: “Hay grupos tranquilos”

Salvo incidentes que de momento se consideran “aislados”, los vecinos de otras áreas bajo vigilancia por el botellón como El Llano, La Calzada o La Arena no refieren haber notado “grandes problemas” en las últimas semanas porque, entienden, “el lío” se ha concentrado en esta ocasión, sobre todo, en La Guía y Somió. Salvador Menéndez, presidente vecinal de La Calzada, tiene conocimiento de “algunas reuniones” en el barrio, pero “poco más”. “A la asociación, al menos, no ha llegado ninguna queja vecinal”, asegura. Entiende, no obstante, que lo que suele aflorar en el barrio son grupos “más bien modestos de 10 o 12 personas” que prefieren lugares apartados y suelen respetar el mobiliario público. “Creo que habría que diferenciar que un grupín pequeño de amigos quede en un lugar donde no molestan a cuando se reúnen cientos de chavales, porque no es lo mismo. Todos fuimos jóvenes y también hay grupos tranquilos”, reconoce. De forma similar opina Tita Caravera, su homóloga en La Arena, que no tienes constancia de haya grandes grupos en su área salvo, quizás, el entorno de El Molinón y el parque Isabel la Católica, que sí están bajo el foco policial. “Preocupa más por la seguridad de ellos, que están en grupo y sin mascarilla, pero es un acto de rebeldía porque cerraron los chiringuitos”, razona. Ángel Ramos, de El Llano, explica que “lo más gordo” de lo que él tiene constancia este verano fue la paliza a los dos jóvenes en Los Pericones a inicios de mes.

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