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El cardenal Aquilino Bocos Merino, ayer, en el Corazón de María.MARCOS LEON

“Hay lugares a los que todavía no ha llegado la Coca-Cola y sí una comunidad religiosa”

“Frente a ciertos ámbitos culturales a lo mejor no hemos sido lo suficientemente atrevidos como para ejercer el profetismo de la Iglesia”

Aquilino Bocos Merino (Canilas de Esgueva, Valladolid, 17 de mayo de 1938) pertenece al elenco de cardenales españoles de la Iglesia en El Vaticano. Alto cargo claretiano a finales del siglo XX y principios del XXI, Bocos visitó a ayer el colegio Corazón de María con motivo del centenario de la llegada de los primeros misioneros claretianos a Gijón. “En aniversario de esta envergadura no debe pasar desapercibido”, apuntó durante su ponencia en el centro, en la que también destacó que “es un momento muy bueno para agradecer, pedir perdón y mirar al futuro pensando en que todo puede mejorar”.

–El Papa Francisco le nombró cardenal en mayo de 2018. ¿Ha cambiado su vida desde entonces?

–Propiamente dicho en nada, pero hay una cuestión en la que sí: el sentirse ligado a la Iglesia y sobre todo al Papa, estando más vinculado a las preocupaciones que van surgiendo. Pero en las costumbres no mucho. Sigo viviendo en la habitación que estaba, como un religioso cualquiera. Desde entonces también he seguido prestando servicios a distintas congregaciones y dentro de esta cuando se me ha pedido.

–¿Qué supone cumplir un siglo en Gijón para la congregación?

–Supone toda una historia de presencia, servicio y entrega. No es que los misioneros hayan estado al servicio del pueblo, es que también ha sido al revés. Me acuerdo de niño de oír hablar del colegio Corazón de María de Gijón como un punto de referencia glorioso.

–¿Cuáles son los retos para llegar a las nuevas generaciones?

–La vida misma es una adaptación continua. Lo primero es abrir los ojos a la realidad de las nuevas corrientes de pensamiento. Todo ello influye en la Educación. También hay que tener claro que los misioneros que vinieron no son los mismos. Han pasado cien años y en el medio está el Concilio Vaticano II, que marcó un nuevo rumbo y una nueva forma de ver el mundo. Fue un punto de inflexión.

–Una de las apuestas del centro pasa por la participación activa del alumnado.

–Es una de las cuestiones fundamentales dentro de la Educación, no solo de los profesores. Que se haga al alumno partícipe y responsable del ejercicio de su libertad es imprescindible.

–¿Cómo es el binomio entre la congregación y el colegio?

–Fundamos y tenemos la titularidad del centro, pero los claretianos no podemos atender a los miles de alumnos. Lo que intentamos es seleccionar bien al profesorado, cuidarlo y tener en cuenta sus aspiraciones. Pero también prepararles para que puedan estar a tono en el ejercicio de su responsabilidad pedagógica. Es una relación de mutua entrega en la que intentamos inculcar unos valores.

–¿Cuáles?

–Educamos para que el hombre sea libre y feliz; y para que sea un hombre a favor de los hombres. ¿Si no qué sentido tiene la Educación? Se trata de educar hombres para los demás, con valores y voluntad de ayuda.

–¿Qué papel juega la congregación dentro de la Iglesia?

–Está presente en unos 65 países. Ante todo somos misioneros y estamos en la Educación con ese sentido. No estamos en un instituto para tener una empresa que fabrique alumnos. Educamos hombres que vivan libres y ayuden a los demás. En todo el mundo, te encuentras que hay lugares donde todavía no ha llegado la Coca-Cola y sí una comunidad religiosa. Es muy curioso.

–¿Cuál es la situación actual que atraviesa la Iglesia?

–Estamos caminando de forma activa en el proceso de renovación conciliar. La Iglesia ha encontrado muchas crisis culturales, como cualquier entidad. Sobre todo, los problemas están en el proceso de secularización de la fe. Frente a ciertos ámbitos culturales a lo mejor no hemos sido suficientemente atrevidos para ejercer el profetismo.

–¿A qué se refiere?

–Sobre todo al pensamiento. La mayor crisis que tenemos es de fundamento, de sentido de la vida. Otro aspecto puede ser la falta de fe.

–¿Hay falta de fe?

–No lo creo. Hay millones de confesantes. Pero qué duda cabe de que hoy en día todo lo que suene a Iglesia parece que tiene que ser una cuestión a discutir.

–¿Cree que la Iglesia está pasando por uno de sus momentos más delicados?

–No diría tanto. Cada momento que vivimos siempre es el peor, siempre nos pasa lo mismo. El tiempo en el que se vive siempre es el que duele y estamos expuestos a que se juzgue más negativamente.

–¿Qué papel pueden jugar para el alto al fuego en la guerra de Ucrania?

–El Papa ha hecho todo lo habido y por haber. La cantidad de parroquias y comunidades religiosas que están orando por la paz es el mejor sentido de solidaridad. Creo que habrá paz, pero después de una gran hecatombe social, económica, y política que ya está repercutiendo en el mundo.

–Sobre los abusos de la Iglesia. El Papa los ha condenado y ha pedido que “se haga justicia”.

–El tema de los abusos a menores es un asunto grave. ¿Es solo de la Iglesia? Es doloroso que se haya producido y lo siento mucho por todos aquellos que lo han sufrido. Todo lo que se haga por mejorar la situación de estas personas es poco.

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