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Jaime García PooResponsable de la empresa corchera Casa Víctor, premiado con el «Tonel de Oro» de la Fiesta de la Sidra Natural
La figura de la semana Jaime García Poo Responsable de la empresa corchera Casa Víctor, premiado con el «Tonel de Oro» de la Fiesta de la Sidra Natural

El negocio de brindar con el altruismo

El llanisco apadrinó a decenas de llagareros para impulsar la sidra local

Jaime García Poo Pablo García

Aunque él jamás presumiría de ello, se cuentan por decenas los llagareros asturianos que se sienten en deuda con el llanisco Jaime García Poo. El popular empresario del negocio de tapones de corcho de Casa Víctor, flamante premiado con el «Tonel de Oro» de la Fiesta de la Sidra Natural de Gijón, lleva la generosidad en la sangre. Es hijo de emigrantes llaniscos que se habían ido a México en busca de una vida mejor y nació en 1933, a las puertas de una Guerra Civil que volvería a cambiarlo todo. Sus padres, tras el conflicto, se fueron a Oviedo para empezar de cero y abrieron la Casa Víctor original, por entonces una tienda de ultramarinos, en la calle de San Bernabé.

Eran años duros, y Víctor García, el padre de familia, lo sabía y no quiso quedarse quieto. Atendió a todo el que se acercó a la tienda a pedirle ayuda, trató de que su barrio no pasase hambre si él podía evitarlo y dejaba a sus vecinos marchar con bolsas de comida fiándoles una deuda que, en el fondo, sabía que seguramente no cobraría jamás. Jaime García y sus hermanos lo vieron, así que cuando décadas después era el empresario el que tendía la mano a sidreros de toda la región, el que prestaba también cantidades de dinero por entonces casi desproporcionadas a llagareros en apuros, todos vieron en él, como ven todavía ahora, la misma mirada limpia del viejo Víctor.

Jaime García Poo Pablo García

La empresa de los tapones echó a andar en 1954. García Poo cogió el negocio de un vecino, Avelino Felipe, que se jubilaba y buscaba un sucesor. El llanisco encontró así la manera de darle una segunda vida al sello de Casa Víctor en un gremio que, en aquel momento, apenas tenía empuje en la región. Los primeros años no fueron fáciles y la competencia era dura. Asturias en aquella época miraba con miedo a los grandes empresarios de Cataluña que parecían monopolizar el sector. El llanisco les tomó como ejemplo y después miró hacia el otro lado, a Portugal, aún hoy referente en la fabricación de corcho, para tejerse una red de contactos paralela y buscarse un hueco en llagares locales. Hoy gran parte de la sidra que se escancia en la región se descorcha con tapones sellados y procesados por el asturiano desde su gran nave en Granda, Siero. Casa Víctor exporta también sus tapones a bodegas de vino de buena parte del país. Sabe que si cualquier cliente nacional pide referencias a llagareros asturianos su reputación quedará bien parada.

La historia de García Poo viene también con un anecdotario imposible de resumir. Aunque el llanisco es más bien reservado y nunca tuvo mucho interés en llamar la atención, su carácter bondadoso le hace todavía hoy sacar la carcajada de sus amigos, incluso cuando él no lo pretende. Porque al empresario no le gusta mentir, pero le gusta aún menos hacerle daño a la gente, así que él, si le piden degustar un palo nuevo de sidra, va a darle un sobresaliente sin titubeos. Todas sus valoraciones son así:

–¿Cómo está la sidra, Jaime?

–Buenísima.

Porque con García Poo todo está bien. Sabe que ya hay bastante gente por ahí dispuesta a poner pegas y sabe que la sidra, como todo, va por gustos, así que no ve la necesidad de desanimar a un compañero. En su vena más empresarial, esta positividad rotunda también la aplica a su negocio, y los llagareros ya no se inmutan cuando el llanisco se pone en modo vendedor y les explica, como si no fuesen ya clientes y conociesen de sobra la mercancía, que lleva en el maletero «unos taponinos de cine» que tienen que probar.

Son ya muchos en el negocio, pero a García Poo los años le están sentando bien. Sus cuatro nietos y un bisnieto lo rejuvencen y aún hoy no le dirá que no a un buen cigarro habano. Tiene 89 años y desde que se jubiló quien lleva la empresa es su hijo, que se llama como él y que asume el legado con la tranquilidad de poder recurrir siempre al padre para pedirle consejos. Cuando lo busca lo suele encontrar de paseo: la buena salud de García Poo se justifica con las largas caminatas que se pega a diario por la mañana y por la tarde. Al hijo le ha enseñado, también, a no priorizar el dinero a los amigos.

De ahí que buena parte del sector sidrero llevaba años indignado con lo que entendían que era una falta de reconocimiento hacia los dos Jaimes, veían pendiente algún gesto que sirviese para dar las gracias. Hoy, gran parte de estos llagareros acudirán puntuales a la plaza Mayor para darle a García Poo la ovación que se llevaban guardando tanto tiempo.

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