Entrevista | Javier Gómez Cuesta Párroco de San Pedro

"La Semana Santa está creciendo y recupera una devoción popular que Gijón había perdido"

"Uno de los problemas de la iglesia es que tiene un lenguaje que cree que es suyo, pero que ya no se habla; yo leo a sociólogos y me informo para saber cómo hablar en las homilías"

Javier Gómez Cuesta.

Javier Gómez Cuesta. / Marcos León

Javier Gómez Cuesta (Alevia, Panes, 1941) afronta esta Semana Santa con la efeméride especial de que cumple 25 años como párroco de San Pedro. Reivindica la cultura "popular" de las procesiones, la importancia de incluir a los niños en el mundo de las cofradías y urge adaptar el lenguaje de las homilías a los nuevos tiempos. Él, de hecho, estudia a sociólogos contemporáneos para actualizar sus sermones.

–¿Recuerda su inicio en Gijón?

–Cumpliré 25 años aquí el 20 de junio y recuerdo que llegué lleno de optimismo. Siempre pensé que el cura es para la parroquia, siempre tuve esa vocación. También me gustó ser profesor del seminario, porque la teología es para mí una ciencia a veces poco apreciada, pero muy iluminadora, y no solo para conocer más sobre religión, sino para la vida, para saber interpretarla y darle sentido. Pero mis dos estancias más satisfactorias fueron en esta parroquia y en Avilés, en Sabugo.

–¿Cómo era San Pedro en 1999?

–Gijón sufrió una gran transformación, la que hizo Vicente Álvarez Areces, y la parroquia tuvo una época de mucha resonancia gracias a Bonifacio, el famoso don Boni, que hizo cosas muy importantes, como convertir la casa rectoral en residencia de ancianos. Sigo pensando que fue una obra social mucho más importante de lo que se suele considerar.

–¿Cree que heredó también una parroquia ya activa?

–Sí, él tenía el don de la palabra. Sus homilías eran muy escuchadas, tenía cierta picardía para predicar, y eso le hizo tener una audiencia importante.

–Esa picardía también la tiene usted, ¿no?

–Bueno, quizás yo tengo otra forma, algo más impulsiva, de predicar. Y más larga. Decían de don Boni que en pocas palabras decía mucho, pero yo las necesito todas (ríe).

–Sus homilías suelen incluir comentarios de actualidad e incluso reflexiones sobre filosofía y sociología.

–Para mí la homilía es el principal modo de evangelización y, la verdad, las preparo bien, no me gusta improvisar. Quiero que quienes vengan no salgan con la impresión de que perdieron el tiempo, sino de que realmente se acercaron un poco más al Señor. Por eso hago alusiones a la vida social, política y familiar, porque pienso que Jesucristo no vino a hacer teatro, sino con una misión importante que tenemos que hacer valer.

–¿Cree que el estilo tradicional de las homilías ha alejado a los creyentes?

–Sí, es uno de los problemas que tiene la iglesia, que tiene un lenguaje que cree que es suyo, pero que ya no se habla. Tenemos que adaptarnos. Las oraciones están escritas en su tiempo, e incluso yo tengo que leer algunas dos o tres veces para entenderlas. Lo que es sencillo es el evangelio; lo entiende lo mismo uno del siglo I que uno del siglo XXI. Fue una forma muy popular de exponer la fe, de amar a Dios y al prójimo, y llevarlos a la práctica. El Papa actual, en ese sentido, ha aplicado un cambio fundamental.

–¿Hace algún balance de estos 25 años?

–He apostado por dos cosas, fundamentalmente. Por la catequesis de los niños, que es algo que creo que hay que sembrar, y por la transmisión de la fe en la familia. Quizás los padres son a veces algo indulgentes a la hora de plantear la fe en casa, creo que antes se trataba con más normalidad, y también que la cultura de hoy está atrapando a los jóvenes en una superficialidad muy grande. Los sociólogos importantes como Bauman ya lo han dicho, yo leo bastante sobre sociología.

–Bauman habla de la pérdida de lo colectivo, y eso implica también a la iglesia.

–Claro. Por eso me interesa él, y también Lipovetsky. Los dos me ayudan a saber interpretar el modo de ser del hombre de hoy y a ver cómo me tengo que dirigir a él. Me preocupa porque la iglesia es una empresa de la comunicación, de alguna manera, y comunicar el mensaje cristiano es nuestra gran responsabilidad. Trato de estar atento a las nuevas formas de expresión, a las nuevas sensibilidades de la gente.

–¿Cómo interpreta la importancia de la Semana Santa?

–Es un acontecimiento importante. En España, se ha celebrado siempre muy bien, nuestras procesiones son únicas, y nacieron porque el pueblo sencillo quiso representar en la calle las escenas de Jesucristo que más le impactaban.

–Destacaba antes la importancia de involucrar a los niños y de ese carácter popular del evangelio.

–Claro. Cuando yo vine a Gijón, la Semana Santa se estaba recuperando, porque desde 1973 y hasta mediados de los años 90 no hubo procesiones hasta que unos entusiastas las resucitaron, y confieso que al principio era un poco escéptico. Pensaba que iba a ser difícil salir de nuevo a la calle y que la gente respetase ese modo de expresión religiosa, y he quedado realmente sorprendido. A la calle hay que salir con seriedad y con belleza, y en Gijón se está haciendo. Aún no tenemos pasos como los de Sevilla o Valladolid, pero estamos creciendo y recuperando la devoción popular que se había perdido. Respecto a los niños, y como creo que hay que empezar con ellos, se me ocurrió iniciar una cofradía infantil, la del Remedio.

–Para crear cantera.

–Sí, porque pensaba que la imagen de Jesús de Praga podía ilusionar a los más pequeños y porque para mí el Domingo de Ramos es el día de los niños. El resto de celebraciones de la Semana Santa son a veces un poco largas, muy reflexivas para ellos. Y la idea es esa, lograr que los niños pasen después a las cofradías de adultos.

–¿La Semana Santa debe crecer o aún tiene que reforzarse?

–Vale más reforzar lo que tenemos por ahora. Debemos cuidar todavía las procesiones un poco más para que actúen como una verdadera evangelización. Su historia es muy larga, e incluso aquí en Gijón tuvimos a un gran imaginero, Luis Fernández de la Vega.

–Varias veces ha propuesto crear un paso nuevo.

–El de los cuatro moñinos. Fue muy famoso y quiero recuperarlo, pero económicamente es difícil. Representa a Jesús condenado por Pilatos y, si puedo, será una de las últimas cosas que haga por la parroquia. Eso, y una imagen de Cristo Resucitado.

–¿Acaso prevé retirarse?

–Por ahora no. Aunque cumplas los 75, el Obispo te puede pedir que continúes mientras mantengas la capacidad y tus facultades, y yo creo que, gracias a Dios, las tengo.

–Será una Semana Santa ya sin la polémica por la laicidad.

–Fue una interpretación de la laicidad muy especial, porque en Valladolid, en el Sermón de las Siete Palabras, va el alcalde, y yo vi al que es hoy ministro (Óscar Puente). Pienso que lo religioso no es un campo aparte, sino una dimensión más de lo humano. No somos extraterrestres. El hombre, desde que empezó en las cavernas, siempre tuvo la intuición de que hay algo más, y ese algo más lo revela Jesucristo haciéndose hombre. Y celebrar eso me parece una forma de dignificar lo humano.

–¿Por qué es importante que el gobierno acuda a las homilías?

–Porque son responsables de todo Gijón, no solo de unos cuantos.

–Usted mismo, en estos 25 años, se ha vuelto muy gijonés.

–Es que Gijón se mete por los poros (ríe). Ser gijonés es una forma de gustar la vida y tiene muchas virtudes que podrían llamarse evangélicas: el ser cariñoso y tender la mano a los demás pese a las diferencias. Por eso, siempre pensé que lo peor que se puede hacer en esta ciudad es dividir. Primero somos humanos, después gijoneses, y luego, ya sí, tenemos nuestra manera de pensar.

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