El campamento de personas sin hogar que no para de crecer en Gijón: "No molestamos a nadie"

Los sin hogar instalados en la finca asumen que serán desalojados

Manuel y Ana, en su tienda de campaña, ayer, en la playa de vías.

Manuel y Ana, en su tienda de campaña, ayer, en la playa de vías. / Luisma Murias

"La última vez que desbrozaron nos echaron y, cuando acabaron, volví. Si no, ¿dónde duermo?". Lo cuenta Ana (pseudónimo), una de las varias personas sin hogar que han vuelto a asentarse en los terrenos liberados del plan de vías. La finca, de nuevo llena de maleza, está dando cobijo actualmente a media docena de tiendas de campaña, situadas a hacia la mitad del solar, y a una precaria chabola ubicada ya muy cerca del viaducto de Carlos Marx. Ana dice estar buscando trabajo –asegura haber ejercido en la hostelería y en el sector de la limpieza– y comparte vida con Manuel (pseudónimo), que afirma estar formado como encofrador y contar con experiencia como camarero. "El problema es que las empresas no te contratan si saben que estás viviendo en la calle", se lamenta este último.

La playa de vías, cada vez con más personas acampadas

Una precaria chabola cerca del viaducto de Carlos Marx. / Luisma Murias

Según explica esta pareja, este nuevo asentamiento da cobijo a un grupo de personas más o menos estable, la inmensa mayoría, hombres. Todas las tiendas de campaña son casi iguales –un modelo gris estándar que se puede comprar en cualquier tienda deportiva– y en algunos casos están recubiertas por una lona de plástico. "Eso hace que la tienda respire mucho peor, pero nos protege algo más de la lluvia", alega Manuel.

La playa de vías, cada vez con más personas acampadas

Una tienda con una bufanda del Sporting. / Luisma Murias

A pocos metros de su tienda, dicen ambos, está la de una mujer de Rumanía con la que tienen buena relación, y al resto solo los ven de vez en cuando. No se conocen y, por sus rutinas, no pasan apenas tiempo juntos. Ana y Manuel, no obstante, aseguran que tratan de mantener su entorno recogido. "Todas las mañanas tiramos la basura y no dejamos nada tirado por ahí. Yo creo que aquí no estamos molestando a nadie", sostiene él.

A otras alturas de la finca, ya lejos de esta tienda, sí se ve algún enser olvidado. Hay prendas de ropa tiradas, varias sillas de plástico hechas pedazos y alguna botella de vidrio. Durante el día, apenas se ve movimiento, y todas las tiendas están colocadas de manera estratégica, ya sea apoyadas contra los muros de los antiguos andenes o encajonadas en partes del terreno un poco más hundidas y protegidas por la maleza. Pasan casi desapercibidas para cualquier paseante que deambule por Sanz Crespo y por José Manuel Palacio. Algunas tiendas, también, tienen algún pequeño taburete o una maleta grande que actúa como silla. En una de ellas se puede ver, incluso, una bufanda del Sporting extendida. Las piedras de la vieja playa de vías ayudan a asegurar que las instalaciones no echen a volar en días de viento. La chabola, según esta pareja, acoge a un grupo variable de personas que parecen conocerse entre sí. Está cubierta por mantas y plástico transparente.

Ana y Manuel, como el resto de personas cobijadas en este espacio, saben que su estancia en el entorno será temporal y que el proyecto de adecuación de Carlos Marx y la ampliación del parque del Solarón –ambos temas se debatirán en la reunión de Gijón al Norte el día 29– sobre este espacio les obligará a abandonar tarde o temprano la zona. También, que si se activa un nuevo protocolo de desbroce les volverán a desalojar. "Nosotros tampoco queremos estar aquí. Estamos intentando ahorrar para poder irnos a una habitación, pero los precios son imposibles", lamenta ella, que detalla que su objetivo es reunir los cerca de 400 euros que necesitan para pagar, calculan, una fianza y la comisión de una inmobiliaria. Ana es asturiana, aunque pasó gran parte de su juventud en Cantabria, y lleva en esta situación un año. Manuel es sevillano y lleva seis meses en Gijón. Ambos detallan que en este entorno hay gente que lleva en la calle mucho más tiempo que ellos, y que, en su caso, dormir en el Albergue Covadonga no les resulta compatible porque tienen dos perros y porque no tienen una relación de confianza con otras personas en su situación. "Siempre temes que te puedan robar lo poco que tienes", razona ella.

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