Entrevista | José Ramón Pardo Periodista musical y productor discográfico

"Nací en Gijón y veraneé desde la adolescencia hasta la boda"

"Al salir del Seminario había perdido los escarceos con el sexo opuesto y tuve un problema de relación con las chicas, pero lo fui superando"

El periodista José Ramón Pardo, en la plaza de la Escandalera de Oviedo.

El periodista José Ramón Pardo, en la plaza de la Escandalera de Oviedo. / Miki López

Javier Cuervo

Javier Cuervo

La memoria del sabio del pop

José Ramón Pardo (Gijón, 1941), periodista, director de la discográfica Ramalama Music, es un sabio del pop que ha estado detrás de programa míticos de televisión como «Aplauso», «Tocata», «A Tope» y «Música Sí» y ha escrito libros, enciclopedias de fascículos sobre la música moderna ayudado por su facilidad de palabra, habilidad de escritura, buena memoria y estricto cumplimiento de los plazos.

La música fue una pasión que brotó de la radio de casa, sembraron sus hermanos músicos en él cuando salió del Seminario y se hizo bajo y guitarrista de oído a tiempo parcial en grupos y orquestas dentro del fenómeno musical de los años conjuntas en los años 60, cuando tocó con su famoso primo carnal Juan Pardo.  

Fue corresponsal en España de la revista Billboard y ha trabajado en varias emisoras de radio -Peninsular, Radio Nacional o Antena 3. Es el fundador de tres proyectos radiofónicos: «Radio 80 Serie Oro», «Radiolé» y «M 80». Su productora familiar Ramalama Music está dedicada a la recuperación de la historia sonora de la España del último medio siglo.

Habla con profusión, inteligencia y memoria y viste vaqueros con dignidad rockera.

 Está casado con Manuela Yenes y tienen una hija, la periodista Laura Pardo. Tiene 100.000 discos.

–Nací en Gijón en 1941, quinto de diez hermanos. Dejé Gijón al año, pero mi madre, antes de que la UE inventara las becas Erasmus tenía algo parecido con sus hermanas. En verano decía José Ramón, tú con tía Gonga a Gijón; Fernando, tú con tía Carmenchu a Badajoz. Vine desde la adolescencia hasta que me casé.

–Alfredo, su padre.

–Muy buenos recuerdos. Era ingeniero naval, nacido en París, de origen gaditano. Tenía una relación de absoluto respeto, era serio y exigente en los estudios. Le parecía que estudiar Derecho o Filosofía era muy fácil y sacar un notable era una desgracia. Trabajaba fuera de casa de 8 de la mañana a 5 de la tarde y comíamos siempre en familia. Cuando se jubiló vivió en casa de varios hijos, entre ellos, en la mía.

–Su madre fue Valentina Bustillo.

–Gijonesa, había hecho magisterio y empezado a ser maestra, pero a los nueve meses y dos días de casarse tuvo su primer hijo y en los 15 años siguientes diez. No volvió a trabajar fuera de casa. Venía de una familia de 10 hermanos. Su padre, Gerardo Bustillo, militar asturiano, creo que director del puerto de Gijón fue un buen fotógrafo que dejó una colección de fotos estereoscópicas. Él y su mujer murieron, con seis meses de diferencia, de gripe española. Mi madre tenía siete años. Internaron a las niñas en un colegio junto a la iglesia de San Pedro. Su tutor vendió "La Cubana", la casa que tenían en Somió y, según iban terminando los estudios, la mayor -casada- las acogía hasta que hicieron su propia vida. Estaban muy unidas salvo en unos episodios de posguerra debidos a que en la guerra algunas estuvieron más de un lado que del otro y eso dejó huella.

–¿Qué tal era su madre?

–Encantadora, abrumada por su familia numerosa, muy acogedora. Por las tardes, además de los 10 hermanos había 6 o 7 amigos y estudiantes a los que dábamos clases particulares para ganar unas pesetas y ella encargaba ensaimadas a la pastelería de abajo y merendábamos todos. Nos dejaba volver a casa cuando quisiéramos siempre que le dijéramos a qué hora sería. Desde la cama nos oía llegar uno a uno y quedaba tranquila cuando se cerraba el cupo.

–¿Cómo fue crecer en esa familia?

–Cuando hay 10 hijos los padres presionan menos sobre cada hijo. En mis primeros 9 años siempre hubo bebés en casa. Al colegio me llevaban mis hermanos.

–¿Ambiente ideológico en casa?

–Mis padres nunca hablaron ni de la guerra ni de política. Tenían muertos de los dos lados. La tendencia era de centro, pero tengo una hermana que fue concejala del Partido Comunista en Majadahonda; un hermano, diseñador de "Mundo Obrero" y otra que participó en el grupo "Aguaviva", más a la izquierda.

–¿Había peso religioso?

–Sí y me pesó. Por influencia del padre Peyton y su cruzada del rosario en familia, lo rezábamos todos los días a velocidad de vértigo. Mi padre preguntaba de qué color era la casulla del cura para asegurarse de que habíamos ido a misa. A los 14 años entré en el seminario.

–¿Y eso?

–En el colegio de frailes decía misa la congregación de los Padres Blancos que trabajaba en el Congo Belga. De monaguillo quise ser padre blanco. Le dije a mi padre que quería entrar en el seminario y él contestó que cuando terminase cuarto y revalida.

–Y se lo pidió.

–Quizá por cabezonería, sí. El seminario de los Padres Blancos no estaba en España y aguanté dos años en el conciliar de Madrid. La carrera de cura, como la de música, se empieza con 10 años así que, con 14 años, me pusieron en el curso de vocaciones tardías. Eso me permitió hacer tres cursos en uno y, luego, dos en uno. Iba muy avanzado. Aprendí mucho latín y griego y muchísima religión, no muy útil en la vida. Allí di mi primer discurso, me tocó por sorteo hablar el día de la Virgen, con 15 años, delante del obispo.

–¿Por qué salió?

–No entendía que todos los días hubiera que meditar, pensar en nada, pero lo hacía y me chocó el incumplimiento de las normas estrictas que teníamos por parte de los directivos. Les oía charlar en el silencio mayor, que impedía hablar desde las 9 y media hasta las 7 de la mañana. Un día que recibí una reprimenda de dos hermanos mayores, les contesté que ellos hablaban, fui a ver a mi preceptor y le anuncié que me quería ir. Me preguntó si había hablado con el director espiritual que era el espía general. Fui a decirle que me iba y al día siguiente vinieron a buscarme.

–¿Qué tal fue salir?

–Había perdido dos años. Era abril y mi padre me dijo que tenía que acabar el curso. Me examiné de quinto en junio, libre, en el Ramiro de Maeztu y suspendí educación física. Era deportista, pero me pidieron un ejercicio de gimnasia sueca y no sabía lo que era. En septiembre saqué un 9 imitando lo que hacían los demás y subiendo dos veces la cuerda a pulso.

–Salió con 16 años.

–No significó una ruptura. No arraigo, vivo el presente y cambié 10 veces de trabajo sin problema. Dieciséis años es una edad mala para cualquier cosa. Me había perdido los escarceos con el sexo opuesto y tuve un problema de relación con las chicas: si no se decidían ellas, yo no me decidía. No estaba preparado, pero lo fui superando. Salí con varias chicas sin comprometerme, conocí a la que es mi mujer y nos salió bien.

–¿Cuando empieza la música?

–En la única radio de casa oíamos todo. En 1955 explotó el rock and roll en el mundo y mi hermano Fernando, el anterior a mí, montó un dúo de guitarras con un compañero. Cuando salí del seminario estuve en todos los ensayos, aprendí las canciones, las toqué a la guitarra. Les llamaron para un concurso de televisión y deciden unirme con un contrabajo. Alquilamos uno de los gordos, aprendí a tocar su repertorio, actuamos en el teatro Fomento de las Artes Españolas de Madrid y nunca nos llamaron.

–Siempre estudiando.

–El Ramiro de Maeztu me admitió porque había sacado extraordinarias notas en los exámenes. Tenía dos años más de los reglamentarios, había leído más, estudiado más y, sobre todo, porque la primera pregunta del examen de revisión fue "¿Todo lo que dice el Papa es dogma de fe?" "¿Qué es un dogma de fe?". Los respondí correctamente, salí con toda seguridad y esa actitud influyó. El director de estudios, don Antonio Magariño, famoso por el pabellón del Estudiantes, equipo que creó, me metió en un grupo donde estaban José Ramón Ramos, internacional de baloncesto del Real Madrid; dos "Pekenikes" -Alfonso Sainz, fundador y saxofonista y el bajista Ignacio Martín Sequeros-; Joe González, pianista y cantante de “Los pasos”. Salí voluntario en clase de literatura porque, me gustaba.

–¿Desde cuándo?

–A los 12 o 13 años pedí a los reyes "La Iliada", "la Odisea" y las tragedias y comedias griegas en una edición para jóvenes y me enamoré de la cultura griega y de la mitología. Ese curso saqué matrícula en religión por descontado, en filosofía, en literatura y en historia y sobresaliente en matemáticas y en química notable. Tenía que ir a Letras en preu.

–¿Y en la Universidad?

–Ahí noté la presión familiar. Tengo tres hermanos ingenieros navales y un hermano y una hermana de telecomunicaciones. Iba a estudiar filosofía porque me gustaba enseñar lo que sabía, pero en casa me decían que con mi memoria si hacía Derecho podría ser abogado del Estado o registrador de la propiedad. Piqué: me matriculé en Derecho en la Complutense y saqué muy bien el primer curso, pero no me gustaba. Al año siguiente hice Derecho y Filosofía. Cuando estaba en tercero de Derecho y segundo de Filosofía se me ocurrió que, para enseñar, el periodismo era lo mejor.

–Fui a la escuela de Periodismo a matricularme, me dijeron que tenía que hacer un examen 15 días después para el que no había temario. Me presenté para ver cómo era y entré. No sabía nada de periodismo. Dejé de ir a Derecho.

–¿Cómo empezó en el oficio?

–Una compañera, hija del director del diario vespertino «Madrid» quiso que le enseñara a tocar la guitarra y yo le pedí que si podía ir al periódico para ver el ambiente. El director me recibió muy bien y me preguntó en qué sección quería estar. Respondí que en el taller porque no sabía cómo lo que llegaba escrito se convertía en periódico.

–¿Cómo salió del taller?

–Un día de 1966 bajó preguntando si había algún redactor y le dijeron que solo estaba yo. Una nave especial de rusa había llegado a Marte y quería un suelto en primera de 15 líneas. Me costó hacerlo, pero lo enfoqué por el mérito de lanza el cohete calculando dónde estaría Marte cuatro meses después. Al día siguiente me sacó del taller y pasé a local. Ese verano fui a la mili y al tercer día de regresar me llamaron de «Abc». Me habían recomendado dos compañeros de la escuela para ser redactor jefe de una nueva revista que se llamaba «Miss», mitad revista de corazón, mitad fotonovela. No funcionó pero ahí cambió mi vida del todo.

–¿Seguía con la música?

–Ahí la dejé.

–El grupo «Los Telecos».

–Seguíamos el programa de Ángel Álvarez, «Caravana musical» de la que adaptábamos de oído las canciones e íbamos a actuar en los años del «Price» a muchos festivales, volví a televisión... Cuando nos habíamos convertido en un grupo serio y puesto de cantante a mi primo Juan Pardo mis hermanos acabaron la carrera y lo dejaron. Lo que estábamos grabando fue el primer disco de «Juan Pardo y su conjunto», 1964. Otro hermano, el séptimo, y yo seguimos tocando los fines de semana en «Corisco», «el club de la pareja». Alternábamos con Valdomiz y su conjunto -piano, saxofón, saxo y violín bajo, batería- que sabían música. Acabada la temporada de 1965 y el director nos ofreció al batería irnos con ellos a actuar en el Club de tenis de Laredo 3 meses. Le dije que sí, para tocar entre profesionales. Fuimos porque los jóvenes de os clubes querían la nueva música. Mi primo Juan, antes de unirse a «Los Brincos» y después de haber dejado «Los Pekenikes», me llamó para tocar otro verano en Es Port, en la bahía de Soller (Mallorca).

–Era músico de oído.

–Había estudiado un poquito de solfeo y sabía leer despacio una partitura. Advertía la evolución del rock and roll de solista al dúo, al grupo, las armonías, los arreglos como aficionado. En «Miss» empecé a usar mis conocimientos y escribí la sección de música. Poco a poco empezaron a mandarnos las novedades, las comentaba. A los 4 años «Abc», entonces primer periódico de España, me pidió la crítica y al poco me llamaron de Radio España de Madrid, para sustituir a Joaquín Díaz, gran maestro del folk.

–Sólo le faltaba la tele.

–En seguida me llamó Eduardo Estern que dirigía «Tres programa Tres» para que fuera su asesor en folk. El no va más fue cuando me llamó Pedro Erquicia, director de «Informe semanal» para que hiciera los reportajes musicales. El Departamento de Música de TVE me llamó para hacer un programa sólo en el verano de 1978. Quedaba sin vacaciones, pero me interesaba. Aguanté ese programa 13 años. Se llamaba…

–Aplauso.

–Acabó a los cinco años por cambio político, pero se convirtió en «Tocata» con prácticamente el mismo tipo y guionista y dio para preparar «Rockopop».

–¿Cómo conoció a su mujer, Manuela Yenes?

–En la cama. Era compañero de clase de mi hermana, la novena, y 7 años y medio más joven que yo, venía a casa, había llegado a salir un poco con mi hermano Gerardo sin ser novios. Tocando en «Los telecos» tuve una hepatitis, que los médicos curaban echándote en la cama tres meses y comiendo solo jamón de York, sin lo blanco, y arroz hervido. Ensayábamos conmigo tocando el bajo en la cama. Cuando me puse bueno la madre de Manuela me pidió que le diera clases de latín.

–Y ahí se enamoró.

–No me decidía porque ella tenía quince años, pero a la vuelta de unas vacaciones nos hicimos novios, 5 años después nos casamos y 54 después seguimos casados. Tenemos una hija, Laura Pardo, periodista por la Universidad de Berkeley (California) a la que no admiten en la asociación de la Prensa de Madrid «porque las universidades extranjeras son muy fáciles». Empezó en «Ya» cuando estaba en Antena 3, formó un grupo punk «Aerobitch», que grabó cuatro elepés e hizo gira por Europa y fue directora general de Lush, una compañía inglesa de cosméticos hechos a mano de la que fui socio un tiempo. A los 9 años se aburría y se despidió, como yo.

–Colaboró con usted en el programa de Pepa Fernández.

–Ahora sigue con Carlos Santos. Es socia en Ramalama que tiene unos 600 CDs

–¿Fue un padre presente?

–Sí, aunque me gustaría que se lo preguntases a ella. Como periodista hice muchos viajes con los reyes por América. Cuando era bebé fui de reportero a la «Marcha verde». En lo musical venía mi mujer conmigo y en la entrevista que hice a «Bee Gees» en Miami Laura vino y conoció Disney World.

–¿La estrella musical que más le impresionó?

–Para mal, Mick Jagger en 1966, primera visita a España, para «Informe Semanal». Fue un solemne gilipollas: puso las mayores exigencias del mundo y fue borde. Nos dieron 10 minutos de entrevista en una discoteca del Casino de Cannes, no llegó a la hora, tuvimos que desmontar y hacerlo en otro espacio. Respondió siempre con una palabra, lo que no te sirve para la traducción en televisión.

–¿Y para bien?

–Tina Turner. La vi de segundona en el Caesars Palace de Las Vegas y me encantó. Estaba en una época de bajonazo después de separarse de Ike Turner. Después, en el Midem, el festival de música en Cannes, con el equipo de «Tocata», la vi bajando las escaleras del hotel, le pedí una entrevista, se quitó la chaqueta, se sentó y fue encantadora. Admiro a Joan Manuel Serrat al que llevé a actuar a Madrid cuando era un desconocido y al que entrevisté en varias ocasiones y me gusta su personalidad de tío con dos narices.

–¿Qué tal le trató la vida?

–Muy bien. Me he casado una sola vez y mi matrimonio sigue vivo y funcionando sin ningún problema grande. La época de la pandemia fue dura con los encierros, pero se acaba superando. Estuve hospitalizado por el Covid en la primera semana con los médicos protegidos por todo lo que podían.

–¿Pasó miedo?

–No, pero tuve dos pensamientos. Uno para mi familia, que harán, que no harán, y otro para mis abuelos que habían muerto un siglo antes de la gripe española. Sigo con el balance de vida. Tengo una hija que dio problemas ni de adolescente. En el trabajo, desde que me llamaron de «Abc» hasta hoy, nunca me ha faltado. Nunca me he presentado a un premio, pero me han dado bastantes y en 2017 la universidad de educación a distancia decidió hacerme un homenaje por mi labor en la música. Nunca he querido ser jefe y he conseguido no tenerlos.

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