La figura de la semana | Directora del colegio Rey Pelayo, que reabre las aulas en enero tras el cierre por el derrumbe

Pilar Álvarez Iglesias, la profesora que sostuvo un colegio

Docente vocacional y ávida lectora, se echó la comunidad del Rey Pelayo a la espalda para mantener vigente su lucha, tras el derrumbe el centro

Pilar Álvarez Iglesias

Pilar Álvarez Iglesias / Mortiner

Pablo Palomo

Pablo Palomo

Hay personas que son refugios. Gentes con una vida normal y corriente a las que la vida obliga a salir de su rutina poniéndole las cosas bien cuesta arriba y las presiona para sacar fuerzas que desconocían que hubiera en sus interiores. Gentes que, cuando vienen mal dadas, se echan a su equipo a la espalda. Pilar Álvarez Iglesias, la directora del colegio Rey Pelayo, un centro educativo que lleva clausurado más de un año y medio por el derrumbe de su planta baja, y que ahora, tras superar esos tiempos, comienza a ver la luz del túnel con una vuelta a las aulas prevista para enero. Tras mucha espera, ya hay planes para recomponer el centro de la avenida Constitución. Y, salvo mayúscula sorpresa, no veremos a Pilar Álvarez echar ni una sola mota de cemento en las obras. Sin embargo, con su carácter y fortaleza, ha sabido mantener unida a una comunidad educativa en los peores momentos de su historia.

Porque Pilar Álvarez, maestra vocacional, una gijonesa de 51 años, ha sido lo que dice su nombre (un pilar) para los más de cien niños que de la noche a la mañana se quedaron en la calle en lo que a la actividad lectiva se refiere. Con la ayuda inestimable de Carla Gallego, la presidenta de la Asociación de madres y padres del centro, quien también se ha movido hasta el infinito en toda esta lucha, la docente ha sido capaz de mantener las constantes vitales y el pulso a ese ecosistema vivo que es un colegio. Mucho más que una suma de pupitres y de clases. La vida de esta mujer cambió aquel 12 de enero del año pasado cuando a primera hora recibió en su móvil el aviso de lo que había pasado, en forma de fotografía. Ya desde ese primer momento mostró tenacidad para, una vez descartados daños humanos, contar y explicar ante todos los medios de comunicación de la ciudad lo que había pasado.

Calma, paciencia y tesón son cualidades que han acompañado en todos estos meses a la directora del Rey Pelayo. Cualquier persona alejada del mundo de los medios rara vez entra en contacto con algún periodista. Y no es sencillo acostumbrarse a pillar el ritmo frenético de la información diaria. El salir a hablar, muchas veces con la información justa, y sabiendo hacer los contrapesos necesarios para comunicar tu mensaje alto y claro, sin herir ninguna sensibilidad. Sensibilidad que, en el caso de lo público, en este caso, estuvo a flor de piel.

Pilar Álvarez logró todo eso y logró, junto al resto de profesores y miembros de la Ampa, que la lucha del Rey Pelayo se mantuviera vigente durante meses en un mundo acelerado en el que las noticias duran menos que un caramelo en la puerta de un colegio, nunca mejor dicho. Gran parte de ese mérito tiene que ver con la forma de ser esta profesora a la que describen los que más la quieren como alguien que realiza un trabajo completamente vocacional, que se implica siempre a fondo con sus alumnos y que es cercana y la mejor amiga que se pueda tener. Alguien, en definitiva, en quien se puede confiar, que lleva la amabilidad por bandera y que siempre tiene una sonrisa dibujada en su rostro.

¿Pero qué hay de Pilar Álvarez más allá del Rey Pelayo? Pues lo que hay es una mujer aficionada a la lectura y a los juegos de mesa. A compartirlos con su grupo de amigos y con su marido, Pablo Serrano, un onubense que aún conserva la musicalidad de su acento, pese a llevar años en Gijón. Tal es su pasión por este entretenimiento que lo trasladó como forma de aprendizaje al colegio que dirige.

Pilar Álvarez Iglesias es hija de Jose, un encofrador, ya fallecido, y es la hija de Rosario, antaño costurera. Fue en el pasado profesora en la escuela José Zorrilla y en el Honesto Batalón y antes maestra de pueblo por Asturias. Su destino final fue el Rey Pelayo, de Gijón, donde lleva más de un lustro. Un colegio cuyo edificio se vino abajo pero que gracias a gente como ella su alma siguió intacta.

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