Treinta años dando forma a Gijón (y contándolo)

Vista de la avenida del Príncipe de Asturias. | Pablo Solares

Vista de la avenida del Príncipe de Asturias. | Pablo Solares / Héctor Blanco

Héctor Blanco

Héctor Blanco

Desde el martes 1 de febrero de 1994 hasta hoy casi 11.000 números de LA NUEVA ESPAÑA de Gijón han recogido en sus páginas un considerable volumen de noticias vinculadas a la evolución urbanística del concejo en todas sus vertientes. Algo inevitable si tenemos presente que este es uno de los ámbitos que más influye en nuestra vida cotidiana.

Durante estos treinta años un alcalde, tres alcaldesas y media docena de concejales y concejalas de Urbanismo han detentado desde el Ayuntamiento la responsabilidad política de dar forma, con sus luces y sus sombras, a la ciudad y al concejo en los que vivimos.

En Gijón, en esta materia, asistimos durante estas tres últimas décadas a un proceso dispar caracterizado por un pasado de gran dinamismo y un presente en el que se añora el ímpetu perdido de ese pasado.

En los años 90 del siglo XX se produjo la culminación de una etapa de avance y progreso que tuvo en la primera década del siglo XXI un momento de ruptura. Si en su inicio dominaron grandes actuaciones y planteamientos expansivos, menos de diez años después casi todas esas iniciativas se estrellaron contra la realidad de una crisis económica mundial que supuso un punto y aparte. A esto se sumó que, desde entonces, los grandes retos urbanísticos del concejo quedaron sumidos en una parálisis en la que, en mayor o menor medida, han participado todos los actores principales a nivel local, autonómico y estatal.

El resultado es que nuestro presente está trufado de frustración, incertidumbre y la sensación de que Gijón ha perdido pie.

Fin de siglo

Si retrocedemos a 1994, vivíamos el desarrollo de una etapa de regeneración urbana iniciada en 1979, con José Manuel Palacio como alcalde. Su base fue el plan general de ordenación (PGO) gestado bajo la batuta de Ramón Fernández-Rañada que entró en vigor en 1986 fruto del arduo trabajo de un lustro. En él se obviaron criterios meramente expansionistas y especulativos, centrándose en garantizar la calidad de vida y el bienestar del conjunto de la ciudadanía. También por primera vez la planificación urbanística afectó a todo el concejo.

Hace treinta años Gijón aún se encontraba en pleno desarrollo de ese proceso iniciado por Palacio y culminado posteriormente con constancia, habilidad y empuje por Vicente Álvarez Areces.

Se implementó así un modelo de ciudad cuya aportación esencial fue lograr la equidad: ningún barrio era menos que otro; aceras, asfaltado, alumbrado, parques, equipamientos llegaron a todos los puntos del casco urbano y, en las postrimerías del siglo, desaparecieron las últimas chabolas. Como contrapunto los adosados se habían comido ya gran parte de la parroquia de Somió y los recrecidos en los edificios catalogados del casco urbano comenzaban a mostrar resultados inquietantes.

En el otoño de 1998 se formuló una idea que aparentaba ser una simple ocurrencia sin recorrido: la eliminación de la barrera ferroviaria entre Moreda y El Humedal. Su primer boceto planteaba el uso de vías elevadas que atravesaban una imitación del Arco de La Défense parisino y que permitía crear una zona verde entre las estaciones existentes. Apenas dos años después ese proceso cobró otra dimensión y un término copó la actualidad local: el Metrotrén. En aquel momento era difícil imaginar la catarata de noticias, infografías, maquetas y demás que el asunto iba a conllevar durante el siguiente cuarto de siglo sin otro resultado tangible actualmente que un túnel de 3,5 kilómetros sin uso bajo la ciudad.

El inicio del siglo XXI

Es evidente que durante las dos primeras décadas del siglo XXI el urbanismo gijonés tuvo un contexto complejo y un desarrollo que cabe calificar de turbulento.

Respecto al planeamiento, en 2002, ya con Paz Fernández Felgueroso como primera alcaldesa de Gijón, el ayuntamiento adjudicó a Luis Felipe Alonso Teixidor la revisión del PGO. Aprobado en 2005, el resultado fue un plan de carácter expansivo afín a un momento fuertemente especulativo del sector de la construcción. Suponía el fin de la ciudad compacta del modelo Rañada conseguida con mucho esfuerzo desde 1986, recalificando amplias áreas de suelo rural especialmente en las parroquias de Cabueñes, Deva y Castiello, con un planteamiento de crecimiento cuya necesidad no tardó en cuestionarse.

El resultado fue una gran contestación social incluyendo las "marchas verdes", tres manifestaciones multitudinarias. El plan acabó judicializado y finalmente fue anulado en 2009 por el Tribunal Superior de Justicia de Asturias (TSJA). La reacción del equipo de gobierno no resultó afortunada: la revisión del plan Teixidor, encomendada a técnicos municipales y aprobada en 2011, terminó siendo nuevamente anulada en 2013 por el TSJA, con respaldo del Tribunal Supremo en 2015.

También fueron esos los años de la ampliación de El Musel y del temor a sus efectos sobre la playa de San Lorenzo, así como de la creación de la Zona de Actividades Logísticas e Industriales de Asturias (Zalia) afectando profundamente a la parroquia de San Andrés de los Tacones siendo, a día de hoy, un auténtico fiasco.

Como contrapunto a lo anterior, la década de 2000 tuvo como revulsivo lo que hoy conocemos como Milla del Conocimiento Margarita Salas, cuyo origen fue la creación del Parque Científico Tecnológico de Gijón, fundado en 1999 y primero en España de iniciativa municipal. Igualmente, la creación entonces del Jardín Botánico Atlántico supuso una operación afortunada.

En estos primeros años del siglo también aparece un nuevo topónimo: Nuevo Roces. Fue el desarrollo urbanístico más reseñable de esta etapa, siendo promovido en 2004 por el Ayuntamiento de Gijón y el Principado con el objetivo de crear vivienda de protección pública, algo más de 3.000 pisos. Un nuevo barrio gijonés que no tardó en sumar nuevas reivindicaciones.

En lo que respecta al ámbito arquitectónico, en ese periodo primisecular vivimos la eclosión de un "rascacielismo" que también generó no pocas noticias y debates. Torres de más de treinta plantas en el entorno del plan de vías y en Nuevo Roces, más la aprobación en 2008 de la construcción de un bloque de 14 alturas sobre el Parque del Piles, un neodesarrollismo sin justificación que acabó quedando en nada. En esos años sólo "Salamandra" fue un momento brillante, una flor de un día surgida en 2002 que un contexto rocambolesco hizo inviable y que fue la única propuesta arquitectónica plenamente singular habida durante estos treinta años.

La etapa reciente

El último quindenio apenas ha supuesto para Gijón nada más que un ralentí.

El relevo de Paz Fernández Felgueroso en la alcaldía por Carmen Moriyón en 2011 inició dos mandatos inanes, en los que la parálisis municipal fue manifiesta. Todos los grandes retos a resolver -Tabacalera, plan de vías y metrotrén, contaminación, Zalia- apenas conocieron avances, el mantenimiento urbano bajó a niveles mínimos y una gestión cuestionable conllevó la suspensión de los planes de ayudas a la rehabilitación de fachadas tras una exitosa etapa de casi dos décadas.

En la parte significativa, en enero de 2019 se produjo la aprobación de la revisión del PGO realizada por el equipo dirigido por Emilio Ariznavarreta y coordinado por Mariana Borisova. Si bien puso fin a la anómala situación anterior volviendo a un modelo de ciudad compacta, mantiene zonas urbanizables en Deva, Cabueñes, Somió, Roces y Jove y, en el casco urbano, conlleva un modelo de recrecidos aún más agresivo que ya comienza a materializarse con resultados objetables.

En esa segunda década del siglo un nuevo topónimo, el Solarón, cobró relevancia al convertirse parte de los terrenos del plan de vías en una nueva zona verde, en principio provisional pero que pronto fue reivindicada por colectivos ciudadanos como permanente.

Finalmente, el mandato de Ana González quedó pronto marcado por la pandemia de Covid-19 y, en lo aquí tratado, tuvo dos puntos clave. El primero fue el intento de puesta en marcha del llamado urbanismo táctico generando el último topónimo urbano surgido en este periodo: el Cascayu, tan impactante como rápidamente politizado y judicializado. El segundo fue el logro de 37 millones de euros de fondos europeos para mejoras urbanas de muy diversa índole, de los que derivan actuaciones actualmente en ejecución y otras que arrancarán a lo largo de 2024 de nuevo con Carmen Moriyón como alcaldesa.

Como colofón hay que señalar una singularidad: el saneamiento. Se da la paradoja de que en 2022 se culminó un ambicioso Plan de Saneamiento Integral iniciado en 1991 con lo que por vez primera en nuestra historia vertemos nuestras aguas residuales al mar depuradas. Si bien parte de las obras ejecutadas están aún pendientes de validación judicial, la invisibilización de este hito quizás es la mejor muestra de lo enrevesado, imprevisible y fascinante que es el urbanismo gijonés.