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In memóriam

El sentido de la amistad de Ceferino Menéndez Muñiz

El pasado 15 de noviembre falleció mi padre, Ceferino Menéndez Muñiz, abogado, gijonés, padre de cinco hijos, abuelo de diez nietos y, sobre todo, esposo de mi madre, Milagros Buelga, y amigo. Hablar de él como padre, abuelo o esposo es algo que pertenece al ámbito de lo más íntimo y no es, por tanto, éste el lugar más adecuado para hacerlo. De mi padre aprendí, entre otras muchas cosas, a desdeñar las romanzas de los tenores huecos.

Sí quiero hablar de mi padre como amigo y quiero hacerlo como portavoz de las decenas de amigos que ha dejado, en el convencimiento de que verán con buenos ojos que me arrogue esa licencia.

Siempre supe que para mi padre la amistad era una parte esencial de su vida. Nunca tuvo que decírmelo. En esto, como en tantas otras cosas, bastaba con su ejemplo. Un ejemplo que dio a sus amigos un marcado protagonismo en el paisaje emocional de nuestras vidas. Amigos que, como mi padrino, Manolo Canal, o el Padre Granda SJ fueron configurando un impagable catálogo de referencias que mi padre siguió enriqueciendo continuamente hasta el mismo momento de su muerte. Sé que no exagero, por tanto, si afirmo que mi padre hizo de su vida un magno prontuario sobre la amistad que -y ahí me remito a la multitud de alusiones que sus amigos me hicieron al respecto- llevó al extremo de disimular que le rondaba la muerte, porque para él la amistad era lo primero.

Podrían ser éstas las típicas palabras que se tiene por costumbre pronunciar en loa de difuntos, pero en este caso, para validarlas, para distinguir las voces de los ecos, los amigos de mi padre son legión, a ellos me remito y en ellos buscaré el consuelo ante una orfandad que, me consta, en buena medida, comparten conmigo.

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