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Cacotas

Sobre el mal estado de las aguas de la bahía gijonesa

A pesar de que estamos en tiempos convulsos con el imprevisible Donald Trump y con lo que aquí está acaeciendo, la reciente moción de censura fue, creo, un ejercicio de higiene. Hablando de higiene voy a circunscribirme a esta capital marítima; y coño, la analítica de las aguas de la bahía deja a las claras que la salubridad de nuestra joya de la corona, la imponente bahía de San Lorenzo, deja bastante que desear. A mí me sorprende que, en mi ciudad, tan reivindicativa con las mascotas y les bicis, se pase por alto, o al menos de puntillas, por un problema que, si bien heredado desde los tiempos del golpista pescador de salmones, nadie osa atajar.

De pequeñu, mi padre no me dejaba báñame en el Piles y eso que, de aquélla, el infecto río daba angules. Años después, el entrañable concejal Marcelo bebió agua de su pútrido cauce, al más puro estilo del baño en Palomares del reciclado demócrata Fraga Iribarne. Bien, estos días los surfistas hablaron como pa bobos y dijeron que en nuestra concha se esnifaba olor a mierda. Nada nuevo bajo el sol, pues los pescatines que cacean nuestra costa en busca de lubines o que van al calamar, ya llevan años denunciándolo.

Esti añu, pusiéronnos un grifu en la rampla, algo es algo, pero caramba, eso a todes luces es insuficiente. Cojamos el toro por los cuernos y reivindiquemos el saneamiento de una puñetera vez de nuestro bien preciado tesoro. Uno, en su modestia, si no hay perres, haría economía de guerra y el Arcu Atlánticu, el festival de gaites, la exaltación del cachopo, el restallón, los conciertos de baberu, etc. los dejaría en "stand by" hasta que la bandera azul vuelva a ondear en La Escalerona.

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