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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Algunas barbaridades

De la autodestrucción de los populares a la penosa reivindicación bablista

El aterrizaje del candidato paracaidista para la alcaldía del PP y su corte de seguidores independientes ha puesto la chalana de la junta local popular de la villa marinera en rumbo de colisión hacia el buque nodriza de Génova. El hasta ahora apacible e inerte Mariano Marín, fiel seguidor de mi postergada señora doña Cherines, se ha lanzado cual caballero andante contra Pablo Casado y ha repartido a propios y extraños un escrito incendiario en el que dice lo que es verdad: el López No sé Cuantos no es ni de Gijón ni trabaja aquí ni nada de nada, pero que, aunque disciplinados acatadores, están que los lleva la trampa, sulfurados y ofendidos. Curiosamente, echa la culpa a una camarilla que pulula por el Regatas y Somió, desconocida hasta ahora para el común de los gijoneses. ¿Será por eso que al paracaidista ya se ha pegado como un chicle el peculiar simpaticote Manolo del Castillo? Pues si los de la fantasmal camarilla a los que supuestamente ha escuchado Pablo Casado, el jefazo pepero, son de ese estilo vaya futuro se les avecina a los lópeces y demás recién adheridos. En fin, cada uno es muy libre de infligirse un tortazo electoral como mejor prefiera.

Un grupo de irreductibles bablistas salió el otro día a la calle, armados de sus paraguas abiertos a causa de la lluvia, para reivindicar esa inconmensurable necedad de solicitar la cooficialidad del dialecto asturleonés y, por si fuera poco, la de otra variedad que se da en la zona occidental: el asturgallego. Es cierto que no paran y que, curiosamente, su número se mantiene sin sufrir subidas o bajadas. Los más interesados claro, y por ello hacen causa de su obligatoriedad en la enseñanza, aquellos que pretenden ocupar plaza fija de profesores de la cosa en los diferentes peldaños de la formación reglada en centros públicos o privados. Tamaña petición viene crecida últimamente porque el candidato regional socialista, Adrián Barbón, que políticamente no ve venir ni a un elefante ni de cerca, le colaron en su programa electoral la barbaridad de la cooficialidad. Luego, cuando pasó un tiempo prudencial y preguntó por cuánto saldría la broma se espantó, pero ya era tarde y a ello se agarran los bablistas. Es posible que tengamos la suerte de que el juego de equilibrios en la próxima Junta General no dé como para que la cuestión salga adelante. Esperemos que así sea para no tener que lamentar otro dislate de los que posteriormente son muy difíciles de enmendar.

Porque, por las experiencias en otros territorios, ya hemos aprendido que, tras la cooficialidad, viene la petición de la exclusividad; en ese sentido es algo monstruoso que empobrece a las personas, primero a los niños y después cuando estos se hacen adultos. Imaginemos el gasto acarreado y la consecuente miseria intelectual en un territorio tan reducido como el nuestro. La cooficialidad, en nuestro caso, tendría un efecto letal: una provincia que pierde habitantes e influencia sumida, además, en un aislamiento idiomático. Lo dicho: una necedad de grandes proporciones.

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