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La excelencia sanitaria de Gijón

Análisis del servicio de salud en la ciudad

La calidad de vida de los países se mide por su capacidad para resolver los problemas sanitarios de sus ciudadanos. La salud es el primer bien de la persona, y de ella depende su felicidad y la de sus allegados. La sanidad en España está a la cabeza del mundo. Y no sólo en trasplantes, sino también en la asistencia hospitalaria. Y en Gijón hay un referente que es el Hospital Universitario de Cabueñes. Una institución que cuenta con un elenco de especialistas, tanto clínicos como quirúrgicos, de primer nivel. Además de un equipo de enfermeras de gran categoría profesional, auxiliares, celadores, limpiadoras y administrativos. Todas estas personas que trabajan en este centro tienen una cualificación de excelencia.

Puede decirse que son afirmaciones resultantes de alguna experiencia personal, sí, pero tengo referencias variadas que confirman lo que rubrico. Y no soy dado a escribir, como dice un amigo mío, desde la ducha, es decir, dando jabón. O sea, sin escatimar críticas si el asunto lo requiere. Y es posible que haya lectores que duden o hayan tenido experiencias desafortunadas en el centro de cito. Claro, en la excepción está el acicate para mejorar. Sin olvidar una relativa fragilidad laborar que se nota en el SESPA. En Cabueñes, un número limitado de profesionales tiene que atender a casi ochocientas camas, algunas habitaciones con tres personas, cuando debe haber dos, dada la conflictividad sanitaria del momento con la gripe A, el envejecimiento de la población, las limitaciones de la asistencia de los médicos de familia, que muchas veces tienen que derivar a los pacientes hacia los especialitas, o a urgencias, porque sesenta enfermos en una mañana salen a unos cinco minutos por persona, si a ello añadimos visitas domiciliarias y alguno que se "cuela" para una consulta urgente, resulta que mientras el indispuesto deja el paraguas, se quita la ropa; el profesional mira su historial, lo ausculta, hace una valoración, le da un diagnóstico, le explica su caso y le hace una receta, el tiempo voló.

En esta vorágine laboral que se manifiesta en una planta de hospital, se mueven los doctores procurando coordinar todos los parámetros que tienen a su alcance para encauzarlos hacia la curación o mantenimiento de la salud del enfermo. Para un profano, es una especie de movimiento envolvente que protagonizan los clínicos, el equipo de quirófano, desde las limpiadoras a los cirujanos, cada uno con su responsabilidad y sus conocimientos, que se manejan de forma sincronizada, donde nunca queda un cabo suelto. Y el entendimiento, a veces con una simple mirada, es el jergón sobre el que descansa el éxito de las operaciones o las pruebas que se llevan a cabo. Observar desde el primer plano un acto sanitario de este tipo, aparte la salud quebrantada, es un espectáculo casi de serie de TV. Desde aquella estadounidense, "Centro médico", de los años sesenta y setenta del pasado siglo, protagonizada por Chad Everett, o la de mismo título española de hace unos años, hasta la famosa "doctor House", protagonizada por el actor británico Hugh Laurie con su muleta. Pero la realidad está exenta del dramatismo que requiere una película, en la que es necesario captar la atención del espectador a base de crear intriga, sospecha y tensión. En la práctica no suelen darse momentos críticos como en la tele. Claro que existen, pero los medios técnicos y la calidad del personal mitigan circunstancias indeseadas en la mayoría de los casos.

El nuevo ministro de Sanidad, Salvador Illa i Roca (que no es médico), tiene la misión de coordinar todas las consejerías autonómicas, procurar la unidad de criterios, buscar la eficacia de la sanidad pública para evitar que los contribuyentes tengan que recurrir a la privada por deficiencias en la gestión o en el servicio de la primera (aunque dispongan de una puerta abierta para hacerlo) facilitar una financiación igualitaria, algo complejo dado el alto volumen dinerario que exige este ministerio, máxime, cuando el gobierno central está escatimando 75 millones de IVA que corresponden a Asturias desde 2017. Aquí algo tendrá que decir el consejero de Salud del Gobierno del Principado, Pablo Ignacio Fernández Muñiz (especialista en cirugía general) y de dilatada experiencia en la gestión. Ni el ministro ni el consejero debieran perderse en rencillas de partido político (ni en influencias geográficas) ni considerar la atención sanitaria como una competición a la que se llega para conseguir méritos personales y no para dar servicio a la gente. Pues deben dotar a los centros de personal suficiente para atender las necesidad de la ciudadanía, algo que no parece estar ahora cubierto, y donde la carga de trabajo la sacan adelante los profesionales a base de voluntad, abnegación y un alto sentido vocacional. Pues no hay en el trato con la clase médica una palabra que altere el natural estado de alerta de los pacientes al conocer sus dolencias y las posibles soluciones. El equipo de las batas blancas es una garantía de éxito para los asturianos, y un camino expedito hacia su felicidad.

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