Las calabazas que crecen alegremente en la plaza del Instituto, con consentimiento municipal, después de que una profesora de FP sembrara varios parterres durante el confinamiento han abonado el debate sobre los límites del uso del terreno público. Para algunos, las semillas que echó la docente darán paso a unos hermosos frutos ornamentales que evocan cuentos infantiles al estilo de "La Cenicienta" y anglosajonas noches de terror. Para otros, la permisividad de los jardineros en el Parchís abre la puerta a que cualquier hijo de vecino plante lo que le venga en gana en el primer rincón que encuentre. Así, el Náutico podría convertirse en un productivo huerto de tomates y Begoña en un exuberante campo de berzas. Y luego a ver quién ataja el asunto de raíz.
