Cada vez que la realidad somete a los que gobiernan a pruebas de estrés, quienes tienen la obligación de tirar del país se achantan. Como las avestruces, meten la cabeza en un montón nevado o ahuecan el ala. Sufren un bloqueo permanente que conlleva consecuencias catastróficas: lo que debería quedar en contrariedad temporal deviene en colapso. Para una vez que las predicciones meteorológicas aciertan al cien por cien, nadie les hizo caso del todo, como al pastor Pedro con las avisos del lobo.
Ahora tenemos un lío con las vacunaciones. No afortunadamente, por ahora, en Asturias, donde la inmunización de los grupos de riesgo se está gestionando con diligencia; pero sí en otras comunidades autónomas, especialmente aquellas donde “Filomena” se puso farruca. Que cada región circule a distinta velocidad en asuntos de tamaña relevancia sanitaria es otra muestra palmaria del caos al que conduce el batiburrillo autonómico.