Los gijoneses capean desde hace semanas los golpes de la tercera ola del coronavirus apenas cuatro meses después del enorme desgaste que provocó la segunda a nivel emocional, sanitario y económico en toda la ciudad, convertida entonces en el epicentro asturiano de la pandemia, con unas cifras de incidencia desorbitadas que pusieron contra las cuerdas al sistema sanitario. Esta nueva fase tiene inevitables similitudes con las dos anteriores y sigue provocando un dolor inmenso a través de sus diversas consecuencias, sobre todo, en forma de fallecimientos. Pero también cuenta con innegables diferencias, algunas muy positivas y otras no tanto. Entre los logros están las medidas que se han tomado para evitar otro colapso del Hospital Universitario de Cabueñes y que la vacunación ha evitado, según los expertos, que el patógeno haya provocado estragos en lugares críticos, como las residencias de mayores o los centros para discapacitados. Aun así, se han producido brotes, como los registrados estos días en el Sanatorio Marítimo y en la residencia parroquial de San Pedro. Aunque, de momento, con una escasa mortalidad gracias a que los usuarios ya habían recibido las dos dosis de la medicación. En el otro lado de la balanza, las restricciones para frenar la enfermedad han profundizado más aún en la crisis que sufren sectores relevantes, como la hostelería y el comercio.

El Hospital de Cabueñes aprobó durante la segunda ola, deprisa y corriendo, un plan de contingencia que apenas se pudo aplicar por falta de tiempo y de recursos. Aquella estrategia es la que ahora está permitiendo que el centro sanitario de referencia de la ciudad aborde el último impacto del virus con mayores garantías, aunque no por ello sin dificultades, que se suman al agotamiento que acumula el personal desde el pasado marzo. Entre las actuaciones desarrolladas están la creación de más espacios para acoger a pacientes, como la habilitación de la quinta planta con la supresión de despachos, la ampliación definitiva de las Urgencias y los protocolos para abrir nuevas UCI (el equipamiento ha pasado de una a cuatro, tres de ellas para infectados por el covid). Además, el hospital de campaña del recinto ferial “Luis Adaro” funciona a buen ritmo por primera vez, con cuatro módulos de 24 camas cada uno para afectados leves y con más trabajadores que nunca. Y Jove y Cruz Roja siguen ejerciendo con mejores dotaciones de necesario “colchón”. Mención aparte merece la puesta en marcha de una centralita para atención primaria, que ha aliviado la saturación en los centros de salud. A estas mejoras se ha unido una menor incidencia del virus con respecto al otoño, que ayer era de 559 por 100.000 habitantes en el acumulado de dos semanas, lejos de los 880 que se contabilizaron en noviembre.

Pero este nuevo latigazo de la pandemia ha implicado también más restricciones, como el segundo cierre perimetral del concejo, una decisión del Principado que sigue sin convencer a muchos por la falta de resultados claros. Y, sobre todo, la clausura de las zonas interiores de la hostelería, un sector exhausto y al borde de sus fuerzas que precisa de urgencia las prometidas ayudas. También ha supuesto la cancelación de eventos populares y generadores de riqueza como el Antroxu. Los gijoneses afrontan la primavera con menos tensión que cuando caminaron hacia el invierno, pero lanzar las campanas al vuelo por esta estabilización sería un error. La lucha sigue y aún se prevé larga.