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Luis Roda

El abogado de Seguros La Paternal

Fue con este título casi nobiliario, que ponía de manifiesto una vinculación casi familiar con aquella aseguradora, como conocí a Antonio González Colunga hace cuarenta y dos años, en 1979. Yo debutaba en Luarca en mi papel de juez novato, recién salido de la “piscifactoría judicial” oficialmente llamada “Escuela Judicial” de Madrid, años más tarde trasladada a la provincia de Barcelona, posiblemente por eso de la concordia y la cohesión nacional, pero este artículo quiere ser únicamente un pequeño homenaje a Toño y no voy a desviar la atención incidiendo en comentarios irónicos. Por aquel entonces, Toño llevaba ya un buen número de años lidiando con los perjudicados en accidentes de circulación y, sobre todo, con los jueces bisoños que aterrizábamos en las poblaciones pequeñas, donde pasábamos pocos años, pero donde hacíamos un verdadero noviciado jurídico.

Toño era de esas personas que no perdía nunca la calma y tenía un aspecto de bonhomía singular que le caracterizaba y complementaba muy bien su -entonces- oronda figura. Nunca tenía prisa y, lo que era más sorprendente de todo: evitaba juicios llegando a acuerdos, lo que beneficiaba a todos los involucrados en un accidente, entre otros a la aseguradora cuyos intereses gestionaba y defendía, librándola de tener que pagar costas procesales. Aquel mundo judicial de hace tantos años desapareció, como casi todas las creaciones humanas, y acabaron disolviéndose en el aire muchas carencias, deficiencias y corruptelas, pero también se perdieron las cosas positivas de entonces, como el café ameno consumido en el bar más cercano con los abogados con los que, metafóricamente, te habías tirado de los pelos media hora antes en la sala de audiencia, y los comentarios y confidencias que amenizaban los reconocimientos judiciales en prados afectados por servidumbres de paso y edificios que amenazaban ruina inexorable, según una parte y que, al mismo tiempo, eran considerados como una versión asturiana del palacio de Versalles por la parte contraria.

Toño resultaba simpático y cercano. Fue la primera persona que me explicó, sin alterarse, cómo funcionaban las corruptelas en los Juzgados de Madrid, afortunadamente ya erradicadas, y su fisionomía tenía algo que parecía significar que siempre hacía buen tiempo, incluso cuando granizaba, y que nunca pasaba nada por lo que mereciera la pena preocuparse. Y, mientras iban pasando los años, él seguía pactando y negociando a su estilo y su ritmo. Aquel temperamento afable y protector dio lugar a que, al menos en Luarca, empezáramos a llamarte “Toño Colunga, el de Seguros Maternal”.

En los últimos años fue delegando el trabajo en su hija Ana, pero todavía alguna vez aparecía en la sala de audiencia y pronunciaba, en la fase de conclusiones de un juicio, esa frase terrible que horroriza a todos los jueces: “Voy a ser muy breve”, porque sabemos que nunca se cumple esa afirmación. De hecho, en una ocasión en que estaba realmente cansado después de haber celebrado otros dos juicios, y en los que los letrados habían vertido la amenazadora frase, jurando que iban a ser brevísimos, respondí al Letrado Sr. González Colunga diciéndole: “Pues cumpla lo que promete, o en caso contrario le tiraré la campanilla”. Toño Colunga, retornando a su estilo de antaño, me contestó “En ese caso, trataré de defenderme con este cenicero”. Naturalmente, no cumplió. Yo no le lancé la campanilla, y él tampoco tuvo que defenderse con el cenicero. Pero lo que estaba dispuesto a soltar en su informe… ¡vaya si lo soltó, faltaría más! Entendí entonces que el tiempo era algo relativo, que lo que para unos es breve, para otros (entre los que me incluyo) era un ataque dialéctico en toda regla, largo, inmensamente largo, y hasta con notas a pie de página. Y ese es el Toño Colunga que recuerdo y que quiero que me quede para siempre en el archivo de la memoria.

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