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María Domínguez

Palabras

El viento trae de vuelta ideas

Si me siento triste, escribo. Si estoy feliz, escribo. Si me aburro, escribo. Si la emoción me embarga, escribo. Si la melancolía aparece, escribo. Si me lo pides, escribo y si no, también. Las palabras a veces quieren darse a luz en la soledad de la noche, otras nacen en horas vespertinas y las hay que brotan con la lluvia del otoño. Cuando tocan a mi puerta, por educación abro y las dejo pasar. Luego preparo café, y mientras las escucho, las voy escribiendo no sea que las más despistadas se pierdan por el camino y me despierten de madrugada interrumpiendo mi descanso. Cuando ellas vienen a visitarme, me visto de fiesta y en casa todos saben que deben guardar silencio. Si la soledad es mi única compañera, entran altaneras y se adueñan de cada rincón, incluso las tengo dispersas por el baño y les pido por favor que guarden un poquito de orden y que se vayan colocando tranquilamente una detrás de otra para conseguir un mensaje comprensible. A veces irrumpen de malos modos y se vuelven críticas, malsonantes y dañinas.

Es entonces cuando intento recluirlas en el rincón más oscuro de mi mente con la intención de adormilarlas, pero es igual, siempre consiguen fugarse todas y me exigen que las escriba. Saben que no son tan educadas ni hermosas como otras, pero me hablan de sus derechos a ser expresadas y no me queda más remedio que buscarles las líneas que les corresponden. Las hay que son realmente bellas y traen bajo el brazo pensamientos maravillosos y noches eternas de historias apasionadas. Esas me ayudan a imaginar y a soñar, por eso les concedo el placer de leerlas y releerlas hasta hacerlas mías. Luego están aquellas, que por más que me empeñe, no consigo comprenderlas. Viven en la filosofía del absurdo, y ya, cuando quieren confundirme y volverme loca, las meto en algunos escritos que voy dejando apilados junto a los muros de la Torre de Babel. Otras son, lo que se dice, artísticamente bellas. Bailan en mi pensamiento al compás de la medida y el verso y se asoman tímidamente buscando el resquicio de luz que se me ha escapado del alma.

Estas me encantan porque son puras y saben expresar lo que otras no pueden. Algunas palabras encierran tanta amargura y tanto sufrimiento que no duelen un rato, sino toda la vida. La mayoría de las veces, son aquellas que no se dicen, se intuyen. Huelen a despedida, a tragedia y a silencios rotos. No han sido invitadas, pero inevitablemente aparecen y te arrastran al abismo infinito. Cuando empiezas a aceptarlas, comienzan a formar parte de la literatura de tu vida. Aún así, seguirán doliendo porque al igual que el corazón no se emborracha, el recuerdo no entiende de memoria. ¡Cuánto necesito las palabras! Las que pronuncio, las que escribo, las que leo y las que escucho, incluso aquellas que se lleva el viento.

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