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Descifrar el código

El derecho de las mujeres investigadoras a liderazgo y honores

Cuando Katalin Karikó era una joven científica en Hungría, su madre le decía que un día ganaría el Nobel. “¡Pero si ni siquiera puedo conseguir una beca ni tengo trabajo fijo en la universidad!”, respondía ella. Cuarenta años después, esta hija de carnicero es una de las siete madres y padres de las vacunas contra la Covid que recibirán el próximo viernes el premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica.

La Unesco ha utilizado la expresión “descifrar el código” para titular uno de sus últimos informes sobre mujer en la ciencia. Descifrar para desarticular los mecanismos que hacen de la investigación un terrero masculino en cualquier país del mundo, incluso aquellos con vocación de igualdad. Desde los mecanismos mutiladores del talento, como hurtarle la educación a las niñas, hasta aquellos más sutiles, como el jurado de un premio a la excelencia científica que no puede destacar a una o varias mujeres el año que equipos con alta presencia femenina frenaron en tiempo récord con una vacuna la pandemia del siglo.

Estuvieron en todas las quinielas para el Nobel pero fue que no. Sí engordó la cifra de hombres galardonados: 872 en la historia de los premios frente a 58 mujeres. Es obvio que la brecha viene acumulada desde tiempos imposibles para las mujeres en la ciencia. Pero hoy, que sí es posible, siguen sin estar. La Unesco calcula que su presencia es de un 33,3%, porcentaje insuficiente pero que ni siquiera tiene su reflejo en los reconocimientos. ¿Es que trabajan peor? Al contrario.

Siguen siendo ellas quienes renuncian para conciliar, encuentran más obstáculos para promocionar, forman parte de equipos que nunca lideran, tienen carreras más cortas y peor pagadas. Desdibujadas en un segundo plano, no son vistas por nadie. “En estos años no he tenido ni una recompensa a mi trabajo, ni una palmadita en la espalda”, decía Karikó. Tampoco las ven quienes pueden tomarlas como modelo: las niñas.

Las mujeres no sólo aportan si talento a la investigación, además amplían la mirada sobre sus sujetos y objetivos. Por ejemplo, para evitar el sesgo de género o raza en la experimentación de medicamentos: se estudian mayoritariamente sobre el hombre de raza blanca y los resultados se extrapolan al resto, lo cual ha demostrado ser un riesgo. Sobre la revolución digital, la Unesco advierte que no será inteligente si no es inclusiva, en parte porque esa misma inercia guiará el diseño de productos para la vida cotidiana.

Y ya no estamos dispuestas, en palabras de Gloria Steiner, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, a “seguir estudiando nuestra ausencia” en la Historia.

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