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Javier Díaz Dapena

De luces y de sombras (de “haberes” y de “debes”)

Sobre la venta del Sporting y la etapa de los Fernández en el club rojiblanco

Desde la transformación en el año 1992 del Sporting en Sociedad Anónima Deportiva hasta estos días presididos por el entusiasmo ante el desembarco en nuestra ciudad del nuevo Mr. Marshall versión mejicana, se me antoja justo, de una parte, efectuar un análisis riguroso, cabal y desapasionado del paso de la familia Fernández por nuestro –cada vez más difuminado el posesivo– club y, por otro lado, atreverme a aventurar un escenario futuro, tanto desde la esperanza en hallarme errado como, desafortunadamente, la convicción de no estarlo.

Mucho se ha hablado de las sombras de la gestión de don José Fernández al frente de la entidad rojiblanca o de la encabezada por su vástago y sucesor y que parece ahora tocar a su fin; sin embargo, el balance de una gestión de tres décadas no puede ceñirse (al menos no en exclusiva) a las esferas económica y deportiva desde la frialdad de los datos, sino que debe contemplar otras situaciones que han marcado el decurso de estos años, sin que en todo caso parezca razonable “capar” esta auditoría efectuando en exclusiva anotaciones en el “debe” y orillando las que corresponde elevar al “haber”.

Si el enjuiciamiento se ciñe a la esfera deportiva o económica –reitero– parece que la señalada gestión no queda en buen lugar, al menos para quienes tuvimos la fortuna de vivir épocas casi gloriosas. Sin embargo, tal vez convenga remontarse a esos años 90 para señalar en primer lugar la evidencia de que fue el señor Fernández el que decidió invertir (y por tanto arriesgar) su capital en esta aventura, haciéndose con un inicial paquete de acciones que fue incrementando de manera paulatina, en esencia adquiriendo las que estaban en posesión del propio Consistorio de nuestra ciudad. Fue él quien comprometió su patrimonio y tal vez existieran mejores o más seguras opciones de inversión en aquella época, como sin duda existían otros inversores que optaron por caminos menos espinosos, comprometidos y no sujetos a tan amplio escrutinio público.

Creo saber de lo que hablo cuando les digo que esta aventura no fue un camino de rosas para el empresario, pues en el plano jurídico he tenido ocasión de vivirlo en segunda persona en línea descendente (y mi ascendiente, quien en dicho plano lo ha sufrido en primera, podría sin duda escribir un libro solamente con su intrahistoria, si bien al respecto me abrazaré a la prudencia del silencio, que a menudo valemos más por lo que callamos que por lo que hablamos). En aquel tiempo, los esfuerzos (no sólo del empresario: gracias Tini, gracias Mari Paz y gracias –también– a aquel “vendovos Mareo” del sin par Juan Arango) por encauzar una situación ya delicada al tiempo de hacerse con la mayoría fueron ímprobos y, si no se hubiesen acometido, créanme que a día de la fecha ni tan siquiera existiría puerto para el desembarco americano.

Se dice que el patriarca de los Fernández nunca quiso vender, pero tal afirmación obliga a plantear seguidamente la cuestión de si alguien quiso comprar y, más allá de ello, si de ese alguien cabría predicar las bondades anudadas al sentimiento sportinguista, como su vinculación a la ciudad o su compromiso con la mejor afición del mundo. Y es que se nos llena la boca a la ahora de alertar sobre la necesidad de no deslocalizar la gestión de los clubes y, en el paradigma de la paradoja y ante la escasez de producto local, comenzamos llenando el cántaro con leche de otras latitudes, cuando sabido es cómo acaba el famoso cuento.

Lo que no puede negarse es que avisada está la sufrida afición rojiblanca desde el momento en que el representante de la propiedad en ciernes no ha escondido (sic.) que “no entiendo por qué ven el fútbol tan distinto de un negocio”. Convengamos cuando menos en que idéntico derecho asistía a los Fernández y, desde luego, ellos (por muchas anotaciones que puedan hacerse en su debe) no lo han ejercido de manera tan abrupta y expresa.

Que este popurri de emociones y esta borrachera de ilusión no nos conduzca a perder la perspectiva, o movámonos al menos en los parámetros de obligada prudencia que exige el conocimiento de las experiencias foráneas en otros clubes, pues sin duda ello contribuirá a dibujar un escenario de cautela que logre atenuar el dolor ante posibles decepciones futuras y que confío no acaben por ser tales.

Concluyo trasladando mi convicción en cuanto a que, una vez concluida la compleja operación mercantil y entregado el heredado bastón de mando al nuevo inversor, Fernández junior. y el resto de su también sufrida familia hallarán en vida buena parte de la merecida paz en la que sin duda descansa ahora su difunto padre.

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