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Sariego

Nuevas epístolas a "Bilbo"

José Manuel Sariego

El asesinato de Pasolini

Lo mataron como a un perro. Por eso te lo cuento. Por eso y porque si viviera habría cumplido justamente 100 años el pasado mes de marzo. Diez costillas rotas, dedos fracturados, una oreja medio arrancada, cortes numerosos a lo largo de su pellejo. Un cadáver literalmente masacrado con nocturnidad y alevosía, que agonizó en un paraje miserable, sórdido, un páramo de chabolas. Te aclararé, "Bilbo", que Pier Paolo Pasolini era un escritor y cineasta italiano al que apalizaron salvajemente a los 53 años por comunista y maricón, cuando sus biógrafos coinciden en describirlo como comunista sin partido, como cristiano sin iglesia. Ya ves: otro delito de odio. Nada nuevo bajo el sol.

En realidad, como afirmó Bertolucci, su asesinato fue "un delito contra la cultura y la poesía". Marco Tullio Giordana, autor de una película sobre el personaje y este brutal episodio, dice que "su muerte supuso una grieta para Italia: la pérdida de una inteligencia, sin prejuicios e irregular, sin la cual habríamos sido más frágiles y manipulables. Una pérdida que destrozó no solo a sus amigos, sino también a sus enemigos, que desde entonces comenzaron a lamentarlo". Y añade un comentario esclarecedor, al cabo del tiempo transcurrido: "Se trató de un delito grupal ideado en ambientes de la pequeña delincuencia, no necesariamente con mandato político. Aunque muchos piensen que fue un homicidio orquestado por los fascistas o por cuerpos desviados del Estado. Es algo que sinceramente me parece improbable. Pero, incluso siendo sus responsables un grupo de idiotas sin finalidades ocultas, solo un linchamiento o un asalto que salió mal, es importante recordar el clima de odio que siempre suscitó en los biempensantes la homosexualidad de Pasolini y su ser, ya sea en modo contradictorio y de herejía de un hombre de izquierda. Más que de un delito político debemos hablar de un delito cultural, madurado en el caos de una mentalidad criminal fascistoide que ni siquiera hoy ha desaparecido totalmente. Esta es la razón por la que no sabremos la verdad. Nadie ha querido buscarla nunca realmente".

Miguel Dalmau Soler, en su obra "Pasolini. El último profeta", rescata uno de sus primeros recuerdos, singularmente cautivador por el arcano poético y la rebeldía innata que, a un tiempo, encierra. Escucha este párrafo con atención: "La primera imagen de mi vida es una cortina blanca y transparente, que cuelga inmóvil ante una ventana que da a una calleja más bien triste y oscura. Esa cortina me angustia y me produce terror, pero no como algo amenazador y desagradable, sino como algo cósmico. En aquella cortina se reúne y toma cuerpo todo el espíritu de la casa donde nací. Era una casa burguesa".

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