Homenaje a Fernando Menéndez Viejo

Sobre el último concierto de la temporada de la Sociedad Filarmónica de Gijón, que servirá de tributo al gran músico y fenomenal maestro

Jesús Menéndez Peláez

Jesús Menéndez Peláez

La Sociedad Filarmónica de Gijón clausurará, este viernes, día 9, su actividad musical de este curso con un concierto cuyo centro de atención, quizá más esperado, es la partitura "Cantarinos de la mi patria", de Fernando M. Viejo. Dos grandes maestros como Rimsky Korsakov ("Capricho español") y Benito Laurel ("Escenas asturianas"), si se me permite la expresión, serán los padrinos o "teloneros" de oro de esas partituras inéditas de quien será para muchos el broche más esperado de esta clausura. Todo un concierto de temática asturiana.

Esta reseña no es de un especialista en musicología sino de un aficionado para quien Fernando fue durante muchos años un icono referencial. Sin embargo, tan poco me considero un intruso al hablar de música. Cualquier hispanista que se acerque a la Literatura Medieval y del Siglo de Oro la música fue el canal transmisor de muchos géneros literarios. Item más. El 1 de octubre de 1969, quien subscribe, regresaba de Alemania, después de una muy fructuosa estancia para estudiar la lengua de Goethe; una estancia que cambiaría además sus horizontes de perspectiva existenciales. A mi llegada a Oviedo fui a recoger mi primer nombramiento, pues los compañeros de promoción ya había iniciado sus tareas pastorales hacía ya algún tiempo.

Me dirigí al Arzobispado. Me recibe el secretario general, don José María Martínez. Me entrega un sobre, a la vez que me dice: "Porque sabes tocar el órgano, te mandamos a la Parroquia de san José de Gijón, pues el párroco quiere un coadjutor organista". Me quedé un tanto perplejo. Mis conocimientos de este instrumento eran muy rudimentarios. Sí es cierto que, durante los doce años de los estudios eclesiásticos, la música era una asignatura importante. El arzobispo Lauzurica, amante de la música, como buen vasco, así lo había determinado. Durante esos años tuve el privilegio además de tener como maestro de música coral y gregoriana a don Alfredo de la Roza, el gran maestro inolvidable; también tuve el privilegio de formar parte de un pequeño grupo que recibía clases de piano y órgano por parte de don Luis Ruiz de la Peña, epicentro de cualquier actividad musical en el Oviedo de aquellas décadas 50 y 60 del pasado siglo.

Con aquella formación, repito, muy rudimentaria, hice las veces de organista en las secciones de Filosofía y Teología, vacante la plaza por el traslado de un pabellón a otro de organistas sin duda más duchos. Autonomía litúrgica en cada sección, por tanto, era preceptivo tener su propio organista. Este fue el motivo por el que asumí, por puro azar, la condición de "organista" en las secciones citadas. Este era mi modesto curriculum para acceder al nombramiento que se me hacía. Bien es verdad que el órgano ya había perdido todo el protagonismo de épocas pasadas; simples acompañamientos de cantos religiosos populares latinos o del Cancionero de Alcácer, dentro de un acompañamiento armónico muy elemental. El susto y la desazón iniciales quedaron mitigados al saber que en la parroquia de san Lorenzo, también en Gijón, estaba de "coadjutor organista" Fernando M. Viejo, por quien, desde los primeros cursos de Latinidad, sentía una verdadera admiración. Habíamos coincidido, evidentemente con diferencias siderales, en las enseñanzas bajo las batutas de don Alfredo y de don Luis. Fernando había nacido entre corcheas. Era músico "a nativitate".

De esta coincidencia en las dos parroquias vecinas nació una muy estrecha relación, musical y de amistad, hasta su muerte –Fernando había cursado estudios superiores de piano y órgano en Madrid; había asistido a cursos de canto gregoriano en la abadía de Solesmes, cuna del renovado canto llano ratificado por el Papa Pío X en su célebre "Monitum" sobre el canto gregoriano en 1903. Su formación académica en música abarcaba todo su campo semántico. Esto explica el pluralismo de sus actividades musicales. Una de ellas fue la creación del Grupo Melisma, integrado por antiguos compañeros. Durante dos décadas fueron muchos los conciertos que protagonizó esta agrupación. Incluso, con la ayuda de don Bonifacio, párroco de la iglesia de san Pedro, se editó un disco con las melodías gregorianas más populares. Era la época en la que los monjes de Silos conseguían, en dos CD, la primacía de ventas en USA–. Fue una moda muy efímera, como era de esperar. Para disfrutar del canto llano se necesita una preparación que le convierte en un género musical elitista. Fernando diseñaba aquellos conciertos con alternancia entre música gregoriana y canto polifónico.

Esta variedad restaba pesadez y monotonía a los melismas gregorianos. Otra cualidad de Fernando, adquirida "a nascencia", era su voz. En 1965 se editó un disco grabado en la basílica de Covadonga, cuyo contenido eran los himnos de Covadonga de Ignacio de Sagastizabal (el ganador y por tanto el oficial) y el de Nemesio Otaño (segundo en el listado). Tres grandes músicos, que marcaron quizás la época áurea de la música en el Prau Picón, se dieron cita: don Alfredo de la Roza, director de la Schola Cantorum, don Juan Luis Ruiz de la Peña, organista (posteriormente cambió el órgano por la teología dogmática) y don Fernando Menéndez Viejo, solista y director entonces de la Escolanía del Real Sitio. La estrofa "Como la estrella del alba", interpretada por Fernando, marca, a juicio de quien esto subscribe, sus grandes dotes de un tenor único e inimitable, con un timbre, una impostación y una modulación de una voz poco común. Siempre le reproché no haber sacado más provecho de este don.

La fama de Fernando se expandió por todo el Principado. Organista, asesor musical, Director del Coro de la Ópera en Oviedo y compositor; en su última etapa se decide a componer para orquesta. Junto a José Antonio Olivar, renombrado periodista y gran poeta, editan varios discos. Música y poesía en perfecta armonía con la cualificación "de excelencia". "Qué detalle, Señor, has tenido conmigo" fue una de las canciones más internacionales de Fernando y Olivar. Siempre me llamó la atención cómo asimilaba y componía rápidamente el estilo de una determinada época. Podría contar varios testimonios de esta su gran cualidad como compositor. Durante la larga pandemia que sufrimos Fernando estaba preparando, según me contaba, varias obras que formarán ya parte de su gran archivo ("escombrera", le llamaba él).

Mis colegas de la sección de musicología, que tanto le estimaban, sin duda tienen algún proyecto para analizar y ordenar esta "escombrera" que Fernando, por las circunstancias de su muerte, no pudo hacer. En esa "escombrera" se encontrarán, sin duda, las partituras inéditas de los "Cantarinos de mi Asturias" que se estrenarán este próximo viernes en el Teatro Jovellanos con el coro de la Fundación Princesa de Asturias, cuatro solistas de primera línea y el aperitivo de dos grandes maestros de la música clásica Rimsky Korsakov y Benito Lauret. Todo ello redunda en prestigio de nuestra Asociación Filarmónica de Gijón y, cómo no, en homenaje a este gran músico que fue Fernando, cuya viuda, Maripaz, fue su mayor apoyo. "Ex abundatia cordis, os loquitur".

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