El misterio del verano de 1884

La inauguración de la variante de Pajares nos lleva a recordar reiteradamente la apertura del primer paso ferroviario a través de la Cordillera, abierto hace 139 años

Héctor Blanco

Héctor Blanco

En el verano de 1884 la inauguración de esa conexión entre Asturias y la Meseta incluyó la presencia de Alfonso XII y la familia real, a la que siguió una breve estancia en Gijón entre los días 15 y 17 de agosto. Fueron jornadas de fiesta, celebración y expectativas de progreso. El tren era una garantía de desarrollo comercial e industrial, los monarcas apuntalaban la ambición local de convertir a Gijón en una estación balnearia de prestigio para captar mayor número de veraneantes. Todo ello se traducía en crecimiento y riqueza.

Alfonso XII, la reina María Cristina de Habsburgo y las infantas Isabel y Eulalia se encontraron con una ciudad engalanada en su honor con arcos de triunfo en las calles Trinidad y Corrida, arcos luminosos en el paseo de Begoña y dos pabellones de baño, entre otras construcciones efímeras.

Resulta un relevante misterio el que no existan fotografías de esa visita real. Aunque el pasado siempre es imprevisible, cabe descartar que no se realizasen instantáneas en esa época de un evento de tal entidad y no parece arriesgado suponer que bien esas imágenes en algún momento se destruyeron o bien están por descubrir y hacerse públicas.

Al menos nuestra Biblioteca Nacional custodia un álbum relacionado con la apertura de esta línea férrea realizado por el fotógrafo parisino Paul Sauvanaud unos meses antes de la inauguración de las obras. En él se incluyen tres imágenes tomadas en Gijón previas al evento estival: una vista de la Estación del Norte, otra de la dársena y una panorámica desde la falda del cerro de Santa Catalina.

Y, aunque nos faltan las imágenes de aquella visita regia, al menos contamos con el testimonio que ofrecen las crónicas periodísticas.

Así el diario "La Correspondencia de España" hace referencia a los arcos municipales de las calles Corrida y Trinidad, diseñados por el arquitecto Lucas María Palacios: "En la construcción del primero no se emplean más materiales que carbón mineral, el segundo se hace con madera". También detalla que otro erigido por la fábrica de Moreda y Gijón se elaboró empleando solo los productos de esta acería "desde el tosco lingote hasta el pulimentado y dorado alambre".

La estación del Ferrocarril del Norte, actual sede del Museo del Ferrocarril de Asturias, en 1884.

La estación del Ferrocarril del Norte, actual sede del Museo del Ferrocarril de Asturias, en 1884. / P. Sauvanaud / Biblioteca Nacional de España

Sin duda los elementos más singulares los constituyen los pabellones de baño. El pabellón flotante parece ser el ya utilizado en la visita regia del verano de 1877, traído de nuevo a Gijón. Este mismo periódico nos detalla que a comienzos de agosto "han empezado en el muelle los trabajos preparatorios para la colocación y armadura del pabellón destinado al baño de la familia real. Se compone de dos cuerpos unidos por un pequeño salón central colocados sobre una gabarra dispuesta al efecto". Para efectuar el acceso al mismo se instaló un embarcadero en el antepuerto, ubicado sobre el muelle de Santa Catalina.

La prensa local por su parte detalla la continuidad en el uso de una caseta de baño móvil siguiendo una tradición ya iniciada en la década de 1850 para los baños en la playa de Pando de María Cristina de Borbón e Isabel II. En 1884 fue ya en la playa de San Lorenzo donde "se instaló una elegante caseta para el servicio de la infanta Doña Eulalia; por la parte que mira al mar, tiene un “verandah” cubierto –el equivalente a lo que hoy conocemos como un porche–; el interior esta lujosamente alhajado y para mayor comodidad se halla montada sobre unos rollos de madera que la permiten avanzar y retroceder según sube o baja la marea".

Un testigo de aquellos días, José Rodríguez San Pedro O’Kelly, precisa en su autobiografía en relación al uso de estas construcciones que "era un festejo más el paso al baño de las infantas grandes. Doña Isabel, que sabía nadar, la tenían una caseta sobre una gabarra en el Serrapu –zona próxima a dónde hoy está la baliza de la Piedra de Sacramento–; a Doña Eulalia la tenían levantado un pabelloncito frente a lo que hoy es La Escalerona y entonces se llamaba La Garita".

No cabe duda que la visión de ese pasado, esa magia que permiten las fotografías, sería algo formidable. Es un misterio esta laguna dentro de la historia de la fotografía local y, quizás, algún día disfrutemos de la sorpresa de poder contemplar aquel verano excepcional para Gijón.

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