Opinión

San Isidro labrador: quita el agua y pone el sol

En muchas localidades agrícolas y ganaderas se celebra la festividad de su santo patrono, San Isidro Labrador. Asturias no podían faltar a la cita y en Gijón, en la parroquia de Granda, se celebra por todo lo alto esta entrañable festividad gracias al entusiasmo de su párroco, Don Vicente, conocido como Donvi. Esta festividad tiene especial relevancia en estos tiempos en los que la Agenda 2030, de la élite globalista, cuestiona la actividad agrícola y ganadera y siembra serias dudas sobre el futuro del campo, con medidas restrictivas, cuestionadas con protestas y tractoradas continuas.

San Isidro Labrador nació en el Madrid musulmán en el Siglo XI, era un católico mozárabe. Fue bautizado en la antigua parroquia de San Andrés. Las crónicas afirman que era pocero, buscador de agua. Casado con Santa María la Cabeza, tuvo un hijo, Illán. Trabajó al servicio de la familia Vargas, cuidado sus tierras, donde practicó las virtudes cristianas por las que fue beatificado y posteriormente canonizado, junto con Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco de Javier. Entre los milagros que se le atribuyen están el que se produjo en la persona de Felipe III, cuando ordenó que se le llevara el cuerpo incorrupto de San Isidro, lo que produjo la sanación del Monarca. Otro milagro atestiguado ocurrió cuando su hijo Illán cayo en uno de los pozos que su padre había descubierto. La madre angustiada avisó a Isidro, quien estaba en las labores del campo, y juntos oraron con fe y el hijo salió flotando del profundo pozo, salvo y sano.

San Isidro es el primer seglar canonizado; fue un humilde agricultor no tenía ninguna grandeza humana para ser patrono de Madrid, ciudad que le profunda una devoción singular. La tradición popular le atribuye numerosos hechos maravillosos, como el agua que salta a golpe de la azada del santo, o tormentas que se disuelven milagrosamente. La realidad es que San Isidro practicó grandes virtudes: llevaba madreñes llenas de barro; sus gestos serenos y pensados; sus palabras sencillas y amables; sus manos duras por el manejo del arado; pero su humildísima persona no cedió a la pereza, luchó contra el egoísmo, atendió a los que penaban y supo contar con Dios. Su cuerpo incorrupto se conserva en la colegiata madrileña que lleva su nombre. San Juan XXIII, papa hijo de familia campesina al servicio de amos, lo proclamó patrono universal de los sufridos hombres del campo. Lope de Vega le dedicó un extenso e intenso poemario, "Isidro", que inicia así: "Canto al varón celebrado/ sin armas, letras, ni amor/ que ha de ser labrador/ de mano de Dios labrado/ sujeto de mi labor".

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