Entramos en el palacete indiano de La Quintana: así es el espectacular albergue de peregrinos de Grado

Lorena Rodríguez, hospitalera, abrió en 2018 tras rehabilitar el inmueble, que recibe cada año a más de siete mil personas que hacen el Camino y paran en este emblemático alojamiento

Entramos en el palacete indiano de La Quintana: así es el espectacular albergue de peregrinos de Grado

Paula Tamargo

Un 15 de julio de 2018 el palacete indiano de La Quintana, en Grado, abrió reconvertido en albergue de peregrinos. La fecha la recuerda exacta y perfectamente Lorena Rodríguez Gutiérrez, hospitalera, del mismo modo que tampoco ha olvidado al que fue su primer huésped, un hombre de Tenerife. Alma de este espacio de gran belleza, que conserva ya en la entrada techos, azulejos y escalera originales, ella fue quien tuvo la idea de darle este uso. La propiedad la había adquirido su padre y poco a poco la fueron rehabilitando hasta devolverle el esplendor que tuvo antaño y hacer de ella una de las más singulares posadas en las que se puede hacer un alto para descansar en el Camino de Santiago. Simplemente, entrar en el hall, que conserva todo su encanto, es ya una experiencia para quienes gustan de la arquitectura de estas grandes casonas y su exquisita decoración, exportada en muchos casos de otras latitudes en las que se forjaron las fortunas que permitieron levantar estas mansiones. Disfrutar de los jardines, en la parte delantera y trasera del inmueble, un extra más de este albergue que destaca por haber mantenido la esencia de la construcción y su época.

Lorena Rodríguez, hospitalera, en el hall de la casa.

Lorena Rodríguez, hospitalera, en el hall de la casa. / P. Tamargo

La casona fue de un indiano emigrante a México, Aurelio Huerta, que la reconstruyó en 1930 a partir de otra de una sola planta. Aunque vivió en ella unos años, con su familia partió al exilio en la época de la Guerra Civil y acabó por regresar a la capital azteca, donde acabaría falleciendo. El inmueble se vendió después en varias ocasiones hasta que llegó a manos de Luis Rodríguez, que la adquirió y la recuperó, pues se encontraba en estado de deterioro. Su hija Lorena recuerda el proceso de rehabilitación, cómo tuvo la idea de convertirla en albergue y cómo fue el periplo hasta hacer realidad su proyecto.

"Yo no tenía ni idea de esto. Sí era una enamorada del Camino, lo había hecho un par de veces, pero tampoco era una locura ni nunca había dicho quiero ser hospitalera o dedicarme a dar este servicio. Sucedió que mi padre se jubiló, empezó a hacer por aquí pequeñas cosas, coincidió que en aquella época yo me había quedado sin trabajo y decidí venir a verlo hasta la casa. Cuando me di cuenta tenía unas botas, un pantalón de obrero y estaba sacando escombro, pintando y haciendo con él", recuerda Lorena Rodríguez.

Baño original de la casa, donde solo se ha retirado la bañera del hueco donde ahora hay una ducha.

Baño original de la casa, donde solo se ha retirado la bañera del hueco donde ahora hay una ducha. / P. Tamargo

Y después llegó el proyecto de convertirla en albergue. Hecha la obra y con todos los permisos en regla, abrió. "No hice inauguración oficial ni nada, porque nada más abrir la puerta, tuve gente. Recuerdo que un día mis padres se fueron a comer y cuando volvieron ya tenía aquí a 13 peregrinos". El primero, el de Tenerife, sabedor de que tenía el honor de estrenarlo, le regaló a Lorena una planta y una caja de bombones. Después también escribiría un libro que le haría llegar, una más de las muchas atenciones que le dispensan a esta hospitalera los peregrinos, que se maravillan al entrar a tan especial espacio y salen encantados del buen trato, servicio y experiencia vivida cuando se marchan para proseguir camino. Postales, llamadas y hasta regalos para su hijo no son inusuales en esta casa en la que la sonrisa de Lorena Rodríguez recibe al traspasar la puerta. "Hasta una bici para el crío me mandaron una vez", explica.

Vista del jardín trasero de la casa.

Vista del jardín trasero de la casa. / P. T.

El albergue tiene habitaciones comunitarias con literas, pero también privadas con baño. "Al principio, la idea era abrir solo albergue, con 75 plazas, pero ocurre que después de la experiencia inicial, mucha gente ya de una cierta edad prefería privacidad y su propio aseo, así que nos dio tiempo a hacer un modificado y poner este otro tipo de habitaciones arriba", explica. Son preciosidades con muebles antiguos, de maderas nobles, con grandes ventanales que miran a los jardines.

Tras abrir en 2018, el de 2019 "fue un año muy bueno, ya tenía las dos plantas, tenía el albergue y tenía el hotel". "Después, en 2020 fue cuando saltó la pandemia y ya todo fue más lento. Hasta el año pasado no empezó a recuperarse movimiento de peregrinos extranjeros. El 2020, 2021 y 2022 hubo pocos extranjeros y ya en el 23 empezamos a recuperar. Ahora, este 2024, estamos a pleno con el extranjero más que el español", explica Rodríguez.

Vienen, sobre todo, de Alemania. Y empiezan a llegar coreanos. "Hasta ahora coreanos no venían, son más del Camino Francés o del Norte" y no tanto del Primitivo, el de Grado. Pero nacionalidades, casi de todas llegan a este albergue. "India, República Checa, Polonia, mucho italiano, francés... Este año van ya unos cuantos rusos, que el año pasado no hubo", señala, preguntada al respecto.

Ricardo Arbaizar y su hija Paloma, en la recepción de La Quintana.

Ricardo Arbaizar y su hija Paloma, en la recepción de La Quintana. / P. Tamargo

El albergue de La Quintana recibe cada año más de siete mil peregrinos. La temporada en este caso va de marzo a noviembre. Cuando se llena, busca alternativas para los que llegan hasta su puerta. "Nunca nadie quedó sin plaza en Grado. Entre el nuestro, el albergue municipal, los hoteles, o el de San Juan de Villapañada, siempre se encuentra. Hay para todos, a veces hasta los llevamos nosotros hasta otros con plaza o llamamos a Cabruñana para que abran si es necesario", comenta esta hospitalera que mantiene intacta la ilusión con la que abrió el primer día y a la que se ve feliz en su labor diaria. El peregrino es agradecido "por todo", hasta por una sonrisa, señala quien la lleva siempre puesta y recibe a quien llega a un palacete en el que los peregrinos pueden dormir y vivir por unas horas como auténticos indianos.