Oviedo, Eugenio FUENTES

Ascético, tanto en su aspecto como en sus hábitos, el general de cuatro estrellas Stanley McChrystal (1954) ha sido durante años un lobo de las operaciones especiales de máximo nivel. Dicen sus biografías, tan escuetas como su rostro emaciado, que la mayor parte de su hoja de servicios -33 años vistiendo la guerrera- lleva el sello «clasificado» que se reserva a las acciones secretas.

La más llamativa, planeada en 2002, tenía por objetivo liquidar en las montañas que unen Afganistán y Pakistán al «número dos» de Al Qaeda, y hombre fuerte de la red, el egipcio Ayman Al Zawahiri. Sorprendentemente, fue anulada en el último momento por el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, quien alegó que los datos de inteligencia en los que se basaba eran deficientes. McChrystal se proclamó víctima de una tomadura de pelo sin igual.

El enfrentamiento de McChrystal con Obama recuerda al del general MacArthur con el presidente Truman durante la guerra de Corea (1950-53). Si entonces el apartamiento del «virrey del Pacífico» tuvo que ver con su insistencia en atacar con armamento atómico, ahora ha sido la negativa de la Casa Blanca a enviar 40.000 soldados más a Afganistán la que ha encendido la pólvora.

MacArthur estaba convencido de la necesidad de doblegar al naciente régimen comunista de Mao Zedong para ganar una guerra que acabó, y sigue, en tablas. McChrystal, el encargado de aplicar en Afganistán una nueva estrategia, más basada en ganarse a los afganos que en derrotar a los talibanes, lleva meses proclamando que los 100.000 hombres a su disposición son insuficientes para asestar a los rebeldes golpes tan contundentes que permitan iniciar en julio de 2011 la retirada prometida por Obama. Promesa, por cierto, que siempre ha considerado un inmenso error: anunciar la retirada equivale a alentar la resistencia.

Antes de llegar a Afganistán en 2009, McChrystal se había pasado de 2003 a 2008 dirigiendo desde Carolina del Norte operaciones de comando para acabar con relevantes enemigos iraquíes. Hombre de ordenador y fusil, viajaba de continuo a Mesopotamia para dirigir sobre el terreno los hachazos. Quienes han trabajado con él no sólo alaban su extraordinaria inteligencia y determinación, sino también su capacidad diplomática para tender puentes entre Ejército, FBI y CIA.

De ahí que no pueda sino sorprender el desliz que ha acabado con su esplendorosa carrera y que no pocos analistas interpretan como un movimiento de ficha para desmarcarse de la dirección de una guerra que ve perdida.