Todas las primaveras me gusta acordarme de la comida que ofreció sir Francis Galton a sus amigos. El día anterior había separado unos puñados de guisantes antes de darle el resto de la cosecha que había recogido ese día a su cocinera. Mientras ella preparaba una menestra, él se entretuvo en dividir por tamaño los que había apartado y meter cada montoncito en una bolsa. Al final de la comida entregó una a cada comensal con el compromiso de que los plantaran y le trajeran la cosecha al año siguiente.

Y así fue. Cuando se quedó solo tras esa segunda menestra, examinó la relación entre el tamaño medio de los guisantes padres y el de los guisantes hijos. Observó dos cosas: el tamaño es una característica hereditaria en los guisantes y los padres muy grandes tienen hijos en la media más pequeños que ellos, lo mismo que los pequeños tienen en la media hijos más grandes. Para examinar el primer fenómeno inventó la correlación, que hoy se usa extensamente y al segundo fenómeno lo llamó regresión a la media. Mientras, su primo Charles estaba enfrascado en el estudio del origen de las especies lo que dio lugar a la teoría de la evolución y un monje en Brno, entonces Imperio Austro-Húngaro se dedicaba a examinar, también con guisantes, la transmisibilidad de los caracteres cualitativos. Gregor Mendel no conocía a ninguno de los nietos de Erasmus Darwin ni ellos a Mendel. En Galton se origina una línea muy rica de estadística que fructificó en Fisher, quién armó con matemáticas elegantes el pensamiento de la teoría de la evolución. A principios del siglo XX conocieron los estudiosos de la evolución el trabajo de Mendel. La síntesis entre las dos tendencias, la cualitativa y la cuantitativa, dio más luz fortaleza a la teoría. Todo empezó con los guisantes.

Los guisantes son leguminosas, como las judías, las lentejas o los garbanzos o las algarrobas. Son los granos, las semillas, que vienen envueltos en una vaina. En Asturias llamamos fréjoles a las judías verdes porque esas vainas, si se dejan madurar, contendrán los fríjoles, como se denominan en América. Lo mismo que las patatas y el tomate, las judías vienen de allí. Los seres humanos comemos una gran variedad de productos vegetales. Hasta hace poco, desde el punto de vista de la alimentación, se dividían en cuatro grandes grupos: cereales y azúcares; frutas; verduras y hortalizas; legumbres y patatas. El objeto es poder hacer recomendaciones entendibles en cuanto a la frecuencia de consumo, que se deben basar en las propiedades nutritivas y los efectos en la salud que hayan sido demostrados mediante estudios. En general, cada familia vegetal (crucíferas, liliáceas, etcétera) tiene características nutritivas comunes. Se pueden imaginar lo difícil que resulta estudiar minuciosamente la dieta y atribuir por especie, o aunque sea por familias, los efectos que se observan. El resultado es que después de muchos años de estudiar la dieta y de mucho gasto, apenas sabemos nada. Pero algo sí parece verdad: el consumo relativamente alto de productos vegetales se asocia a menos riesgo de enfermedad. Por eso con cierta seguridad se recomienda que en una dieta normal, de unas 2.000 calorías, se consuma diariamente dos tazas diarias de fruta y dos y medio de vegetales. Una taza equivale a una naranja o una patata mediana, a un plato pequeño de espinacas o unos 5 floretes de brécol. Pero, claro, no logramos una buena dieta si comemos sólo patatas y plátanos, por ejemplo; y sin embargo cumplimos.

De ahí lo de los grupos y las pirámides de alimentación. La más actual nos recomienda que comamos vegetales verdes oscuros tres veces semanas (lechuga, brécol, espinaca), los anaranjados dos veces (zanahoria, batata), legumbres secas, tres veces, los feculentos, tres veces ( patatas, guisantes, maíz) y el conjunto del resto seis o siete veces ( una miscelánea que incluye alcachofas, judías verdes, tomate, pimiento y repollo entre otras).

Sé que el esfuerzo que hacen las autoridades sanitarias por trasmitir el mensaje es enorme. Pero la dificultad intrínseca del tema produce estos resultados. Por un lado, es hasta cierto punto desconcertante que no estén en el mismo saco el repollo y el brécol cuando las dos son crucíferas del género «brassica». O que los guisantes frescos sean féculas mientras que las habas o judías son legumbres. No sé dónde colocar las arvejas, como se llaman a los guisantes secos. Por otra, se necesita un diario para acordarse de si durante la semana se cumplió con las recomendaciones.

No creo que yo pueda mejorar el consejo de los sabios que trabajan en esto. De manera simplificada, creo que la idea es que hay que comer más vegetales y que no conviene restringir la dieta a unos pocos. En este caso, en la variedad está el gusto.

Todo lo relacionado con el amor de pareja es tan íntimo y subjetivo que resulta difícil explicarlo; pero tanta violencia sexista, tanto crimen pasional, me hace pensar en la enorme cantidad de insatisfacción y miedo encubiertos que se esconden en algunos hogares.

Porque es cierto que las relaciones sexuales/amorosas provocan mucha felicidad, pero también mucho dolor y violencia. Ahora bien, de ahí a torturar y matar, hay un abismo. Sin embargo, a diario nos encontramos en los medios de comunicación nuevas víctimas de la violencia doméstica. Y yo me pregunto: ¿qué conflicto intrapersonal puede llevar a cometer semejantes atrocidades?, ¿necesitan los maltratadores, víctimas propiciatorias para proyectar sobre ellas los fracasos y desahogar sus frustraciones?, ¿o es que el hombre está aterrado porque ya no manda en el hogar y le resulta insoportable la visión de esa mujer que lanza el grito «hasta aquí hemos llegado»?

Suele decirse que la relación amorosa es un cóctel de pasión, intimidad y compromiso. Una bomba, si no se sabe asimilar. Porque, cuando se vive bajo los efectos de la pasión, hay una necesidad de saberlo todo acerca de la otra persona. Es como si quisieras incorporarla al baúl donde guardas todas las claves que te descifran. El problema se plantea cuando surge el deseo de dominio, porque alimentado por la pasión, es más fuerte que todo raciocinio. Y si la pasión se desborda, rompe los sistemas de control, salta las normas, y?

Sin duda, las pulsiones sexuales son una fuerza peligrosa que es necesario controlar Y quizás haya parejas que tengan una convivencia difícil porque se aman con pulsión violenta. Pero todo tiene unos límites. La búsqueda de la autonomía personal y la liberación del poder del deseo son metas necesarias en el ser humano. Mantener un elogio sin trabas del deseo acaba en la contradicción o en el crimen.

Pero antes del crimen hay torturas, malos tratos, y detrás de todo ello se esconde una persona con baja autoestima, y con una personalidad dependiente. Y eso requiere tratamiento, porque la resignación, el amor entregado y la espera silenciosa son impropios de alguien libre y emocionalmente equilibrado. Sin duda, el amor de pareja es importante, pero hay tantas otras cosas en la vida, que condenarse a la amargura por él es una pérdida de tiempo. El ser humano necesita para vivir algo más amplio y versátil que un amor, aunque éste sea feliz y perdurable.