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l Arquitecto municipal en Mieres. «A los cuarenta días de mi nacimiento, que había sido en Palencia, el 25 de enero de 1920, mi familia se estableció en Mieres, donde mi padre, José Avelino Díaz Fernández-Omaña, ocupó la plaza de arquitecto municipal. Por ello me considero asturiano de hecho. Además, mi padre era ovetense, aunque su primer destino, al acabar la carrera en Madrid, fue de arquitecto de la Diputación de Palencia. En Palencia nacimos mi hermano José, al que no conocí porque falleció de pequeño; mi hermana Pepita y yo. Los otros hermanos ya nacieron en Mieres: Carmina, Luis Arsenio y Eduardo. Mi padre era hijo único, pues su padre murió joven, y fue su madre, mi abuela Paulina, la que tiró de él. De hecho, ella se trasladó a Madrid para que mi padre estudiara Arquitectura, pues la familia no tenía muchas posibilidades económicas. Mi abuela se llevó también para que estudiara en Madrid a otro chico, de la familia Tuero, los médicos, así que contribuía a los gastos. Mi padre acabó los estudios en 1915. Mi madre, Pepita López-Negrete, tiene un apellido muy arraigado en México. La única vez que estuve en ese país cogí en cuanto llegué la guía de teléfonos de la capital y encontré cinco o seis paginas del apellido Negrete; pero mi sorpresa fue que cuando busqué López-Negrete había diez páginas. Mi madre había nacido en León, pero su familia vivió en Madrid, en la casa en la que yo estuve mientras estudiaba Arquitectura, calle de Cervantes, en el edificio en el que una placa dice: "Aquí vivió y murió Miguel de Cervantes Saavedra, cuyo ingenio admira el mundo". Este edificio era una casa antiquísima. Mis padres se casaron en Madrid, en la llamada Capilla de los Arquitectos, de la Iglesia de San Sebastián, en Atocha. En esa capilla están enterrados Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva».

l Quinientas pesetas el proyecto. «En 1920 sale la plaza de arquitecto municipal de Mieres y mi padre se presenta al concurso y la gana. Es la primera plaza de arquitecto municipal que se crea en Asturias fuera de Gijón y Oviedo, donde entonces eran titulares, respectivamente, Miguel García de la Cruz y, si no recuerdo mal, Bustelo. Estando en Mieres mi padre ocupó interinamente un año la plaza de Oviedo, en una época en la que hubo una guerra tremenda entre arquitectos. De mi infancia en Mieres conservo muchos recuerdos, pero, sobre todo, me gusta evocar muchas obras de mi padre, en arquitectura regionalista, que se las han ido cargando poco a poco. Creo que sólo queda el chalé que proyectó para la familia Antuña, y la última que recuerdo haber visto cuando aún no había sido demolida es la casa de Victoriano Menéndez, en la calle de Numa Guilhou, de estilo regionalista y de calidad. El cargo de arquitecto municipal no tenía incompatibilidad con la actividad privada de mi padre. No existía el Colegio Oficial y aquellos proyectos se concertaban directamente con el cliente. Conservo cartas de mi padre en las que se establecía el pago en plazos de cien pesetas o en especie, por ejemplo, un reloj suizo y dos bandejas de plata por una obra. Precisamente aquel reloj suizo me lo regaló mi padre cuando terminé la carrera. Un proyecto podía costar de aquélla unas 500 o 600 pesetas, lo cual incluía dirigir la obra. Los proyectos eran de mucho detalle en dibujo, pues contenían gran número de elementos, como cornisas, antepechos, capiteles, molduras?».

l Barras de tinta china. «Fue siendo niño cuando me introduje en el estudio de mi padre y recibí mi primer baño en la convivencia con los delineantes. Me causaba una gran impresión ver cómo se obtenía la tinta a diario para los tiralíneas y compases, con unas barras de tinta china, que, en efecto, venían grabadas con letras chinas y que se deshacían dándoles vueltas en un pocillo blanco de porcelana con unas gotas de agua. Y recuerdo que el papel que se utilizaba era tela azul, en la que se podían borrar los dibujos a base de lavarla. Además, tenía otra influencia hacia una profesión técnica. Mi abuelo materno, Gerónimo López-Negrete, era ayudante de obras públicas en la Dirección General de Señales Marítimas, y gracias a él y a Laureano Prendes, ayudante de obras públicas en Gijón y abuelo del pintor, conocí los faros gijoneses y asturianos siendo yo niño. Recuerdo especialmente el del Cabo Peñas, porque para mí era una gozada ver aquellas lámparas y mecanismos. Hijo de Gerónimo y hermano de mi madre era el tío Tomás, que había sido muy brillante y había estudiado Ingeniero de Caminos. Terminó muy joven los estudios y murió tempranamente, casi recién acabada la carrera, de un cáncer de hígado, creo recordar. Como había veneración hacia él y no había podido desarrollar su profesión, la familia de mi madre fomentaba en mí ese polo de atracción hacia la ingeniería, como continuador de aquella vocación de mi tío por la ingeniería, pero en cuanto vi los pocillos y las barras de tinta ya me decidí por la arquitectura».

l El dinero corría por Mieres. «De niño, muy pequeño, estuve en el Colegio de las Dominicas, y después en el de los Baberos. Hice el ingreso y los tres primeros cursos de Bachillerato como alumno libre en el Instituto de Oviedo, de junio de 1929 a junio del 1932, ya que en Asturias sólo había el Alfonso II, y el Jovellanos, en Gijón. Nos preparábamos en una academia y teníamos las tardes dedicadas al estudio en la antigua Escuela de Capataces de Mieres, hoy Casa de Cultura. Aquel edificio quedaba libre por las tardes y todos los que nos preparábamos para el Bachillerato no juntábamos allí, con vigilantes. La academia privada era de unos cuantos profesores que se habían reunido para dar aquellas clases. Cuando mi padre llegó Mieres todavía disfrutaba de la bonanza económica que trajo al carbón la I Guerra Mundial, con lo cual el dinero corría tremendamente. A él le escuché contar la anécdota de que recién llegado entró en un bar de calle de La Pasera; iba con otra persona del Ayuntamiento y unos mineros que estaban allí preguntaron quién era mi padre. "Es el nuevo arquitecto municipal", y un minero de aquellos dijo generosamente: "Pues está invitado a una botella de champán". Mis amistades de niño eran hijos e hijas de los amigos de mis padres. Por ejemplo, ingenieros de minas: los Vigil-Escalera, que luego vinieron a Gijón; o los Solano, con cuyos hijos mayores traté, Arturo y María Antonia, casada con un farmacéutico de Mieres, Manolo Gutiérrez. El Solano que era de mi época, Máximo ingresó en la Armada. El hijo mayor de los Vigil-Escalera era Pepe, muy serio y formal. En uno de aquellos estudios de la tarde en la academia organizábamos guerra de guerrillas y cuando llegaba el vigilante y veía aquello convertido era un campo de batalla, decía: «Todos castigados, menos Pepe». Estaba también su hermano, Joaquín Vigil-Escalera, que fue mi íntimo amigo en aquella época y que fue de los últimos que murió en Asturias antes de la entrada de los nacionales. Además de los ingenieros, estaban los Arias de Velasco, cuyo padre era secretario de Juzgado y vino luego de secretario a Gijón con toda la familia.

l Republicano melquiadista. «En esos primeros años no tuve conciencia ninguna del ambiente político, pero sí percibí cosas cuando empecé a estudiar el Bachillerato, a los nueve años. Después, con la proclamación de la República, recuerdo alguna vez que fui a Oviedo con mi padre, y a la altura de Olloniego nos golpearon el coche, y había el equipo de fútbol que se llamaba el Soviet. A la vez que eran amigos nuestros los Álvarez-Buylla, también lo eran los hijos del socialista Manuel Llaneza, mayores que yo. O los García, cuya hija mayor, Tina, se casó con Alfonso Iglesias, el dibujante, y tuvieron dos hijos arquitectos: uno se murió muy joven y el otro, Alfonso, fue presidente mío años después en la Hermandad de Arquitectos. Mi padre era republicano melquiadista y tenía relaciones personales en ese sentido. El ingeniero que trabajó con él en 1933 en la construcción de la Escalerona de Gijón, Ramón Argüelles, tenía parentesco con la familia de Melquíades. Supongo que mi padre vio con agrado la llegada de la República, pero se avecinaban grandes cambios, como había sido ya la sustitución del alcalde José Sela Sela».

l Cien mosquitos en un rato. «En 1931 sale la plaza de arquitecto municipal de Gijón; mi padre se presenta y gana el concurso. Se habían presentado unos 14 o 15 aspirantes. Mi padre tomó posesión en abril de 1932 y yo me quedé en Mieres estudiando con un profesor en el barrio de Oñón hasta terminar el curso. Al llegar a Gijón mi padre construye la vivienda familiar en El Bibio, en 1933, año el que también construye la Escalerona de la playa de San Lorenzo, por iniciativa del Ayuntamiento. El chalé de El Bibio, ya en estilo racionalista, lo construye cerca de las charcas que no se desecaron hasta los años cincuenta para hacer el parque de Isabel la Católica. Cuando fuimos a vivir a esa casa había tal cantidad de mosquitos que dormíamos con mosquitero, y si te ponías a cazarlos caían cien en un momento. En aquella zona no había más que el colegio de la Asunción, la plaza de toros y el antiguo Club de Tenis».

l Un plan de empleo. «En aquella época hubo una huelga de construcción importante y grandes crisis laborales. Para favorecer la contratación temporal de obreros el Ayuntamiento decidió realizar algunas obras públicas y creó algo parecido a los actuales planes de empleo. Uno de esos proyectos fue el de construir la denominada "escalera monumental" de acceso a la playa de San Lorenzo, al final de la calle de Jovellanos. La idea tuvo oposición dentro del Ayuntamiento porque iba a costar 100.000 pesetas, y dos concejales manifestaron que ese dinero se tenía que emplear en otro tipo de obras. Esos ediles decían que el acceso al arenal se solucionaba con una rampa, a lo cual mi padre repuso que de eso nada, porque lo mismo que bajaba la marea también subía y si había mar fuerte se metería el agua en la calle de Jovellanos. Entonces se decidió hacer la Escalerona y mi padre dibujo tres alternativas, que se expusieron en el escaparate de la sastrería Masaveu, de la calle Corrida, para que los gijoneses opinaran. Al final se construyó una escalera que no era ninguna de las tres, sino parecida, y su dibujo lo realicé yo mismo cuando hace unos ocho años se restauró la Escalerona. La obra la realizó Casa Gargallo con una premura tremenda, en un mes y pico, trabajando de noche con iluminación artificial y sorteando las mareas para hacer la cimentación».

l Gotas de sangre. «Octubre del 34 lo vivo en Gijón, cuando estaba terminando el Bachillerato en el Instituto Jovellanos, que entonces estaba en el edificio del Colegio de la Inmaculada, de donde los Jesuitas habían sido expulsados. Aquel edificio era a la vez cuartel, prisión, hospital e instituto. Estudiábamos en la planta baja, y en el primer piso montaron un hospital de sangre. Alguna vez por alguna rendija nos cayó una gota de sangre sobre el cuaderno. El primer día de la Revolución lo recuerdo con la familia pegada a la radio, escuchando las proclamas, como la de Maciá en la Generalitat de Cataluña. En Gijón duró menos la Revolución, pero en Oviedo quedó atrapada mi abuela Paula, que era una mujer muy independiente y vivía sola. Mi padre era amigo de Menchaca, el jefe de la Policía Municipal de Gijón, y se fueron los dos a buscarla en una ciudad que encontraron llena de cadáveres. Mi padre hace a continuación el edificio de la Fundación Honesto Batalón, para escuela, y el Monte de Piedad de la calle del Instituto, ambos en estilo racionalista, pero el Monte de Piedad no se ejecuta hasta después de la guerra, en 1939, y eso dio lugar a alguna confusión sobre su autoría. Sucedió también que hay un dibujo de ese edificio que realizó Félix Candela, que sería después un arquitecto de gran reconocimiento. Candela había venido a Gijón cuando mi padre tuvo que hacer el proyecto para un nuevo Instituto Jovellanos en el bario de La Arena, cerca de la playa, que nunca se construyó».

l Naranjo de Bulnes y natación. «Mi padre era también arquitecto del Ministerio de Instrucción Pública y por eso a él se debe el edificio del Instituto Alfonso II de Oviedo, además de que intervino en la reconstrucción de la Universidad, tras las destrucciones de 1934 y de la Guerra Civil. El proyecto del nuevo Instituto Jovellanos lo redactó en el verano de 1935, y tenía que hacerlo en dos meses, para ello busco dos colaboradores, jóvenes arquitectos, creo que fue Julio Galán, entonces alumno de Arquitectura, el que le recomendó a Félix Candela y a otro. En 1935 yo había acabado el Bachillerato y me había ido a Madrid a estudiar el primer curso de los dos de Ciencias Exactas que eran requisito para hacer después Arquitectura. Félix Candela vino aquellos dos meses de verano a Gijón y trabamos gran amistad. Hicimos cantidad de excursiones y el sacó tiempo hasta para escalar el Naranjo de Bulnes por una subida fácil. Era un gran deportista y nadaba todos los días en la playa. Después me fui a Madrid de la mano de Félix, que me hizo socio del Real Madrid y me llevo a todas partes. Era internacional de rugby y fui a todos los partidos que jugaba Arquitectura contra Medicina. Años después, cuando vino a España en 1973 (para hacer el proyecto del nuevo estadio Bernabeu y de una torre de 70 plantas, que luego no salieron), me invitó a la inauguración de su estudio en Madrid. Estuvimos juntos otra vez en Granada, cuando le dieron la medalla de oro del Colegio de Arquitectos. Falleció en 1997 y le dediqué una necrológica en la revista "Arquitectura", recordando aquellos tiempos de Gijón».

l Paramento de vidrio. «Pues bien, mi padre redactó en 1936 el proyecto de Monte de Piedad de Gijón y fue a visitarme a Madrid y a pedirle a Félix que le hiciera un dibujo en perspectiva del edificio. De ahí la confusión, ya que también se les atribuyó participación en el proyecto a Luis Martínez Feduchi y a Vicente Eced, a los que mi padre no conocía, ciertamente. El edificio del Monte de Piedad está a reconocido como uno de los cuatro o cinco mejores edificios racionalistas de Asturias. Cuando la Caja de Asturias lo reformó me ofrecí para realizar la rehabilitación, por supuesto, sin cobrar y en memoria de mi padre, pero con manos libres para dejarlo tal como él lo había proyectado. Por ejemplo, la torre del reloj estaba deshecha y habían colocado ventanas donde había un paño entero de hormigón y piezas modulares de vidrio, ya que había sido el primer edificio de España donde se empleó ese paramento de vidrio, que a continuación se usó en una joyería de Barcelona».

l Derribos inmediatos. «A finales de 1936 comienzan los derribos en Gijón para ejecutar un plan de mejoras urbanas. Eran derribos completamente a la brava, y en los periódicos de la época se anunciaban poco antes o de un día para otro. Guillermo Rionda era el concejal de Urbanismo en aquella época, en el Ayuntamiento frentepopulista del alcalde Avelino González Mallada. A Rionda lo fusilaron los nacionales al acabar la guerra, y mi padre salió en defensa suya, porque le parecía una barbaridad aquel final, pero el rencor de la gente por el sistema de derribos era tremendo. Decirle a alguien "váyase usted, que mañana vamos a tirar el edificio" es un poco fuerte. Quedó sin derribar el famoso Martillo de Capua, y las corporaciones actuales no hicieron suyo el pensamiento del alcalde Mallada. Tiene un valor ambiental, pero no es una pieza de arte y su derribo esta previsto durante la guerra para realizar el ensanche del muro de San Lorenzo».

Segunda entrega, mañana, lunes: Miguel Díaz Negrete