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FRANCISCO GONZÁLEZ ÁLVAREZ-BUYLLA | Químico y empresario, gestor musical

"Había ríos en Asturias en los que el fango llegaba a la rodilla"

"Mi madre murió cuando yo tenía unos meses, en plena guerra; me crié con los abuelos en un Oviedo lleno de cascotes"

Francisco González Álvarez-Buylla, a las puertas del teatro Campoamor, en Oviedo. JULIÁN RUS

Francisco González Álvarez-Buylla era un bebé de pocos meses ajeno al drama que se cernía sobre su familia. La Guerra Civil había estallado y Pilar, su madre, decidió coger a su hijo recién nacido y marcharse a León, donde la contienda se sospechaba menos enconada. De León provenía la estirpe materna de este ovetense nacido en 1936 (81 años), el menor de tres hermanos.

"Mi madre murió en León de una enfermedad fulminante, una especie de tuberculosis. No la recuerdo, como es natural, pero algunas veces pienso en cuánto debió de sufrir sabiendo que dejaba a tres niños pequeños y en aquel entorno terrible de la guerra".

Buylla es presidente de la Fundación Musical Ciudad de Oviedo, gestora de la orquesta Oviedo Filarmonía, y presidente de la Capilla Polifónica "Ciudad de Oviedo". No sólo preside, también canta en el coro. Voz de bajo que él asegura que no es la de antes. Ya por encima de los ochenta años, químico de profesión, lleva los asuntos financieros de la empresa de pinturas industriales que regenta junto a tres de sus hijos. "A las ocho de la mañana estoy allí, al pie del cañón, porque soy de los que opinan que madrugar sienta muy bien".

Fue campeón de Asturias de tenis, en la modalidad de mixtos, "cinco o seis veces, y todas con parejas distintas". Y subcampeón en individuales y dobles. Empezó tarde a jugar, cuando cumplió 18 años y pudo disfrutar de las pistas del Club de Tenis capitalino, que tenía como norma de empresa no dejar entrar en las instalaciones deportivas a los menores. "Me dio clases Juan Cassá, que además cantaba muy bien". Asegura que toca la guitarra sin virtuosismo, pero con alguna habilidad, "la suficiente para enfrentarme a unos cuantos tangos" si la ocasión se tercia.

"Nací en la calle Santa Cruz y viví unos años cuarenta en un Oviedo todavía con cascotes y con el Campo San Francisco convertido en algo así como el patio de casa. Mi padre, Adolfo, era abogado procurador, un gran deportista que jugó en el Deportivo Ovetense, uno de los clubes que años más tarde dieron lugar al Real Oviedo. El otro era el Stadium y había una piquilla tremenda. Un abuelo mío llegó a ser presidente del Stadium".

Francisco González Alvarez-Buylla es Paco para muchos de los que le conocen; Paquirri para otros, sobre todo los más veteranos. Los dos apellidos, uno compuesto, se resumen en su parte final, el Buylla, que en Oviedo es mucho decir. Esta entrevista se realizó casi a la sombra del teatro Campoamor y a pocos metros del busto de un pariente ilustre, Plácido Álvarez-Buylla, hijo predilecto de la ciudad, "todo un personaje y un gran médico. Su mujer era mi madrina, tuve muchísima relación con ellos. Tenía consulta de Medicina Interna en la calle Uría, donde El Pasaje".

- Pura curiosidad, oiga, ¿de dónde le viene lo de Paquirri?

-Buena pregunta, pero sin respuesta. Cuando yo era un chiquillo había un jugador muy conocido del Betis con ese nombre. Un domingo nos metió tres al Oviedo en un partido decisivo. Los que me conocen y son más o menos de mi edad me llaman Paquirri, que vendrá de Paco, digo yo.

La muerte de su madre cambió de raíz los destinos de Paquirri Buylla, que se crió con sus abuelos maternos "en un ambiente familiar muy musical, por casa siempre había discos y se tocaba el piano. No hace mucho escuché una zarzuela larga, muy guapa, que se titula 'Los diamantes de la corona', y de repente me encuentro con una canción para barítono que yo trataba de cantar cuando era niño", probablemente porque la había escuchado en alguno de los discos de los abuelos.

La abuela se convirtió en mamá Pilar, una leonesa que hacía gala de su apellido, los Acebedo, y que echaba en falta en Oviedo un monumento como el hostal de San Marcos. "Años después del mazazo por la muerte de mi madre, mi padre conoció a una profesora de instituto burgalesa y recompuso la familia. Se llama Benedicta Pérez, pero todo el mundo la conoce por Bene, que es un nombre que a ella le gusta mucho más. Tiene 104 años y está fenomenal. A veces se lamenta de que oye 'un poco mal', según dice. Tuvieron otros cinco hijos, entre ellos Vicente, el que fue jugador del Real Oviedo. Un buenísimo defensa, que las cogía todas por alto, contundente y bien colocado".

Hay memorias nítidas del entorno local infantil. Ese Campo San Francisco para correr y no parar, "y una tienda en la calle Santa Cruz que vendía de todo y que se llamaba La Boalesa. Al lado, la zapatería de Arturo Pajares, donde todo Oviedo compraba botas Chiruca. Me pasé un curso recibiendo clases particulares con una señora y, al año siguiente, al colegio de la Milagrosa. La directora era una monja navarra, sor Teodosia. Otra monja, sor Carmen, nos daba clase a los que teníamos 8 o 9 años. No me tocó sor Julia, que la recuerdo muy jovencita y yo creo que recién llegada al colegio ovetense". (Julia Santamaría, zamorana, llegó al colegio de la Milagrosa de Oviedo en el año 1941. Todo un mito por sus peculiares y poco sutiles, en general, formas pedagógicas).

El paso de Francisco González Álvarez-Buylla por la Milagrosa acabó abruptamente: "Los críos llevábamos una bolsa de tela con una botellina de leche y una onza de chocolate. Un día un compañero me empujó, la botella cayó y la leche se desparramó por el suelo. En esto viene sor Teodosia y sin más preámbulos me calcó una hostia histórica. De vuelta a casa se lo conté a mi padre y el hombre se indignó tanto que me sacó inmediatamente del colegio".

De la Milagrosa, al colegio San Antonio, "que estaba por donde la plaza de Riego, al lado de la Universidad, dirigido por doña Anita. Y después al Loyola, en el Naranco, donde me encontré con un tesoro, un campo de fútbol de tierra que si no tenía las dimensiones reglamentarias poco le faltaría. Yo, para qué negarlo, era un estudiante regular. Cuando llegaban las notas, y si no eran buenas, en casa me castigaban con ir al Loyola a recuperar los fines de semana y, lo que es peor, perderme el partido de fútbol en Buenavista. Soy socio del Oviedo desde pequeño, me borré en su día cuando me fui a vivir unos años a Santander, y ya le explico por qué de ese cambio de ciudad más adelante".

El fútbol derivaba esfuerzos y talentos. "Llegué a jugar en el juvenil del Real Oviedo, al que llegué procedente del Racing de la Tenderina, que a finales de los cuarenta era un equipo muy bueno a nivel local. Después, cumplidos los 18, jugué con el Mosconia, y aquello ya era otra cosa porque tenía compañeros y rivales que habían jugado en Primera".

Aquel casco urbano ovetense de su niñez y adolescencia comenzaba a recuperarse de la pesadilla. "Es que desde la calle Santa Susana, donde estaba la iglesia de los Carmelitas, para arriba todo eran praos hasta Buenavista. Había también un parque móvil lleno de vehículos destrozados, se supone que todavía a resultas de la Guerra Civil. En Santa Cruz, al lado de casa, estaba el cine y mi abuela comenzó a llevarme a las sesiones de las tres de la tarde, que eran para niños. Saqué mucho partido a aquel cine porque mi padre llevaba las cosas legales de la empresa y, en compensación, a mí me dejaban entrar a ver películas. Yo me ponía, siempre solo, en un pequeño palco que estaba justo al lado de la sala de proyección. Recuerdo el miedo espantoso que pasé un día, allí en la oscuridad y en solitario, viendo una película de Frankenstein".

Terminó el Bachillerato en el Loyola "y hubo que plantearse qué estudios abordar. Mi abuelo paterno estaba empeñado en que hiciera los estudios de Marina Mercante, y yo que no, que imposible. Pero si me mareo en un coche, cómo me voy a meter en un barco, le decía. Opté por matricularme en Química, pero no por especial vocación porque a los 17 o 18 años, antes y ahora, muchos estudiantes no tienen claro su futuro. Yo tampoco lo tenía".

Químicas se estudiaba en el edificio histórico de la Universidad, "pero al tercer año me tocó el traslado para la Facultad de Ciencias (la actual Facultad de Matemáticas y Físicas, en el campus de Llamaquique). No éramos muchos en clase, pero recuerdo que sí había muchas alumnas, entre ellas dos monjas de la Milagrosa, mi antiguo colegio, que iban a clase con aquellas tocas de vuelo que llamaban tanto la atención. A una, que se llamaba sor Inés y que era muy guapa, la llevaba alguna vez a clase en una moto Vespa que yo tenía. Me la encontraba por el camino: 'Sor, ¿la llevo?'. Y ella: 'Pues vale?'".

A Paco González Álvarez-Buylla le fascinaba el análisis químico. "En tercero de carrera comencé a trabajar algo en una empresa que se llamaba Térmicas Asturianas, en Soto de Ribera. Se trataba de hacer análisis de calidad de aguas en los ríos asturianos y teníamos el laboratorio en la antigua Fábrica del Gas, con Llavona como químico responsable. Claro, hay que ponerse en aquellos años en los que el Nalón, por ejemplo, bajaba negro en sentido literal. Cuando se analizaban los índices de calidad, atendiendo a varios parámetros, el Nalón, ya unido al Caudal, no pasaba de dos puntos sobre diez. La gente se metía en el río a 'pescar' carbón. Le digo una cosa, veo ahora el Nalón limpio, recuerdo que hace casi sesenta años nos enfangábamos en su cauce hasta las rodillas, y ahora lo percibo con aguas tan claras que me siento muy orgulloso de haber contribuido, aunque sea muy modestamente, a la recuperación de los ríos asturianos".

Los análisis de agua fue la tarea que Álvarez-Buylla desempeñó más tarde y durante muchos años en la Confederación Hidrográfica hasta su jubilación, en 2001, pero él mismo reconoce que "mi vida laboral fue siempre muy agitada". Entraba y salía, pedía excedencia y retorno. "Un día Rodrigo Uría y Joaquín Cores montaron una sociedad para la venta de pararrayos radioactivos y me preguntaron si me apetecía embarcarme en la aventura. Dije que sí y vendimos muchísimos de aquellos pararrayos, algunos de los cuales todavía están instalados por ahí".

Segunda entrega mañana, lunes:

"Familia numerosa y una vida entre zarzuelas y torres eólicas"

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