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Francisco Ramírez Fueyo.

Francisco Ramírez Fueyo | Jesuita, nuevo decano de Teología en Comillas

“Quien ignora la riqueza de la Biblia se aliena de su propia cultura, vive ajeno al suelo que pisa”

Licenciado en Filología Hispánica y en Ciencias Bíblicas y doctor en Teología, el jesuita Francisco Ramírez Fueyo (Soto del Barco, 1965) es experto en las Sagradas Escrituras, especialmente en las epístolas de San Pablo, y de espiritualidad bíblica. Ahora, Ramírez Fueyo acaba de asumir el reto de convertirse en decano de Teología en la Universidad Pontificia Comillas, en Madrid.

–¿Por qué es importante la lectura de la Biblia?

–Decía el Concilio Vaticano II que la Biblia es “el alma de la teología”. La fe cristiana no es una especulación filosófica sobre Dios, sino la transmisión de la experiencia de fe primero de un pueblo, Israel, y luego del pueblo cristiano. Con la Biblia aprendemos a rezar salmos, cánticos. En ella se nos habla de la sabiduría aplicada a la vida, e incluso nos encontramos con hombres, como Job o el autor del libro llamado “Eclesiastés” o Qohelet, que se plantean muy serias dudas de fe.

–¿También es importante para ateos y agnósticos?

–Cualquier ser humano, especialmente si pertenece a una cultura de tradición occidental, si no conoce la Biblia está ignorando una parte y fuente esencial de su patrimonio. Sin conocer la Biblia no se entiende la mayor parte de los motivos pictóricos, escultóricos desde el siglo II o III hasta hoy; en la Biblia está, como decía mi maestro Alonso Schökel, el mayor repertorio de símbolos de la cultura occidental; sin la Biblia buena parte de las alusiones a figuras o temas de la literatura y de la poesía, española, italiana, francesa, alemana, inglesa, se convierten en enigmas que solo el recurso constante a Wikipedia puede desentrañar. No solo es un placer leer la Biblia (bueno, hay algunos pasajes un poco más pesados de leer, y otros difíciles), pero su conocimiento convierte también en un placer la lectura o la visita, por ejemplo, de un museo o una iglesia. Quien ignora la riqueza cultural de la Biblia, y en general de cristianismo, se aliena de su propia cultura, vive ajeno al suelo que pisa.

–El pasado año el Papa Francisco publicó la carta apostólica “Sacrae Scripturae affectus” (“Amor a la Sagrada Escritura”), en la que advertía que la Biblia había sido prácticamente minimizada o incluso ignorada. ¿Por qué?

–Esa carta conmemoraba los 16 siglos de la muerte de San Jerónimo, que fue un gran amante de las Escrituras, especialmente de la versión hebrea. Yo he visitado con frecuencia, durante mis estudios en Jerusalén, y luego con grupos, las grutas donde, según la tradición, vivió y oró San Jerónimo. El amor a la Escritura es, ante todo, amor a la verdad, a la belleza, a la misericordia; es decir, amor a Dios. Lo que hacía San Jerónimo, investigando el significado de los términos hebreos, haciéndose amigo de rabinos judíos que le ayudasen a entender, es eso: encontrarse de frente, a fondo, con el texto bíblico, es encontrarse con el espíritu de Dios que sopló en ese texto, inspiró a su autor y sigue soplando sobre los que lo leen y lo estudian.

Toda la sociedad, y no solo la Iglesia, debe comprometerse en un camino de protección y condena de todo tipo de abusos

–Continúe.

–Lo que ocurrió en la Iglesia católica, más que en otras iglesias, es que, en parte por miedo a las lecturas “judaizantes” (en el siglo XV y XVI) y luego por la interpretación anticatólica que hacían las iglesias reformadas de la Escritura, se produjo una desconfianza enorme de cualquier laico que leyera la escritura, especialmente si era en una traducción a una lengua moderna. Eso llevó, en la Iglesia católica, a un cierto distanciamiento, prohibición de traducciones, impedir su lectura y su estudio. Lo que no se conoce no se ama, dice el proverbio, y así fue con la Biblia entre nosotros, al menos hasta finales del siglo XIX. Todavía a comienzos del siglo XX, cuando se fundó el instituto donde yo estudié, el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, con su sede en Jerusalén, en su origen había un fuerte espíritu defensivo, apologético, tenía algo de cruzada “ortodoxa” contra la interpretación bíblica protestante, e incluso contra quienes, dentro de la Iglesia, como los dominicos de L’École Biblique de Jerusalén, ya hacían una lectura más moderna de la Escritura.

–¿Se ha logrado revertir esa percepción sobre la Biblia?

–Los estudios bíblicos dentro de la Iglesia católica tuvieron un florecimiento extraordinario en la época posterior a la II Guerra Mundial, en parte por la progresiva apertura del Magisterio a la exégesis moderna. Con el Vaticano II se consagró este cambio. Fíjese que algunos teólogos jesuitas, a los que en los años inmediatamente precedentes al Concilio se les había prohibido enseñar, fueron en el Concilio de los peritos más importantes en la redacción del decreto sobre la Biblia y la Revelación, “Dei Verbum”. El cambio fue inmenso. En los años sesenta y setenta surgieron infinidad de libros de investigación y divulgación bíblica, se crearon muchos grupos de reflexión y oración con la Biblia, la meditación y contemplación personal de los pasajes bíblicos se convirtió en el centro de los retiros y ejercicios espirituales, antes dominados por largas charlas o sermones en lo que se conocía como “ejercicios predicados”. Hasta el día de hoy, sigue habiendo una gran demanda, especialmente entre los laicos, de formación bíblica, a la que en mi Facultad llevamos muchos años intentando responder.

–¿Se acaba de editar la primera Biblia en asturiano. ¿Cuántas más lenguas, mejor?

–Sin duda, toda traducción que haga la Biblia más cercana y familiar será siempre bien recibida. Además, cada lector, cuánto más cada traducción, aporta siempre algo nuevo, una nueva lectura, un sentido inesperado. Ninguna traducción es equivalente al original, porque las lenguas no son totalmente equivalentes entre ellas, parten de visiones de la realidad distintas, de organizaciones distintas de las percepciones del mundo...

Es evidente que la iglesia debe hacer un gran esfuerzo en comunicación, tanto en los medios como en los contenidos

–Es usted un estudioso de las cartas de San Pablo. ¿Cuáles serían las instrucciones que daría para comportarse y responder a sus inquietudes hoy día?

–Si tuviera que ponerme en su lugar, diría que la Iglesia, sin dejar de conservar y cuidar su inmenso patrimonio intelectual, espiritual y material, debe siempre mirar hacia delante, correr hacia la meta. Preocupada siempre por hacer el bien, por usar lo mejor posible sus talentos, sabiendo, también frase de Pablo, que justo cuando sentimos que nos faltan las fuerzas, o los recursos, es cuando se nos revela la gracia de Dios, su ayuda. Las iglesias paulinas eran iglesias fervientes en la oración y caracterizadas por la participación de todos y de todas, por la recepción de carismas muy diversos tanto por hombres como por mujeres: San Pablo, sin duda, fomentaría hoy una participación laical mucho más activa en la Iglesia.

–¿Tienen validez esos mensajes tantos siglos después?

–Recuperar la dimensión espiritual del ser humano, reconciliar a los pueblos y a las personas, comprometerse por la justicia como hacían los profetas, lograr una relación con la creación que sea de cuidado y respeto, y no de destrucción de la naturaleza, entrar en diálogo profundo con creyentes de otras religiones, ¿cómo no va a tener hoy validez? Probablemente es hoy mucho más necesario que hace 2.000 años.

–¿Cómo afronta el reto de nuevo decano de Teología y Derecho Canónico en la Universidad Pontificia Comillas?

–Con esperanza y con ilusión, y con gran confianza en la riqueza intelectual y humana de los casi 60 docentes que la componen. Debo reconocer que incluso con orgullo, si miro al servicio que presta a la Iglesia una Facultad de Teología como la de Comillas, que durante los últimos tres años ha sido la única de España reconocida en el prestigioso ranking QS como una de las mejores del mundo. Hay sin duda retos no pequeños, como incorporar talento a nuestros equipos de profesores, atraer alumnos, especialmente laicos, al estudio de la teología, en sus diversos programas y niveles, mantener la excelencia en la investigación y en las publicaciones, en un mundo universitario donde los rankings y las acreditaciones pueden ser algo agobiantes… pero todo ello lo iremos afrontando con paz, “bástele a cada día su afán”, decía Jesús de Nazaret .

–Los jesuitas siempre han apostado por la educación. ¿Es Comillas su buque insignia?

–Comillas es una Universidad ya más que centenaria, con un prestigio nacional e internacional reconocido, que ha sabido actualizarse, ofrecer nuevos títulos que respondan a las demandas de nuestra sociedad. Tenemos un nivel en el alumnado sobresaliente, y una vinculación muy directa con el mercado de trabajo. Desde hace años colaboramos también, tanto en la formación de los docentes como en la programación de títulos, con otros centros universitarios de la Compañía de Jesús en España.

Toda traducción que haga la Biblia más cercana y familiar, como en asturiano, será siempre bien recibida

–¿Es un centro elitista?

–Comillas quiere destacar en la excelencia en la formación de sus alumnos, no solamente como profesionales, también como seres humanos, comprometidos con valores fundamentales éticos en su vida personal y profesional. Todo alumno de Comillas debe pasar por asignaturas que van en esa línea, las llamadas “identitarias”. Además de eso, se le ofrecen muchas oportunidades de lo que hoy se llama “aprendizaje y servicio”, para formarse y comprometerse en una gran diversidad de proyectos sociales. En ese sentido, Comillas, y la tradición jesuítica, sí quiere ser elitista, en la calidad integral de su formación. Es cierto que muchos de nuestros alumnos provienen de sectores sociales acomodados, pero tenemos también un buen programa de becas para ayudar a quienes lo necesiten. Dentro de Comillas tenemos institutos que investigan y trabajan directamente implicados en cuestiones sociales, como son las migraciones. Desde hace años, hemos incorporado también programas de inclusión, en los que estudian con nosotros, en nuestro campus, personas con algún tipo de capacidades especiales.

–Los jesuitas dieron un paso adelante a principios de año publicando su estudio interno sobre abusos sexuales. ¿Es el ejemplo a seguir?

–Toda la sociedad, y no solo la Iglesia, debe comprometerse en un camino de protección y condena de todo tipo de abusos. El reconocimiento del pasado es una de las garantías de que no se oculte o se niegue el presente. Los que la Compañía ha hecho en España lo han hecho otros en otros países. Quizás en España se está actuando más lentamente.

–¿Cuál sería el mensaje de San Ignacio ante los abusos?

–Hay una anécdota del talante de Ignacio que puede ser pertinente: en una ocasión, viajando como peregrino y solo, se encontró con un grupo de soldados que estaban a punto de abusar de una mujer y de su hija. Ignacio, sin otra arma que un cayado de peregrino, se lanzó sobre ellos y los obligó a huir. Esto sobre cuál sería su reacción ante cualquier tipo de abuso, sexual, de poder o de otro tipo. Creo que la buena información, el atender con extremo respeto y cariño a las víctimas, el buscar la reparación adecuada, serían hoy algunas de sus características.

La religión debe ser una riqueza que contribuya al encuentro, al diálogo profundo, y no de discordia

–¿La sociedad se ha alejado de la Iglesia o la Iglesia se ha quedado por detrás de la sociedad?

–La secularización es un fenómeno muy complejo, y hay un poco de todo. Ciertamente, la sociedad, al avanzar en conquistas sociales, en nivel económico, cultural, ha podido alejarse algo de la Iglesia, especialmente cuando esta representa, o parece representar, valores ya obsoletos, posturas científicas o éticas difícilmente explicables. Pero también hay otros fenómenos, como la pérdida de la dimensión espiritual en la sociedad, la capacidad para pararse, para meditar, para el encuentro y el diálogo, etcétera. El sujeto actual vive algo alejado de sí mismo, muy volcado en lo exterior, y en este sujeto cualquier propuesta espiritual, religiosa, cualquier participación en algo que no sea la satisfacción inmediata de unos deseos, simplemente no le encaja.

–¿Qué pasos debe dar la Iglesia hacia delante?

–La incorporación del laico, pero del laico y laica formados en la Iglesia. Cuando hablo de formación, me refiero a tantos catequistas que siguen sin tener prácticamente nada de educación bíblica o teológica. Es evidente que hemos de hacer un gran esfuerzo en la comunicación, tanto en los medios como en los contenidos. No pienso solo en las nuevas formas de comunicar, también en las más clásicas, como las homilías del domingo. Me gusta asistir a las misas dominicales para escuchar a los sacerdotes. La semana pasada, por poner un ejemplo, estuve en una parroquia donde el sacerdote que predicaba estuvo más de media hora, en la homilía, recordándonos que la Iglesia es de todos, que todos hemos de participar, y allí estaba el pueblo cristiano, sentado y aguantando una homilía que, por otro lado, poco tenía de elementos que la hicieran atractiva o persuasiva: ningún ejemplo, ninguna anécdota, ningún comentario bíblico o teológico de cierta profundidad...

–¿En Gijón se acaba de aprobar un reglamento de laicidad que ha generado polémica. ¿Por qué la religión sigue siempre en el debate de confrontación política?

–No debería ser así. La religión debe ser una riqueza que contribuya al encuentro, al diálogo profundo, un factor de paz, y no de discordia.

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