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Memorias

“En diciembre del 72 trajimos a España las primeras plantas de kiwi”

“Estudié la carrera de Agricultura en Madrid, pero excepto el profesor de Maquinaria Agrícola el resto enseñaban mucho, eran gente de asfalto que no conocía el campo”

Manuel Coque Fuertes nació en una casería en Cangas del Narcea, el 17 de diciembre de 1930. Era el pequeño de los cinco hijos de Joaquín y Jesusa, un matrimonio dedicado a la agricultura, a la ganadería al vino de Cangas. Manolo estudió Agricultura en Madrid y su papel ha sido clave para el desarrollo del sector en Asturias, primero desde el servicio de Extensión Agraria y posteriormente desde la Pomológica de Villaviciosa (hoy Serida), donde trabajó 13 años, uno de director y el resto como responsable de hortofruticultura, Coque fue el introductor del kiwi en España en 1972 y aún conserva dos plantas de aquellas primeras 200 que trajo desde Francia. Las sigue cuidando, y siguen dando frutos, en el huerto de su casa de Pola de Siero.

Casería con ganado, huerta y viñas

“Nací el 17 de diciembre de 1930 en Cangas del Narcea, en Obanca, a un kilómetro de Cangas. La familia tenía casería, se dedicaba a la agricultura, éramos cinco hermanos. Yo era el pequeño. Mis padres eran Joaquín y Jesusa y los dos trabajaban en el campo, teníamos ganado, frutales y algo de huerta. Lo normal de entonces. Y viñas, que era el ingreso principal. En la venta de vino era donde más dinero se ganaba. Era vino tinto, entonces no tenía nombre de ningún tipo, y se vendía a granel, por barricas de 200 litros. Hacíamos unos cuantos miles de litros al año, la casería era grande.

De aquella se calculaba, si no recuerdo mal, que cada hectárea de viña daba entre 7.000 y 8.000 litros de vino, y de viña teníamos alrededor de dos hectáreas. Mis padres eran muy serios y trabajadores. Quien se hacía cargo de los críos era la madre principalmente. Nosotros ayudábamos algo en el campo pero íbamos a la escuela, que era muy rígida.

Íbamos a la escuela andando desde casa. Cruzábamos el río Narcea e íbamos por un camino, de aquella no había carreteras. Cuando la guerra éramos unos críos, ni me acuerdo. Sé que había moros por allí pero como en la zona no hubo batallas ni nada, no se notaba tanto. Con la casería estábamos abastecidos, de comer no nos faltaba. Vendíamos algo en el mercao pero la mayor parte lo iban a buscar allí. Teníamos seis y ocho vacas porque entonces nadie tenía demasiado ganado, y los carniceros venían directamente a casa a comprar la carne”.

Manuel Coque, jurando bandera en las milicias universitarias en Segovia.

El bachiller en la academia

“Empecé a estudiar bachiller en una academia en Cangas, de aquella no había instituto, íbamos a examinarnos a Oviedo, al Alfonso II. Íbamos en Alsa. Había que ir a Tineo porque no había directo. Paraba en un montón de sitios, tardábamos cinco horas por aquellas carreteras. Eran autobuses que andaban con gasógeno porque había escasez de combustible. El bachiller lo empecé tarde, a los 12 años, cuando la familia decidió que podía estudiar. Fui el único de los cinco hermanos que estudió. Era un estudiante bueno o normal, lo que más me gustaba era la biología.

En la academia de Cangas teníamos varios profesores pero las enseñanzas eran bastante deficientes, en especial la de matemáticas, que era donde veíamos lo poco preparados que estaban los profesores. En francés nos daba clase el hijo de un belga, que lo hablaba perfectamente. Y en inglés nos daba clase el belga, el padre, que algo sabía pero no mucho.

Nos examinábamos en Oviedo en junio y si suspendías algo había que volver en septiembre, yo normalmente aprobaba todo. En Cangas se vivía el vino, de la agricultura y la ganadería. También había tres fábricas de muebles, derivados de la madera, ósea carpinterías que hacían un poco de todo. Cuando empezó la minería yo ya no vivía en Obanca. Se vivía regular, no había mucho dinero. Todos ayudábamos en el campo pero también había tiempo en verano para ir algo de romería. Los chavales salíamos a los pueblos de al lado. Íbamos andando o en camionetas, dentro de la caja. De aquella las fiestas del Carmen duraban nueve días. No era solo la Descarga del día del Carmen, estaban nueve días tirando voladores. Yo nunca estuve en esas cosas de los voladores, nunca me gustó mucho”.

Montando en un burro durante su juventud.

A Madrid en un camión de Carbón

“Después del bachiller fui a Madrid a estudiar Agricultura. Con 19 años, más o menos. La primera vez que fui fue en un camión que llevaba carbón. En la cabina siempre llevaban a un pasajero o dos. Aprovechaban el viaje y te cobraban algo, echaban el día entero en llegar de Cangas a Madrid. Cuando llegué la ciudad me pareció enorme. Los estudiantes vivíamos en pensiones. Cambiábamos mucho según como nos iba bien o mal. La primera en la que estuve fue en la travesía del Arenal, al lado de la puerta del Sol. Para la familia aquello era un esfuerzo. Fui a estudiar Agricultura. Yo quería hacer veterinaria pero me dijeron que no tenía salida, que había mucho paro, entonces cambié de opinión y me fui a estudiar Agricultura. Elegí yo, no fueron mis padres. A mi me gustaba eso. Era hijo de agricultor, nieto, bisnieto, tataranieto. Según mi padre había escrituras con nuestro apellido de 400 años de antigüedad. Siempre había habido una familia en la casería, en Obanca.

La Escuela de Agricultura estaba en la ciudad universitaria. Había un tranvía que iba desde La Moncloa y como teníamos poco dinero a veces íbamos andando por no gastar en el tranvía. Tenía compañeros de toda España, vivíamos juntos y nos hicimos amigos. Estuve los cinco años de carrera más el ingreso. El ingreso me costó porque no iba bien preparado de la academia en la que había hecho en bachiller. El ingreso era como una oposición cualquiera, había 60 plazas y nos presentábamos diez veces más. Me costó pero la saqué. En la carrera, excepto un profesor de Maquinaria Agrícola que tenía muy bien organizadas las cosas, los demás enseñaban más bien poco. Eran gente de asfalto que no conocían el campo. De hecho, me parecía absurdo que el profesor de Arboricultura Frutal, que fue a lo que me dediqué yo luego toda la vida, tenía unos apuntes que había escrito él antes de la guerra. Hay que tener en cuenta que la fruticultura antes de la guerra se consideraba algo sin importancia, como algo que no era necesario para el mantenimiento de la familia.

En los años 50, cuando me tocó a mi andar por Madrid, ya había pegado un salto considerable. Pero sí, el de Maquinaria Agrícola enseñaba muy bien. Los dos mejores alumnos del año anterior, los contrabata y les pagaba 500 pesetas al mes que era mucho dinero en aquel tiempo. Seguían estudiando pero hacían de auxiliares suyos. Entonces todos los chavales poníamos un interés extraordinario. La familia mandaba dinero así que había que cumplir. Por Madrid salíamos poco porque no había dinero. Al final de la carrera ya no estábamos en pensiones sino que había personas, sobre todo viudas y gente con pocos ingresos, que te alquilaban habitaciones. Comíamos en el SEU, el sindicato universitario, que era barato, y vivíamos en casa de una mujer vieja, no sé si era viuda o no, estábamos allí cuatro o cinco personas. Teníamos clase por la mañana y por la tarde hacíamos algunas prácticas”.

Recibiendo un premio por su trabajo.

El servicio de Extensión Agraria

“Acabé la carrera y las milicias universitarias. El campamento en Segovia, que era lo que correspondía a la Universidad de Madrid, y las prácticas en Murcia, en Lorca. Después de las milicias hice oposiciones al servicio de Extensión Agraria, que estaba subvencionado por Estados Unidos, dentro del Plan Marshall. Entonces, aparte de los profesores españoles, había dos americanos, que se encargaban de la filosofía de Extensión. Saqué la plaza y estuvimos tres o cuatro meses de prácticas y estudiando la filosofía de extensión con los americanos aquellos, en una finca cerca de Alcalá de Henares. Esas prácticas, que eran parte de la oposición las acabé en marzo y hasta diciembre estuve también de prácticas en Orense.

Hacíamos divulgación agrícola. Dábamos charlas. Nos dedicábamos a informar a los agricultores de las coas que les pudieran interesar. Había de todo. Ya se sabe que la enseñanza nunca fue agradecida. Los americanos nos insistían en que los agricultores no eran agradecidos. Si algo salía bien decían que era cosa de ellos que eran muy listos pero si salía mal te echaban la culpa a ti. Después de Galicia vine a Pravia. Estuve allí tres o cuatro años y me llamaron para hacer un curso europeo para el desarrollo del cultivo frutal. Era en Zaragoza y los profesores eran principalmente franceses, de La Sorbona, italianos, alemanes, algún belga. Eran de las estaciones de investigación de fruticultura más importantes de Europa.

Estaban mucho más avanzados que nosotros, no había comparación. Eran las primeras figuras que había en Europa en el desarrollo de cultivo frutal. Allí estuvimos un curso entero, ocho meses. El idioma era el francés, que nunca lo hablé bien, posiblemente porque siempre oí mal, o por lo que fuera, porque nunca tuve yo afición a los idiomas. Pero bueno, nos entendíamos. Y en inglés también sabía poco o nada pero también lo entendíamos porque las palabras técnicas son casi las mismas y son pocas. Esto eran a finales de los años 50 o principios de los 60. En ese curso aprendimos mucho. Al acabar, el Servicio de extensión agraria me nombró especialista en árboles frutales para asesorar a las agencias de extensión en el cultivo frutal. Trabajaba en Asturias, Cantabria y País Vasco. Ahí es donde entré en contacto con el Kiwi”.

Los kiwis de Henry Pedeluq

“Yo recibía una revista francesa, ‘L'arboriculture fruitière’, y vi un reportaje que le hacían a un francés, Henry Pedeluq. Este hombre era un ‘pieds-noirs’, franceses que nacieron en Argelia y que se tuvieron que ir con la independencia. Al regresar a Francia el gobierno les ayudó con subvenciones y créditos para comprar terrenos. Henry era uno de ellos. Empezó en un pueblo de Las Landas con una finca de unas 14 hectáreas con cultivos tradicionales, melocotones, manzanas, etcétera, pero vio que, como decimos aquí en Asturias “eran fabas contadas”, los rendimientos eran bajos.

Se enteró de que en Nueva Zelanda habían empezado con un producto que entonces le llamaban Yan Tao, porque procedía de la rivera del rio Yan Tse. El principal río de los chinos. En China era una planta que vivía espontánea y no se aprovechaba para nada. Los neocelandeses llevaron ese fruto a Nueva Zelanda, hicieron una mejora genética y obtuvieron nuevas variedades: Runo, Abot, Hayward, Monty. Pronto se comprobó que el único, que servía, por conservación y tamaño del fruto era el Hayaward. Volviendo al francés, Henry se fue a Nueva Zelanda y estuvo allí un año aprendiendo las técnicas del cultivo del kiwi. Al cabo del año volvió para Las Landas, a su pueblo, y en aquellas 14 hectáreas las plantó de kiwi. Trajo algunas plantas de Nueva Zelanda y las demás las reprodujo él.

Yo me enteré por la revista y con los vascos pasamos a Francia de forma ilegal. Como funcionarios teníamos que pedir un permiso del Ministerio para pasar la frontera pero como pasábamos muchas veces no lo pedíamos. En diciembre de 1972 fuimos a Francia a ver a Henry, que era muy agradable. Nos informó de lo que él sabía. Hablamos con el director de la Caja Vizcaína que nos dio algún dinero y trajimos a España las primeras 200 plantas de kiwis. Plantamos unas pocas en Guipúzcoa y en Vizcaya, otras pocas en Cantabria y el resto en Asturias. Las primeras las plantamos en Pola de Siero, en Vegadeo otras pocas, y alguna en Pravia”.

Mañana, nuevo capítulo de Memorias: "Las vegas asturianas no pueden estar llenas de maíz y prao del país"

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