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Arquitectura personal
Miguel Ángel Álvarez García Ecólogo

“Llegamos a Oviedo sin trabajo cuando murió mi padre”

“Tuve una infancia feliz aunque hasta los 24 años sufrí ataques de asma que me incapacitaban durante meses; me provoqué uno para librar de la mili”

Miguel Ángel Álvarez García, en la finca familiar de Corias de Pravia.

El guardián de los bosques, incluido uno mágico


Miguel Ángel Alvarez García (Sabero, León, 1948) es ecólogo. Se licenció en la primera promoción de Biológicas de Oviedo y fue profesor titular de Ecología del Departamento de Biología de Organismos y Sistemas durante 42 años en la Universidad, en la facultad, en Magisterio y en la escuela de forestales de Mieres, y dio cursos de extensión universitaria en los centros de profesorado y recursos.

Su carrera está vinculada al Indurot desde los inicios del Instituto de Recursos Naturales y Ordenación del Territorio, lo que le sitúa entre los promotores de la investigación y plan de gestión que cuajaron en el Parque Natural de Somiedo, primero de Asturias. Aún hoy mantiene una colaboración en el que considera primer problema ecológico de Asturias, los incendios, en cuyas estrategias de prevención y extinción participó con aspectos educativos y de colaboración administrativa.

Está casado con Florentina Alvarez Marqués, profesora de Biología de Organismos y Sistemas (Zoología) ya jubilada. Tienen una hija, Marina, ingeniera química que trabaja en Corteva, una subdivisión de Du Pont.

Su vida ahora transcurre durante mucho tiempo en la tranquilidad activa de la finca familiar de Corias de Pravia, donde cuida el Bosque Mágico, un curioso environement en el que figuras a escala de personajes fantásticos, mitológicos y pop, habitan un cuidado entorno de musgos, helechos y árboles.

–Nací en Sabero en 1948, un pueblo minero de la montaña leonesa en el que sólo había una empresa: Hulleras de Sabero. Tengo tres hermanos mayores: Marichu, Octavio y Juanjo. 

–¿Cómo era Sabero?

–Un municipio de 5.000 vecinos, disgregado de Cistierna a comienzos del siglo XX. El 90% eran mineros y profesionales asociados. Hoy tiene el museo de la minería y metalurgia de Castilla y León porque en torno a 1850 hubo allí la primera industria que conseguía hierro por el sistema moderno. Había carbón y hierro, pero era un lugar de montaña del siglo XIX y fracasó pronto por las comunicaciones.

–Hable de su padre.

–Octavio Álvarez era de Tudela Veguín y trabajaba de vigilante de mina de exterior en uno de los tres pozos de la empresa. Lo había llevado allí su hermano mayor, el capataz jefe de la mina, que en aquel mundo era un semidiós. Los ingenieros eran los dioses. Mi padre y un hermano de mi madre que murió muy joven ponían el bar de las fiestas patronales, tenían pista de baile en una finca y el “salón Olimpia”, el baile de invierno. Yo lo viví poco, pero mis hermanos ayudaron intensamente en los dos negocios, que dieron poco dinero.

Miguel Ángel Álvarez. Ricardo Solís

–¿Qué tal era su padre?

–Un paisano, en el sentido de persona cabal y en el de muy asturiano, de querer mucho a su tierra. Es el término que me gustaría que me diesen cuando falte. Era cariñoso. Le recuerdo siempre enfermo de su bronquitis crónica. Dimos juntos un paseo por el monte, hasta la Fuente de la Muela, cuando yo tenía 13 o 14 años y, a partir de ese momento, no se pudo mover más.

–Cuente de su madre. 

–Carmen García, de Sabero, donde conoció a mi padre y donde se casaron. Era ama de casa, cariñosa y trabajadora. La recuerdo siempre anciana, con moño desde muy joven hasta los 96 años. Era una matriarca nata, entrañable y acogedora. Nos cuidó y animó a que estudiáramos. 

–¿Sabe por qué? 

–Empresas paternalistas como Hulleras de Sabero se caracterizaban porque todo estuviera a su alrededor, el economato, las escuelas, mejor dotadas que las públicas y -más importante- un colegio que permitía estudiar bachiller superior, aunque hubiera que ir a examinarse libre en León. 

En el Preu del Alfonso II me acusaron en falso de rajar las ruedas del coche de un profesor”

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–¿Qué ambiente ideológico había en su casa? 

–De derechas. Mis padres se casaron en julio de 1936, días antes del levantamiento. Se casaron dos hermanas con dos asturianos y vinieron de viaje de novios a sus respectivos pueblos: mis padres a Tudela Veguín y mi tío Luis, a Campomanes. La guerra les pilló en Asturias. Mi padre llevó a su padre a Oviedo el 18 de julio, quedó encerrado todo el cerco y fue defensor de Oviedo.

–¿Y mientras tanto su madre?

–En Tudela Veguín. Cuando se reencontraron había nacido mi hermana. 

–¿Eran católicos?

–Mucho. Mi familia sigue muy implicada. Yo sólo fui monaguillo un día con don Deogracias. No practico desde hace mucho. 

–¿Qué niño fue usted?

 –Muy débil. Desde pequeño sufrí asma con crisis muy fuertes que me tenían hasta un mes sin ir al colegio. Uno de mis maestros me llamaba “la flor de las maravillas” porque relucía un día -lo hacía bien, me gustaban las matemáticas- y desaparecía. Me ayudaba mucho mi hermano Octavio.

Miguel Ángel Álvarez. Ricardo Solís

–¿Imprime carácter esa infancia enferma?

–Afecta significativamente. Era un poco retraído y no podía hacer algunas de la cosas de mis amigos, pero fui muy feliz en un pueblo con un invierno muy duro y un verano explosivo y con una vida en la calle muy intensa. Jugaba al baloncesto en la plaza que era una preciosidad, enorme, con arcos y leí muchos tebeos de “El Capitán Trueno” y “El Jabato”.

–¿Aún tiene esas crisis?

–A los 24 años tuve una crisis, el médico me recetó Ventolín y fue mágico. Llevo tratamiento pero no he vuelto a tener un ataque incapacitante. Hasta los 24 años en todo momento podía tener un problema serio.

–A cambio no hizo la mili. 

–Acabé las prórrogas de estudiante alegué asma y me mandaron al hospital militar de Oviedo. Acababa de iniciar la tesis, trabajaba analizando tierras secas y las tamicé para provocarme una crisis. También pedí cigarrillos a una compañera, hoy mi mujer. Fumé uno con boquilla y no pasó nada, pero echando el pitillo sin filtro sufrí una pequeña crisis, llamaron al médico de guardia, uno de los de milicias, comprobó mi asma y me mandó para casa.

Soy muy feliz porque en los conflictos, en vez de pegas y trabas, intento buscar soluciones y los aspectos positivos y eso da tranquilidad y ganas de ir hacia delante

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–¿Qué tal estudiante era?

–Para los libres ser buen estudiante era muy complicado. Los dos primeros años de bachiller todos los exámenes eran orales ante tribunal. En sexto repetí porque pasé tres meses en cama. 

–Y murió su padre.

–Vivíamos en la casa de la empresa, pero, en el último periodo de su enfermedad, fui con mis tías, que llevaban el teléfono público. Visité a mi padre cinco horas antes de su muerte. No le había visto desde hacía dos meses porque fue cuando mi trimestre en cama. Se me cayó el alma a los pies. Fue un momento muy duro.

–¿Cómo quedaron después de la muerte de su padre?

–Mi madre quedó viuda con escasísimos recursos y mis hermanos, aunque eran facultativos de minas, no tenían posibilidades de seguir en la empresa. Mi hermana estaba en Oviedo. Trabajaba en la mueblería Kil, de los López Hacha, primos de Aznar. Decidimos venir a Oviedo, de alquiler en el edificio de los Alsa, y mis hermanos encontraron trabajo, uno en Ensidesa y otro en Campsa, en La Coruña, desde donde mandaba dinero.

Miguel Ángel Álvarez. Ricardo Solís

–¿Impresión de Oviedo?

–Una gran ciudad. Había venido una vez de niño y recuerdo el tranvía. La primera vez que vine a Asturias con mi padre fue a Tudela Veguín. La empresa en Sabero tenía máquinas de vapor pequeñas porque su ancho de vía era pequeño. A 6 kilómetros, en Cistierna, el ancho de vía era el doble para una máquina que me parecía abrumadora. Cuando llegué a León pasé al ancho Renfe. Mi mundo se ensanchaba con el ancho de vía. La primera vez que vi el mar fue en Gijón en un viaje con el cura a los 14 años. 

–Oviedo y preuniversitario.

–En el instituto Alfonso II. Un gran desastre: era nuevo, no conocía ese mundo y me disipé. Me seguían gustando las matemáticas, pero Onieva, un profesor jovencísimo que debía de ser muy brillante, suspendió a todos menos tres. Yo era el cuarto, llevaban otras asignaturas regular y pensaba que si aprobaba matemáticas tirarían de ellas. El profesor despertó mucha animadversión. Vivía en la casa de los Alsa, le rajaron las ruedas del coche y nos echó la culpa a un grupo de la zona . No participé en absoluto, pero me dejó marcado. 

–¿Hasta qué punto?

–Un grupo tuvimos que hacer las pruebas de Preu en otros institutos en septiembre y al año siguiente. Me examiné en Sama, libre, con un profesor de matemáticas que había dado clase en el Alfonso II y era buena persona. José María Casielles Aguadé me dio sobresaliente en Biología y es una de las razones por las que escogí la carrera. 

–Selectivo de Ciencias 66-67.

–Me quedaron dos asignaturas pendientes y al acabar el curso se anunció que habría sección de Biológicas. El primer curso lo hice como “libre sin papeleta”.

–¿Qué era eso?

–Te dejaban ir a clase pero sin derecho a nota hasta que no aprobases todo el selectivo. Entre septiembre y febrero saqué las asignaturas pendientes y tres de las cuatro del curso. Me gustó la carrera y mi rendimiento académico subió significativamente. En cuarto y quinto tuve beca-salario, la pata negra de las becas, el salario mínimo de un trabajador para estudiantes con pocos medios que tenían que aprobar todo. Ganaba más que mi madre.

Miguel Ángel Álvarez. Ricardo Solís

–¿Qué peculiaridades tenía aquella primera promoción de Biológicas?

–Había pocos profesores fijos y solo dos catedráticos: Emilio Anadón y Matías Mayor. Con Anadón hice 5 asignaturas y con Matías, 4, porque me gustaba la botánica. Se salía al campo y eso encajaba bien con mi manera de conocer la naturaleza.

–¿Qué le orientó hacia su especialidad, la ecología?

–Cuando estaba en cuarto curso, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas organizó unos cursos de verano en Jaca, en el Centro Pirenaico de Biología Experimental. Eso fue clave para mí. Me admitieron durante dos meses y salí con investigadores de muchos ámbitos, lo que permitía tener una visión que confirmó que aquello era lo mío para escoger la ecología.

–¿Ya conocía a Florentina Alvarez Marqués, su mujer?

–Desde segundo de carrera compartíamos un grupo de amigos. Quince de los cuarenta alumnos que formamos la primera promoción de Biológicas pudimos entrar como profesores, porque las asignaturas fundamentales podían tener dos ayudantes. Era 1972. Mi mujer estaba en el mismo departamento, pero en zoología. Ennoviamos 7 años después de acabar la carrera. Era del grupo de amigos que venía a esta casa familiar de Corias de Pravia.

–Esta casa parece importante. ¿Desde cuándo la tienen?

–Desde 1972, cuando acabé la carrera. La compraron los que tenían dinero, sobre todo mi hermano, el que trabajaba en La Coruña, que ese año volvió a Gijón. La idea era que los cuatro hermanos tuviéramos una casa familiar alrededor de nuestra matriarca. 

–¿Aunque no tuvieran vínculo con el pueblo?

–Valoramos que fuera en Sabero, pero surgió la oportunidad de comprar una panera que iban a quitar y, buscando el sitio para ponerla, vimos esta casa, nos gustó e intercambiamos cartas con el dueño, que estaba en Madrid e iba mucho a Miami. 

“Mi investigación más valiosa está en la creación del Parque natural de Somiedo”

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–Ninguno vivía en Corias. ¿Le dieron mucha vida a la casa?

–Se volvió la casa de todos nuestros amigos. Fines de semana en los que veníamos cinco personas en un Seat 600 que, al principio, había que dejar abajo porque sólo había caleya. Subíamos 700 metros de pendiente con la bombona de butano a la espalda, porque no teníamos burro. En 1973 se arregló la carretera. En esta casa se organizaron fiestas de disfraces apoteósicas entre los compañeros de la facultad, 20 personas y mi madre también. Fuimos muy felices aquí. El año que viene celebraremos el 50 aniversario de esta casa y de nuestra promoción y vamos a celebrarlo por lo grande.

–En sus años iniciales de facultad hubo conflictos políticos.

–En 1973, siendo profesor y dentro de la facultad, la policía me dio toletazos. El decano me apoyó y hubo una reunión de la facultad en contra de la entrada policial.

–¿Militaba en algún partido?

–Yo no; algunos compañeros, sí. Comunistas, no sé de que facción. Uno ni pudo acabar la carrera a consecuencia de ello. 

–¿En qué año se casó?

–En 1983, cuando nos doctoramos mi mujer y yo. Tuvimos suerte. A mi hermano soltero le tocaron 20 millones de pesetas de 1982 en la lotería del Niño, una cantidad que daba para comprar tres pisos. Él formaba parte de una cooperativa en la calle Pedro Masaveu y nos dejó ese piso, del que pagamos parte de la hipoteca y se fue a vivir con nuestra madre a Gijón.

–De su facultad salió mucho equipo del primer rectorado democrático.

–Antes hubo un pequeño intento de cambiar el funcionamiento de la universidad con la presentación de un candidato a rector de veterinaria de León, en 1976, que había sido director general en el primer gobierno democrático y traía nuevas ideas. Los penenes [profesores no numerarios] apoyamos su campaña. Nos reunimos con él en un bar de Oviedo Javier Pulgar, Juan Luis Martínez y yo, los tres casualmente vestidos con jerséis rojos que pensó que significaban algo. Perdió, incluso en León. Luego en 1984 apoyamos todos a Alberto Marcos Vallaure. En ese periodo dirigí el departamento de Zoología y Ecología, tras jubilarse Anadón. 

“En un conflicto estudiantil de 1973, siendo profesor y dentro de la facultad, la policía me dio toletazos y el decano me apoyó”

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–¿Le gustó?

–Sí. Duró poco. Entró personal laboral de apoyo a la investigación y la docencia. Ese año, 1984, mi mujer y yo conseguimos la titularidad, lo que nos dio la estabilidad laboral, y nació nuestra hija Marina. Fue el sumum.

–¿Fue un padre presente?

–Mucho menos que mi mujer, aunque la relación con mi hija ha sido muy intensa, pero más los fines de semana que a diario.

–¿Qué es Marina?

–Ingeniera química y trabaja en Corteva, una subdivisión de Du Pont. No tenemos nietos pero sí dos sobrinas nietas por parte de mi mujer que son como nietas y desde que nacieron, hace 13 y 14 años, las vemos todas las semanas en esta casa. Mi hija les prepara fiestas de cumpleaños en el bosque.

–Cuente qué es el “Bosque Mágico”.

–El bosque de la finca, menos de una hectárea pero en el que hemos hecho circuitos y empezamos a colocar figuras. 

–¿Cómo figuras?

–De los Pitufos, de Tintín, Star Wars, Harry Potter, de los superhéroes de Marvel y DC, de personajes de anime japonés, de hadas, trasgos... Mi hermano puso las primeras y luego recolocamos todas las que le había regalado a Marina su abuelo, y a mí me entró la locura de recoger y coleccionar. Ahora hay más de 4.000 figuras extendidas por el “Bosque mágico”. Llevamos 15 años de limpieza y recolocación. Le dedicó mucho tiempo desde siempre, más desde que estoy jubilado.

–Retomemos su carrera desde el doctorado.

–En 1984 me impliqué en un proyecto muy ilusionante desde la investigación: el Instituto de Recursos Naturales y Ordenación del Territorio (Indurot). Estoy desde el principio. Jorge Martínez nos reunió a un conjunto de profesores de áreas muy diferentes para hacer un trabajo sobre el concejo de Somiedo en el que analizamos todos los procesos para el desarrollo social, económico y ambiental del municipio. Tuvimos recursos del Principado, una casa permanente y un equipo estuvimos allí durante año y medio. Hicimos la propuesta de gestión que era el Parque natural de Somiedo, el primero de Asturias. Emilio Murcia fue quien nos integró en el Indurot.

–¿Hasta cuándo estuvo?

–Hasta hace 6 años, en que me jubilé de la universidad, con 66 años. Fui director en dos periodos y secretario en dos o tres. Desde la perspectiva de la investigación es lo más valioso que he hecho porque aplicamos criterios científicos a la gestión. Sigo colaborando, sobre todo en el relacionado con los incendios forestales, nuestro mayor problema ambiental. 

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida?

–Soy muy feliz. Soy equilibrado e intento buscar soluciones y los aspectos positivos incluso de los conflictos, más que poner pegas y trabas. Y eso da tranquilidad y gana de ir hacia adelante. Ahora mi tiempo es para los viajes del Inserso, que paró la pandemia, y para el bosque, que nunca para.

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