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Mari Luz Cristóbal Caunedo, cantante de tonada, en el parque de la Urgisa, Gijón. |

Arquitectura personal

"Llegué a Gijón a los 15 años y descubrí el mar y los ascensores"

“En casa la política no estaba definida, pero eran más bien de izquierdas; mi padre nunca iba a misa porque iba a trabajar, pero ayudaba para la iglesia”

Una voz tradicional que ha viajado con el folk internacional y la vanguardia


María Luz Cristóbal Caunedo (Máñores, Tineo, 30 de agosto de 1948) es una cantante de tonada asturiana con una trayectoria de extraños privilegios como haber metido su voz en un disco de ventas millonarias en el mercado internacional o haber cantado en asturiano en el Estadio Nacional de Francia antes miles de personas, en el Festival de San Remo y en distintos escenarios de Alemania, Argentina, Cuba y Suiza.

Entró en la tonada con 28 años, cuando estaba casada y sus dos hijas estaban criadas, y empezó a abrirse paso con timidez en concursos que acabó ganando hasta cansarse de hacerlo.

Vive en Gijón desde los 15 años, siempre en Pumarín.

Debe y agradece su carrera discográfica a Lisardo Lombardía y en ella hay colaboraciones con Enrique García Palicio “L’Abogáu”, Luis Estrada, Jorge Tuya o José Manuel Collado, y tuvo acompañada a la gaita por Luis de Arnizo, Manolo Quirós, Alberto Varillas, Vicente Prado “El Pravianu” o El Gaiteru de Veriña. En 1999 grabó “Onde la ñublina posa”, acompañada por buena parte de los mejores músicos tradicionales de Asturias.

Fue cuatro veces a Lorient, una de ellas con Víctor Manuel; se hizo universal con una estrofa de “Non vuelvas más a mio casa faciendo ruidu con les madreñes” cuando Hevia la incluyó en su apoteósico “Busindre Reel” y colabora en la vanguardia de la modernidad con Rodrigo Cuevas.

Su “Misa Asturiana de Gaita” (1998), grabada con Pedro Pangua al tambor y El Gaiteru de Veriña, aún la tiene en movimiento desde Pumarín de Gijón a donde haga falta a esta mujer serena que habla como una buena persona.

–Nací en Máñores, en Tineo, el 30 de agosto de 1948. Mi padre, Marcelino, era picador en Rodical y mi madre, Isolina, ama de casa. Tenían ganadería. Tengo una hermana, Pili, año y pico menor.

–¿Tiene recuerdos de Máñores?

–Claro. Con 4 años iba a la escuela, en Buenavista, por medio de un monte, con los críos mayores. Era mixta y éramos bastantes. No había tráfico y a una compañera y a mí nos dio por tirarnos en la carretera, al lado de una curva, a ver quién aguantaba más cuando llegara un coche. El camionero casi no nos ve. Se bajó, habló con la maestra y pasamos de rodillas toda la tarde. Iba con mi madre al lavadero, que lo rehabilitaron ahora y quedó bien guapo. Era el lugar de reunión de las mujeres y de algún mozo que andaba rondando.

–¿Cómo era su padre?

–Era de la zona. Murió hace 5 años, con 92, después de 17 con demencia senil, sin memoria, pero hablaba bien y no fue penoso para él ni para nadie. Fue un ejemplo, trabajador incansable que hacía un largo camino antes de ponerse a picar. En verano cogía algún día para segar la hierba. Era recto y le gustaba que se hicieran las cosas bien, pero nunca nos puso la mano encima. Mi madre, que era la de la zapatilla, lo usaba para amenazarnos: “Se lo digo a tu padre, cuando venga tu padre”. Cuando llegaban las fiestas de La Espina y teníamos 12 o 13 años, nos subía y esperaba por nosotras aunque al día siguiente madrugara para trabajar.

–¿Y su madre?

–Polvorilla. De la Cueva, Salas. Con 92 años está como una rosa. Era muy trabajadora, ella sola atendía el ganado, sayaba. Era muy alegre, siempre estaba cantando. Con nosotras era más quisquillosa.

–¿Qué rapacina era usted?

–Tranquila, obediente, de ayudar a las vecinas yendo a la fuente o a lavar trapos. Mi hermana se resistía más.

"Cuando llegó a casa la radio vivíamos en Cueva (Salas) y fue una revolución poder oír música"

–¿Qué tal se vivía en su casa?

–Normal de pueblo, pero bien porque había un sueldín de fuera... Con buena comida porque se mataba en casa. En verano había jamón y un pellejo de vino y estrenábamos vestido para la fiesta.

–¿Qué ideología había?

–No estaba definida porque no se hablaba, pero eran más bien de izquierdas. Escuchaban Radio Pirenaica. En la posguerra pasaron mucha hambre y penalidades los dos, y mi madre iba a servir de pequeñina a las casas, pero la familia no tuvo problemas.

–¿Y la religión?

–Fueras religioso o no, a misa tenías que ir. Mi padre no, porque trabajaba en el campo, pero aportaba para arreglar la iglesia. Don José le comentaba a un compañero suyo: “Manolo, nunca lo veo por la iglesia”, y él le respondía: “Ni yo a usted en mi carro rozando roza”. Nosotras íbamos a misa, hicimos la comunión...

–A los 10 años fueron a vivir a Cueva, en Salas.

–Yo antes ya pasaba temporadas con los hermanos de mi madre hasta que marcharon a Argentina. Fuimos allí para que no quedará la casa vacía. Está a 4 kilómetros de La Espina. Es más pequeño y alejado que Máñores. A Salas había que ir por el monte, con el caballo, los martes para vender lo de la huerta en el mercado y comprar el azúcar, el aceite y lo que hiciera falta.

–¿Su madre cantaba bien?

–Cantaba mucho y se la podía escuchar. Sabía copla, muchas cuartetas vaqueiras –y las que no, las inventaba–, romances truculentos y lo que sonaba por la radio. Compramos la radio cuando vivíamos en Cueva. Mi padre nos compró también unos relojes a mi hermana y a mí con una correína de cuero.

–La radio fue importante.

–Una revolución. Sonaba mucha copla, canción popular, concursos de tonada y el parte.

Mari Luz Cristóbal.

–¿Cantaba de cría?

–En Cueva mis tíos cantaban y mi tío Manolo lo hacía de maravilla en asturiano y flamenco. Iba a las fiestas de Salas y Tineo y a las bodas y lo invitaban a cantar y a comer. Decía que, para tener buena voz, tomaba cuatro huevos con vino Sansón, ¡qué asco! En los santos y cumpleaños nos daban un dedal de anís. Manolo me llevaba al chigre-tienda , me sentaba en el mostrador y a cantar con él. Los paisanos me daban caramelos o una peseta. En Salas y en La Espina, en las fiestas siempre había un paisano que vendía coplas en un papelín y yo las compraba.

–¿Su hermana cantaba?

–No.

–¿Se llevan bien?

–De siempre. Crecimos e hicimos pandilla juntas. Se casó también muy pronto.

–¿Por qué dejaron Cueva?

–Por el problema de las particiones. Eran tantos hermanos y unos decían “no quiero nada, pero no renuncio” y había el riesgo de quedar con un prau solu. Mi padre trabajaba en Abengoa, querían mandarlo para Bilbao, a mi madre no le gustaba y él renunció a ir. Un tío le buscó un trabajo en El Musel.

–Y para Gijón.

–Teníamos un tío en Oviedo y estuvimos valorando ir a vivir allí, pero preferíamos Gijón porque tenía mar, que no lo conocíamos.

“Al principio la tonada no me gustaba más que la canción ligera; las vaqueiras, sí”

–¿Qué tal llegar con 15 años?

–Una ilusión enorme. A mi madre le costó habituarse a tener que ir a la tienda todos los días, pero a nosotras nos encantaba. Vinimos a Pumarín y ahí seguimos. Si no hubiéramos venido a Gijón, yo seguramente me habría ido a Francia o a Suiza, como compañeras mías de mi edad. Vinimos en marzo y el primer verano descubrimos todo, nos perdimos en la ciudad, cogimos un autobús en sentido contrario... no sabíamos lo que era un ascensor. Hubo algún desengaño amoroso. Empezamos a ir a El Jardín, a El Parque del Piles a ver cantantes famosos. En seguida hicimos pandilla. Vimos al “Dúo Dinámico”, a Raphael cuando anunció que se casaba con Natalia Figueroa...

–¿Siguió estudiando en Gijón o empezó a trabajar?

–Empecé a trabajar en una fábrica de punto en Pumarín, Laberlis, a los 18 e hice el Bachillerato nocturno en el Doña Jimena a las siete de la tarde. Laberlis hacía jerséis, chaquetas, camisas, todo de punto y exportaba mucho, hasta a Venezuela. En verano íbamos a la playa, corriendo con el bocadillo cuando salíamos a la una y volvíamos a trabajar a las cuatro.

–¿El ambiente del taller?

–Era bueno. Había buenos jefes, empezando por Don Laureano, que la abrió. En la fábrica cantábamos. Éramos 50 mujeres, la mayoría con buen rollo, dos o tres mecánicos y otras tantas oficinistas. Si te apurabas, el fin de semana pagaban incentivos, que eran para nuestro baile y nuestras cosas. El salario iba para casa.

–¿Trabajó hasta...?

–Los 23 años, cuando me casé.

–¿Cuándo fue su noviazgo?

–Una vecina de piso se casó con un hermano de Miguel, mi marido. Nos conocimos en esa boda, pero sin más. Cuando tuvieron un hijo él y yo fuimos de padrinos. Hablamos y eso. Pasó mucho tiempo y la siguiente vez nos encontramos en El Parque del Piles, me sacó a bailar, empezamos a charlar y era casi la hora de volver a casa, a las diez y algo. Nos dijo: “Si queréis os llevo en coche”. Acaba de comprar un 600. Quedamos para salir al día siguiente y hasta hoy. El domingo 11 de julio hizo 50 años.

–¿Sin ojitos tiernos antes?

–Él estaba trabajando en Madrid, pero no se encontraba y dejó Telefónica por Ensidesa. Es maestro industrial y vive en Gijón desde los 5 años, cuando la familia vino de Valdepeñas.

“La actuación más emocionante fue un San Patricio en el estadio de Saint-Denis, sola en la pasarela, cantando para miles de personas”

–¿Se casaron pronto?

–No llegó a dos años. Él tenía un buen trabajo. Lo mío era poco, pero te daban una paga por casarte y la liquidación por marchar. A los 14 meses tuvimos la primera hija, Noelia. Se llama así por la canción de Nino Bravo, que me gustaba mucho y murió cuando estábamos de viaje de novios en Madrid. Cuando lo leímos en una revista dije: “Si tenemos una hija se va a llamar Noelia”. La segunda es Alicia.

–Quedaron en Pumarín.

–Compramos piso sobre plano. La casa se construyó donde estaba la fábrica en la que trabajaba yo. Mientras lo hacían, año y medio, vivimos con mis padres.

–¿Cómo llevó la maternidad?

–Muy bien. Eché de menos trabajar cuando mis hijas eran algo mayorinas y empecé a cantar.

–Empezó a cantar en 1977.

–Me ánimo Miguel, mi marido, porque siempre estaba cantando. Él trabajaba a turnos y, cuando dormía por la mañana, me contenía hasta que le oía levantar la persiana. Entonces me ponía a cantar y él decía “ya destaparon al pájaro”.

–¿Necesitaba cantar?

–Sí. Quería vivir eso que estaba cantando. Escenificaba las canciones de Concha Piquer. Escuchaba tonadas en los concursos y las repetía. Miguel me dijo “cantas tan bien como los de la radio ¿por qué no te apuntas”.

–¿Su primer concurso?

–El de Mercaplana. Había que apuntarse en Radio Oviedo, donde estaban Carlos Menéndez Jeannot y Menchu Álvarez del Valle. Nunca había entrado en una emisora. Me pasaron a un cuartucho para probarme la voz y cuando me pidieron que cantara no me acordaba de ninguna. Canté un cachín de “Dime xilguerín parleru” y me dijeron que no valía para concurso, pero que tenía buena voz.

–¿Cómo estaba entonces la canción asturiana?

–Ya se decía entonces que se iba a acabar. Yo no había ido a ver concursos, sólo una vez fui a ver a “El Presi”. Por 30 hombres había 10 mujeres y se decía que los que cantaban bien eran los paisanos. Había bastante machismo en ese sentido. 

La tonada está mejor: tiene cantantes más jóvenes, pero público mayor; necesita letras nuevas que no traten de labrar y segar, me gusta cuando la sacan de contexto

–¿Le fue bien?

–La primera vez que concursé no pasé a la final. Estuve año y pico quedando la tercera, la cuarta... Subía al escenario y tenía tal timidez que si la canción duraba tres minutos yo la terminaba en minuto y medio. Cantar en tertulia es distinto de subirte a un escenario y ver a todo el mundo mirando para ti. No sabía cantar a la gaita y no me atrevía a hacerlo.

–¿Por qué?

–Luis d’Arnizo tocaba todo seguido. En una fase del Centro Asturiano, aquí en Begoña, estaba el Gaiteru de Veriña y le cogí bien la pausa para entrar a cantar. Al acabar le pregunté “¿puedo ensayar contigo un poco?” y así aprendí.

–¿Primer concurso que ganó?

–El de San Pedro de La Felguera, muy importante, con mucha gente. Estaba Aníbal Menéndez Corujo, un bajo muy bueno. Preparé “Al pasar por el puertu”, de La Busdonga, y empezaron a preguntarse quién era aquella chavala.

–¿Aprendía concursando?

–Sí. Oía en el casete las canciones y preparaba 3 o 4. Fui dos meses a clases de canto con Celia Álvarez Blanco para conocer un poco la voz y aprender a respirar y luego con Restituto Ortega, que dirigía coros en Gijón. Cuando fundamos la Asociación de Tonada, Carlos Rubiera nos dio clases. Al principio crees que puede cantar lo alto y lo bajo, ignoras que tienes una tesitura. Algunas veces me equivoqué eligiendo mi repertorio.

–¿Le gustaba más la canción asturiana o la ligera?

–Al principio la tonada no me gustaba especialmente. Las vaqueiras sí, porque las cantaba mi madre. Cuando me metí y empecé a conocerla y a leer de su pasado, me gustó. 

Mari Luz Cristóbal.

–¿Qué referentes tenía, además de La Busdonga?

–Otra que no llegué a conocer, Leonides Fernández, de Olloniego. Concursé con Socorro Noriega, que cantaba muy bien las de oriente... vi a Chucha de Nembra en apogeo. Estaba Josefina Argüelles, que cantaba en otra tesitura.

–¿Ganó dinero?

–En los años ochenta llevé los concursos de calle y hubo veranos en que cantaba en dos romerías en el mismo día. No hay concejo en el que no haya cantado e hice centenares de pueblos. Se ganaba un dinero. Compré alguna joya, la plaza de garaje e hicimos algún viaje. Después se hizo monótono y dejé de concursar en 1990 o por ahí.

–Con la canción viajó.

–A partir de conocer a Lisardo Lombardía, mi mentor y promotor de mis discos, que tuvieron eco. Me llevó con el colectivo “Muyeres” a Lorient. En el disco “Onde la neblina posa” canté con la OSPA, me llamó Hevia para meter “Non vuelvas más a mio casa faciendo ruidu con les madreñes” en su “Busindre reel” y me llevó a la gira para cantar ese trocín. En Italia, Hevia era un ídolo. Del hotel al teatro la gente se arremolinaba alrededor del autobús en el que íbamos como si fuera dentro el Papa.

–Actuó en San Remo.

–Vestida de asturiana. Presentaban el festival Inés Sastre y Luciano Pavarotti, que se me acercó para felicitarme, me besó la mano y dijo “grande madonna, grande madonna”. También fue muy emocionante en Madrid y Barcelona.

–Sin cantar no hubiera conocido nada de eso.

–En Hamburgo fuimos a un hotel con portero de chistera y librea, escalinata y frutas y albornoces en la habitación. Llegamos a las 4 de la mañana y teníamos que marchar a las 7 y yo decía: “no duermo, tengo que quedarme aquí mirando esta habitación”. El viaje más emocional para mí fue a Argentina.

Mari Luz Cristóbal, en una actuación en el Club de Prensa.

–Ah, claro, tenía tíos allí.

–Los reencontré y conocí primos. Fue un viaje del Principado con Tini Areces. Y fui a Cuba, que vino también mi marido.

–¿La tonada ha ido a menos o a más?

–A más. Ahora hay gente más joven cantando, aunque no escuchando. Los espectadores son de 50 y 60 para arriba.

–Rodrigo Cuevas.

–Grabé un videoclip y una canción con él y lo conozco de chaval. Hace 3 años me llamó la directora de Factoría Norte para meter alguna canción en la obra “Mujer” y tuve que aprender algún diálogo y ahora vuelvo para una obra del Xacobeo en Oviedo. A raíz de que grabé la misa de gaita el coro Lolo de Cornellana la fundación Valdés Salas, que dirige Joaquín Valdeón, me llamó de solista y en tres años fuimos a Madrid, a Roma...

–¿Cómo está de voz?

–Me noto bien, puede que haya bajado un poco la tesitura. La cuido normal y con la mascarilla no tuve ni un catarro.

–¿Es purista o hay que abrir la canción asturiana?

–Hay clásicos que tienen que estar siempre, pero cuando se la saca un poco de contexto me encanta porque hay que evolucionar. Necesitamos letras nuevas, que no hablen de labrar y segar y cosas que los chavales no conocen.

–Hablando de letras leí a Cuevas una vaqueira muy picardiosa que me llamó la atención. Dice: Bien sé que estás en la cama/ bien sé que durmiendo, no...

–Bien sé que tienes la mano/ dónde el pensamiento, yo. La cantaba mi madre. Cuando se la oía no sabía ni lo que quería decir.

–¿Tiene nietos?

–Dos nietinas, Xela, de casi 7 años y Violeta, de dos meses y medio. Están en Sevilla.

–¿Qué han hecho sus hijas?

–Noelia hizo psicología y trabaja en recursos humanos en Morón de la Frontera, donde conoció al compañero, mecánico de aviones. Alicia estudió Historia y vive en el Valle ( Carreño).

–¿Qué tal cree que la trató la vida? 

–No me puedo quejar. Tuve suerte: una buena familia, unos buenos padres, un marido que no merezco, que es la mano derecha de mi madre y un manitas. 

–Su momento más emocionante en un escenario.

–El primer festival de Lorient y el estadio Saint Denis un día de San Patricio, miles de personas y yo sola en la pasarela cantando “Onde la neblina posa”. Debo a Lisardo Lombardía que tuvo fe en mí y los discos que me grabó fueron un antes y un después de mi manera de cantar, acompañada por músicos buenos.

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