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La tortuga laúd que aún se busca

Tesoros asturianos en la colección científica real: el Museo Nacional de Historia Natural cumple 250 años

El Muso madrileño custodia “producciones naturales” de interés y “curiosidades de arte” para la divulgación: del territorio astur hay animales disecados, mármoles y hasta algunos misterios

En la colección de Historia Natural más importante de España se custodian tesoros de Asturias. Algunos depositados hace más de dos siglos en lo que nació siendo el gabinete de ciencia de Carlos III y que muy pronto, por decisión real, pasó a ser uno de los primeros gabinetes que abrió al público para fomentar la educación ciudadana. Corría el año de 1771.

Convertido con el tiempo en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, con sede en Madrid, está inmerso de lleno en la celebración de su 250 aniversario, al que ha llegado siendo uno de los institutos de investigación científica más importantes de España en el ámbito de las ciencias naturales.

El centro, que pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), se enorgullece de llevar todo ese tiempo poniendo la ciencia al alcance de la ciudadanía. Casi desde que la geología, la paleontología o la mineralogía eran una intuición de curiosos, entusiastas y observadores, las más de las veces de clases acomodadas.

Instalaciones del Museo.

Por eso la creación del Real Gabinete de Historia Natural fue un acontecimiento de gran relevancia en la vida cultural de la España ilustrada del siglo XVIII. Su fin no era otro que el fomento de la historia natural en España y sus dominios entre todas las clases sociales y eso se tenía que hacer a través de la exposición de toda clase de «producciones naturales», principalmente procedentes de la Península Ibérica, América y Filipinas.

La apertura llevó aparejada la publicación de una Real Orden para que todas las autoridades del imperio se responsabilizasen del envío al Real Gabinete de las «producciones naturales» de interés y todo tipo de “curiosidades de arte” que se encontrasen en los territorios bajo su jurisdicción. Esos envíos se sucedieron y Asturias y los asturianos participaron en el incremento de colecciones que son, ahora, quizá lo más anecdótico de un centro de vocación científica.

El museo recibe unas 300.000 visitas al año y tienen un equipo de investigación formado por más de 80 personas dedicadas al estudio de la biodiversidad y el cambio climático, la ecología, la paleobiología, la geología o la biología microbiana. Pero sus colecciones -y los documentos que las enriquecen- son punto y aparte.

Instalaciones de la zona de mineralogía.

Intramuros se custodian más de 10 millones de ejemplares de esas denominadas “producciones naturales” que suponían por alguna razón un hallazgo reseñable. Y eso incluye desde tener la colección de ejemplares disecados de mamíferos más importante y numerosa del territorio español, a una gran muestra de placas de mármoles históricos de Carlos III, una selección de perlas en la colección de malacología, o una de piedras benzoares -procedentes de intestinos o estómagos de animales- en la de artes decorativas. Simples ejemplos de la enorme diversidad que se custodia. Los contenidos se encuentran disponibles para su uso con fines científicos o culturales, siempre que no se comprometa su conservación para las generaciones futuras.

¿Y qué ha aportado a Asturias ? Mucho y de todo.                                                                                   

El oso de la discordia

En el museo se exhibe un oso pardo que fue abatido en Somiedo hace más de 100 años. La pieza se la disputaron dos cazadores, el marqués de Villaviciosa, y su primo Pepón. Primero acordaron donarla al museo pero al año siguiente Pepón cambió de opinión y quiso llevarse el oso. El litigio lo zanjó el rey, Alfonso XIII, que regaló el animal al Museo con una placa en la que no figuraban ninguno de los cazadores. Pedro Pidal al menos se despachó publicando, en 1917 un pequeño librillo, “El oso del Museo”, que se conserva en el archivo del MNCN y la concluye con una moraleja: “El que lo quiere todo para sí y nada para el prójimo, tras perder la grandeza moral y la simpatía de las gentes, se expone a quedarse sin nada, y lo merece. La ambición rompe el saco.”

El oso de la discordia

Muestras de mármoles

En los almacenes hay guardada un colección de placas de mármoles o rocas ornamentales extraídas en canteras de todo el país en el XVIII. Son muestras para dar fe de la procedencia de la piedra que sirvió para los retablos y recubrimientos artísticos de palacios y catedrales en el siglo XVII y XVIII. Así que son testigos de las principales variedades de rocas ornamentales españolas cuando el país era la segunda potencia mundial de producción de estas piedras. Algunas de esas canteras ya ni existen. De Asturias hay cuatro muestras de alabastros (falsas ágatas), de Pravia y de Oviedo.

Muestras de mármoles

El meteorito de Cangas (1866)

 El museo también custodia una muestra del excepcional meteorito que cayó en Cangas de Onís en 1866. Cayeron multitud de piezas, según el estudio completo que también se conserva en el museo y que rastreó, 130 años después, por dónde andaban los más de 30 fragmentos que se localizaron.

El meteorito de Cangas (1866)

Y un misterio... el de la gran tortuga laúd

La apresaron unos pescadores en la zona de Tazones. Era una hembra de 480 kilos y 2,20 metros de largo, que tenía dentro más de 5.400 huevos.

Meterla en el museo dio problemas porque no cabía por la puerta del laboratorio de Taxidermia. Las fotos de su naturalización es lo único que queda en el archivo ya que aunque se sabe que era un ejemplar muy distinguido en el Museo, ya nadie sabe dónde es.

Tortuga laúd

Niños posando con la tortuga laúd en las instalaciones del Museo.

El caracol endémico cantábrico

Un ejemplar de Hélix cantábrica Hidalgo, endémico de la Cordillera Cantábrica, lleva desde 1876 en la colección de malacología -moluscos-. Se cogió en Oviedo, en la zona de las Caldas.

El caracol endémico cantábrico

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