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ENTREVISTA
Fiorella Faltoyano | Actriz y escritora

“Me volqué en el respeto por mi hijo, para estar a la altura como madre”

"Escribí mis memorias para liberarme de la historia de mis padres"

Fiorella faltoyano. | FERNANDO RODRÍGUEZ

Fiorella Faltoyano nació en Málaga, en octubre de 1949. Patito feo, sin gusto por los estudios, pero sí por el noble arte de fingir, se transformó en cisne y llegó de la mano de Luis Escobar a los teatros de Madrid. Convertida en musa de la Transición –también de Garci–, madre de un hijo al que le dio el respeto que a ella no le otorgaron, mujer amada y amante de su trabajo, se estrena como literata con 16 relatos visionados tras “El ojo de la cerradura”. Todo con una insaciable búsqueda por la estabilidad que faltó en su casa y la inmensa suerte de no tener que regresar a ese pasado, excepto cuando por voluntad propia arregló cuentas pendientes con su difunto padre biológico.

A sus 72 años se siente guapa gracias al privilegio de toda una trayectoria a su servicio: “La vida me ha dado mucho. Si ahora toca marcharse, qué contenta me voy”. Se sienta frente a LA NUEVA ESPAÑA, con una copa de vino blanco y la soltura de habla que solo otorga un camino del que presumir: “No me pongo trabas, ya se encargará el tiempo”.

–¿En qué momento decide empezar su trayectoria literaria?

–Fue algo casual, como casi todo en mi vida. Se me ocurrió una historia y fui corriendo a casa a escribirla, después la metí en un cajón y me olvidé de mis dotes literarias. Al mes volvió a sucederme algo similar y acabé con 16 relatos que no podía dejar cogiendo polvo en aquel cajón.

–“El ojo de la cerradura”, aquello que vemos cuando miramos a escondidas, la parte íntima de las personas...

–Es un intento de penetrar en el alma de la gente que he encontrado en mi trayectoria, de buscar una historia detrás de anécdotas que me han contado. Tienen un nexo inconsciente: son protagonistas que van a tomar una decisión que condicionará su existencia o viven un evento que cambiará el resto de su vida.

–Afirma que estamos compuestos por muchas personas a la vez, ¿de quién está hecha usted?

–Usted y yo no somos las mismas personas aquí que las que seremos por la tarde en diferentes circunstancias o por la noche tomando una copa. Todos somos poliédricos y descubrir esas facetas ocultas es mi deformación profesional. Llevo toda la vida descifrando textos y palabras para interpretar personajes, soy un abanico de figuras que he vivido e interpretado.

–Son muchas vivencias a sus espaldas y parece llevarlas con una vitalidad estupenda

–¿Y qué vas a hacer? (Ríe) Solo hay dos opciones, la buena y la mala. Soy optimista, llevarse por lo negativo es fatal.

–¿Existe algún truco o lo lleva incorporado de forma innata?

–Es fruto de la meditación. No del tipo yoga, sino de mentalizarse de “¿qué gana uno leyendo en negativo?”. El mundo es un horror, pero no va a cambiar por pensarlo con actitud de derrota. Sí puedo cambiar lo que me rodea buscando la parte positiva.

–También lleva la edad con orgullo, no está a favor de las operaciones estéticas...

–Les tengo mucho miedo. El jueves me hicieron un implante de una muela y eso me reafirmó que si cuando haces una intervención necesaria ya es fastidiado, quitarte una arruga para que al tiempo salga otra es inútil. En el mejor de los casos van a pensar “está muy bien operada”. No te van a dar un carné de chica de 30, ni te vas a enamorar o se van a enamorar de ti. Centrar la belleza en la juventud es una batalla perdida; hay que buscarla en la inteligencia, la bondad, la capacidad para seducir con otras armas.

–¿Se siente guapa?

–Soy la primera a la que le cabrea ver una foto de hace años, pero es lo que hay. No soy tan guapa como a los 20, pero me siento afortunada de haber llegado a los 72 con salud, ganas de hacer cosas e ilusión. Es tal privilegio que tengo que sentirme guapa. La suerte es que te sigan ofreciendo personajes a los 70 y puedas hacerlo con naturalidad.

–¿Cómo ha vivido ese cambio de rol en sus papeles, le costó?

–Les costó más a los que me veían desde fuera. Pasé un tiempo en dique seco, porque no era lo suficientemente mayor como para hacer ciertos papeles pero no tenía la juventud necesaria para el cine y la televisión. A partir de los 40 estás en el limbo.

–Usted afirma que quiere exprimir la naranja hasta el final.

–Es morir viviendo. No me pongo trabas, ya se encargará el tiempo. Nunca imaginé decir “si ahora toca marcharse, qué contenta me voy”, pero me está pasando. He tenido amor, amigos, viajes maravillosos, gente que me valora y me quiere.

–Hace años dijo “odio el matrimonio”, ¿ha cambiado eso?

–(Risas). Vete tú a saber lo que diría yo. Seguramente corresponde a mi primer marido, José Luis Tafur, con el que me casé muy tarde. Cuando empecé a vivir con él y tuve a mi hijo no había ley de divorcio en España. No nos podíamos casar porque había tenido un matrimonio anterior. En esa etapa me decía “me da igual si no me puedo casar”. Me daba miedo la convivencia, es algo muy difícil.

–¿Influyó en su concepción de amor la situación en su casa? Su padre biológico es Pardo Arias, pero lleva el apellido italiano del hombre que se casó con su madre, Juan Renzi.

–Mucho. Me generó la necesidad de encontrar estabilidad, por eso, casi siempre, los hombres de mi vida han sido bastante mayores que yo. Buscar la figura paterna que nunca tuve me condicionó la vida porque necesitaba encontrar seguridad y una familia.

–¿El referente materno fue bueno?

–No. La excuso porque tenía unas circunstancias complicadas. Escribí mis memorias para liberarme de la historia de mis padres. Cuando murió mi primer marido de alzhéimer y con mi madre fallecida, decidí comprobar si era hija de mi padre. Con 60 años pedí la exhumación de su cadáver para demostrar la filiación. Fueron muchos enfrentamientos brutales y necesitaba contármelo a mí misma.

–¿Qué sucedió cuando se escuchó?

–Marcó un antes y un después. Tuve una prórroga a partir de ese momento. Salió automático, sin límites, y llegué a lo que realmente me importaba.

–Usted es madre, ¿cómo asumió ese rol?

–Me preocupaba muchísimo no estar a la altura. Me volqué en el respeto por mi hijo, porque no se respetaron mis derechos como ser humano, niña y persona.

–Fue una niña insegura, a la que no le gustaba su físico, ¿qué cambió?

–El patito feo. Mis compañeras de colegio eran las guapas de clase, yo era la gorda. Empecé la transformación y cuando me vieron por primera vez en televisión ya no parecía yo.

–Hizo mucha televisión, llegó a presentar “¡Señoras y señores!”.

–Me gustó muchísimo. Era una actriz de corsé, de Chéjov, de Dostoievski. Estaba todo el día disfrazada de antigua. De pronto me ofrecieron una presentación todo el día cantando, bailando, vestida ideal... Me hubiera gustado ser actriz de comedia musical, pero no tenía mucha voz.

–Hizo la primera película con el asturiano Pedro Mario Herrero...

–“Club de solteros”, es un recuerdo terrible. Con él de maravilla, pero yo era un desastre. Nunca había hecho cine, fue mi primera película en un papel casi protagonista, la pareja de Sancho Gracia, horrible... Volví corriendo al teatro.

–¿Quién la descubrió?

–Luis Escobar, había ido a Málaga a dirigir una obra, me conoció, me propuso ir a Madrid a hacer teatro, me contrató y actué con Nati Mistral a los 17. Me moví mucho... no quería volver ni loca al acabar la temporada.

–¿Cómo fue aquella época de “Asignatura pendiente”?

–Me da vértigo cuando lo pienso. Hay muchas generaciones que no saben de qué va eso y me parece mal. Fue una etapa de nuestra historia de la que podríamos sacar buenas lecciones. Estábamos viviendo en directo la transformación de una dictadura en una democracia, imperfecta pero fue sin sangre. Los libros de Historia deberían dar una visión positiva de ese momento.

–¿Qué opina cuando los partidos políticos la ponen en duda?

–Me duele mucho cuando se dice “hay que acabar con el régimen del 78”. ¿Qué quiere decir? ¿Hay que acabar con el acuerdo? ¿Con el consenso? ¿Volver a la guerra? No fue ningún régimen, habría imperfecciones pero era lo mejor posible sin duda. Oigo eso a personas con repercusión mediática y no sé si es desconocimiento, mala intención o ganas de llamar la atención.

–Nunca hizo destape...

–Lo que llamo destape es al cine comercial basado en el cómico de turno y una señora estupenda que enseñaba sus maravillas. No tuve la necesidad de verme en esa situación, ni tampoco me hacía gracia hacerlo.

–¿Mostrar el cuerpo no era un símbolo de libertad?

–No me parece relevante, ser libre no es salir desnudo en una película. Lo importante es pensar y expresar libremente lo que uno piensa. Me gustaba bañarme en topless, pero los excesos nunca me gustaron, se puede reivindicar de todo sin hacer el número. Y más aún hoy en día.

–¿Cómo fue adentrarse en el mundo de “La Regenta”?

–Me hizo una ilusión... Leí la novela en el colegio y mi obsesión era ser la Regenta. Se me pasó el arroz y con más de 40 me llamó Fernando Méndez-Leite y me dijo que iba a llevarla al cine y quería que fuera Visita. Fue cumplir un pedacito de mi sueño y un rodaje maravilloso. En ese momento nació la historia de amor con Fernando, hoy mi marido. Llevamos 25 años veraneando en Asturias, por algo será.

–¿Qué se lleva de su trayectoria?

–El conjunto, como en un premio a toda tu vida. He elegido lo que quería hacer, he tenido muchos éxitos y suerte. He vivido la vida que me gustaba, haciendo lo que quería. Hago mi trabajo y, además, al salir me aplauden.

–¿Y qué le ha enseñado?

–A no tomar todo demasiado en serio. Que ser bueno es complicado, pero ser amable no, y la amabilidad es un grado importante para la convivencia. Que esto es un ratito y si nos dan la opción disfrutémoslo.

–¿Cómo va a seguir exprimiendo esa naranja?

–Ni idea. No estamos en un mundo en el que podamos hacer planes a largo plazo. De hecho, miraría por el ojo de la cerradura a Putin. Todas nuestras vidas y futuros dependen de ese señor.

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