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Luis Estrada Cantante de tonada asturiana

“De 1990 a 2010 ganamos dinero porque hubo meses de cantar 80 veces”

“Que mi mujer sea de El Entrego me vino bien para la vida de cantante porque la Cuenca tiene muy arraigada la independencia del hombre”

El cantante Luis Estrada, en el Auditorio de Oviedo. IRMA COLLÍN

Llegar a la tonada tarde, bien y siempre


Luis Estrada (Selorio, Villaviciosa, 1942) empezó a cantar con 30 años, pero desde entonces no ha parado. Llevaba la voz cantante en el “Cuarteto Torner” porque era tenor primero. El grupo, completado por Emilio García, Roberto González y Arsenio Fernández-Nespral, hizo 2.200 actuaciones desde su fundación en 1984 hasta 2015, cuando murió Milio, un bajo excepcional. Además de sus discos, quedan sus muchos reconocimientos, entre ellos el de “Asturiano del mes” de octubre de 2008 de LA NUEVA ESPAÑA por su labor en la defensa de la música popular.

La veteranía escénica de Luis Estrada fue una lucha contra el nerviosismo que el cantante capeó pisando tablas, unas mil veces él solo y unas 600 con Jorge Tuya e incorporando algunos chistes al espectáculo para relajar al público.

Jubilado desde hace 20 años, Estrada fue maestro de Primaria desde 1967, sacó la oposición en 1977 y desarrolló la mayor parte de su carrera como logopeda en el Padre Vinjoy, en el colegio Gervasio Ramos de Oviedo y en el de Educación Especial Juan Luis Iglesias Prada de Langreo.

Está casado desde 1969 con la entreguina Tere y tuvieron un hijo, Luis Estrada Sión, músico, arreglista y compositor, que falleció a los 37 años en 2008.

–Nací en Selorio, Villaviciosa, el 29 de junio de 1942. Tengo un hermano 19 meses menor, Manolo, por desgracia ahora en una residencia de Villaviciosa.

–¿Qué eran sus padres?

–Labradores. Tenían una casería importante porque mi madre había venido de Cuba, donde mi abuelo tenía fábrica de tabaco, y trajeron algo de dinero con el que compraron tierras. Éramos clase media: teníamos un poco más que los demás, no demasiado.

–¿Cómo se llamaba su padre?

–Etelvino, “ Telvo”. Tenía cuatro hermanos. Por la miseria de las aldeas marchó para Argentina, donde estuvo poco tiempo y volvió, con la mala suerte de que lo cogió la guerra al llegar.

–¿En qué bando?

–En los dos y también estuvo escondido en una casona indiana de Selorio que en el pasillo central de madera tenía una trampilla. En el hueco colocaron una cubertería de plata y debajo estaban ellos. Si entraba un ladrón se iba con la vajilla y nada más. Pero no aguantó. Salió para irse con el que fuera. Estuvo de lanzacohetes en el frente del Ebro y muerto de frío en Teruel. Volvió con una distinción.

–¿Hablaba de la guerra?

–Contaba cosas y, de chavales, nos entusiasmaban.

–¿Tenía una ideología?

–Se adaptó a lo de Franco. Era bien visto porque mi abuelo, su suegro, sí era de derechas.

–¿Cómo era?

–Un trabajador con mucha fuerza, algo barullón. Era cariñosos como se era antes, que no se llevaban los mimos.

–Hable de su madre.

–Florentina había nacido en 1912 en Pinar del Río y la trajeron a España con dos años. Tenía la doble nacionalidad cubana y española. Era inteligente y curiosa. Aunque no estaba nada estudiada, leía mucho y sabía dónde estaba orientada. Era monárquica.

–¿Eran creyentes?

–Los dos. Por Pascua Florida era obligatorio confesarse y comulgar y se gastaban bromas de “nos obligan a venir”, “¿cuántos pecados contaste?”. Mi madre era de más frecuencia y tenía un reclinatorio con sus iniciales hechas con chinchetas.

–¿Qué recuerdos tiene?

–Muy vagos. Unos vecinos que eran nueve hermanos y que éramos buenos todos, traviesos de reírse, pero no de sacar el carru por San Juan.

–¿Qué es eso?

–Por San Juan sacarle el carro a alguien y colgárselo de un árbol o sacarle el burro de la cuadra.

–¿Se cantaba en su casa?

–Mi madre, sí y bien, canciones asturianas hasta que entró la copla española y en las ferias compraban unas hojas de papel que traían la letra de las canciones. Tuvimos radio a partir de 1956 porque hasta entonces no hubo electricidad. Una hermana de mi padre sí tenía una radio grande como una mesa.

–Sin electricidad, ¿vivían bien?

–Para comer, sí, los productos que se daban: leche, maíz, fabes y se mataba un gochu al año en casa y eso era ya...

–Fue a la escuela en Selorio.

–Sí. Éramos treinta y tantos guajes, mixta, hecha cuando la República. Me trataron bien, no fui camorrista. Era buen estudiante y al fútbol no me quitaba nadie el balón. Un cura que me vio jugando delante de la iglesia le dijo a mi madre: “¡Qué bien juega ese chico!”. Se fue un balón donde un escayu nebral, que tiene unas púas de 3 centímetros, di una patada y me clavé una en la uña del dedo gordo.

–¡Qué grima!

–Al día siguiente estaría un poco cojo y está. A los 14 años fui al colegio San Francisco de Villaviciosa. Iba y venía con una bicicleta Orbea de mi padre que pesaba 13 kilos, 7 kilómetros ida y 7 vuelta, llano casi todo el tiempo.

–¿Notó mucho el cambio?

–Gané las amistades de la Villa. Comía en Chocolates Miravalles, una tienda de alimentación donde Manolo estaba con la chocolatera y olía maravillosamente. Cuando hacía mal tiempo quedaba allí a dormir. Era el sitio de confianza de mi madre cuando iba a comprar a la villa... como de familia... muy buena gente.

–¿Y en el colegio?

–Aprendí mucho. Yo era muy bueno en las letras, pero desesperante en Química y en Matemáticas, que las daba uno que estaba en la Pomológica. Eran laicos, menos los profesores de Religión y el que nos cuidaba, que nos hacía rezar en latín, pegaba coscorrones y retorcía los pellizcos en el brazo. El director era leñeru.

–¿Tuvo problemas con él?

–Nunca porque hacía teatro e iba a verme. Era el protagonista de “El médico a palos”, de Molière, y la gente se escacharraba conmigo porque siempre se me dio bien el cuentu. Por un fallo en estudio, educación y urbanidad tenías que ir el domingo.

–¿Sabía qué quería ser?

–No, la única opción era ser maestro porque no necesitabas hacer el Bachiller Superior. Con el elemental ya entrabas en la normal, que me tocó en Llamaquique. Antes estaba en Uría donde Simago.

–Magisterio le trajo a Oviedo.

–Y empecé a salir más. Hasta entonces estaba atrofiado. Me hospedé en una pensión de la calle San Francisco, creo que se llamaba Pravia, en un tercero, encima de Logos y de Rialto.

–¿Tiene un primer recuerdo de Oviedo en 1960?

–Que donde Magisterio, el Campo Maniobras, había praos, ganado y un par de casas. Veníamos al teatro Argentino porque tenía chicas que cantaban y bailaban. Alguna se hospedaba en la pensión y era la hecatombe: nadie iba para la cama por si caía algo. ¡Qué iba a caer! Solo lo consiguió uno de Valencia, un fino que debía de ser un bala al que el padre obligó a terminar la carrera en Oviedo, y la terminó.

–¿Eran de su edad los compañeros de pensión?

–Más o menos. Mi compañero de habitación era Pepe, el Coxu, que fue maestro como yo y ya murió. Me hice muy amigo de Solís, de la Tenderina baja, y con ese iba a dormir a su casa en San Mateo y él venía a la mía cuando las fiestas. Le gustaba la pintura e íbamos a las exposiciones de Oviedo y me enseñaba a ver arte.

–¿Qué más aprendió en Oviedo?

–Teníamos amigas, íbamos a la Alianza Francesa, a los bajos del Campoamor y a los del Filarmónica a bailar, y a veces al cine y al baile de Granda (Siero) y al de Trubia. Entonces no tuve novia.

–¿Los fines de semana volvía a casa?

–Claro, había que coger fabes o maíz, sacar cucho o catar, y en verano a la hierba o lo que fuera.

–¿Usted cantaba entonces?

–No, algo... Tenía un vecino, Pelayo, que tenía una gaita, una joyita de Antonio Solares Rivero, de Sebrayu. Me la regaló luego su hija. Pelayo no tocaba bien, pero cantaba muy bien. Entonces no se valoraba ser un virtuoso de la gaita, que servía para acompañar y bailar y se bailaba con una lata. Pelayo tenía un hijo, Manolo, “El Bombín”, que cantaba muy bien.

–¿Le tocó el declive de la canción asturiana?

–No, había fiestas de prado pequeño con seis barracas y en cada una había una gaita y siempre se oía canción asturiana.

–¿Qué tal en Magisterio?

–Un año repetí, porque cuando tocaba Matemáticas... Luego saqué el número uno en la oposición de Ciencias Sociales. No gustó en casa que repitiera porque había que seguir pagándome un año más la pensión.

–Y los gastos.

–Los amigos no teníamos nada. En el bar veíamos pasar las patatas bravas y nos caía la baba. En la Viuda de Basilio había un camarero un poco a las ocho menos cuarto y llamábamos por teléfono: “¿Es la viuda de Basilio”. “Sí”. ¿Estará Basilio?”. Se volvía loco aquel hombre: “Ña muyó”. ¡Mira qué tontada!

–¿Acabó Magisterio y fue a la oposición?

–Sí, la suspendí tres o cuatro veces, pero estaba de interino en alfabetización de adultos en Gijón, en La Calzada. Eran hijos de obreros de la Cristalera que había allí. Después vine para el colegio de sordos Padre Vinjoy en Oviedo.

–¿No hacía falta una formación específica?

–Ibas aprendiendo de compañeros y de alumnos. Un compañero, José Ángel, y yo fuimos a examinarnos a Jaén, creyendo que iban a estar torpes, pero allí solo había Magisterio y el nivel era muy alto. Tampoco la saqué en Valladolid.

–Se quedó a vivir en Oviedo.

–Sí, tenía sueldo de maestro, un Seiscientos y una novia, mi mujer, que salimos durante seis años.

–¿Cómo se conocieron?

–Una Nochevieja, en El Entrego, Pepe el Coxu me invitó a casa de sus padres. Fuimos a un baile muy bueno y allí conocí a Tere.

–¿Fue un flechazo?

–Me gustó cuando la vi, pero costó trabayu. Estábamos sentados en una cafetería, pasó ella y dije: “Esta va a ser pa mí, Pepe”. Y dijo ella: “Idioooota”. En verano fui con su familia a Hospital de Órbigo. Nos casamos en 1969 en La Gruta. Tere es ama de casa.

–¿Cuándo sacó la plaza?

–Estuve haciendo sustituciones en Gijón, fui interino en Caborana y aprobé las oposiciones en 1977 estando en el Vinjoy, donde quedé.

–¿Le gustó la enseñanza?

–Sí, y eso que la educación de sordos es muy difícil y comprometida. Hice unos cursos en Cádiz en la especialidad de Pedagogía Terapéutica y Audición y Lenguaje y me dediqué a la logopedia. Los nueve años antes de mi jubilación, como director del colegio de Educación Especial de Sama, fui feliz.

–¿Y eso?

–Los niños con Down y problemas parecidos son muy cariñosos y yo les hacía muchas bromas. Lo pasaba mal con los sordos. Tienes que tener mucha experiencia para saber quién es el líder de la clase porque puede que estés culpando a otro de una acción a la que fue inducido.

–¿Cómo llegó a la canción asturiana?

–En las sidrerías de El Entrego hice amistad con Arsenio, también maestro, hijo de El Polenchu, un gran cantante de canción asturiana. Salíamos los tres el fin de semana y nos veíamos en el Concheso. El padre de Arsenio era muy purista: o sabías muy bien la canción o te ponía a parir. Cantaban todos muy bien y algunos tocaban la gaita.

–¿Las sabía de los chigres? 

–No. Las oía de pequeño en casa en un gramófono que había venido de Argentina. Luego compré discos de Ramón García, “El Gaiteru Libardón”, que tocaba y cantaba, y me fui aficionando a comprar discos de pizarra, de los que tendré 150 canciones.

–Buena discoteca de pizarra.

–De las mejores de Asturias. Era muy buena la de El Sastre, de Sotrondio; la de Javier, el de Arroes, y las de Fernando Entrialgo, de Gijón, y Héctor Braga.

–Usted también toca la gaita.

–Empecé a los 30 años. Tengo tres gaitas muy buenas: una de José La Piedra; otra de Pelayo, el vecín, y la tercera me la regaló Federico, un riosellano con el que tenía mucha relación.

–Tardó en echarse a cantar.

–Era un ambiente de confianza, en tertulies, apuntaba e hice algún concurso pero sin éxito porque me ponía sobre una pierna y me temblaba la otra pernera. Al artista lo hacen las tablas. Hay que salir con rabia, pero la respiración es fundamental y el aplomo para hacer lo mismo que cuando ensayas.

–¿Su primera vez grande?

–En el concurso de Mercaplana, en 1980 o 1981. Estaba lleno de gente y me salieron bien las dos canciones. En 1984 fui campeón, aquel año no había mucha altura.

–¿Cuántas canciones sabe?

–Muchas. Doscientas, trescientas. Como el original, ciento y pico porque voy perdiendo la memoria y practico menos. Soy jurado y ahí se nota todas las que sé. Arsenio, uno de los compañeros del “Cuarteto Torner”, y yo hicimos un método general de evaluación para certámenes de canción asturiana. Somos puristas y queremos que los concursantes se aproximen a la canción original. Aquellos eran maestros. Hay que ir por el libro y yo les digo dónde fallan.

–Cancios de chigre. ¿Ha podido cuidarse?

–Sí. Era el tenor primero y no podía fallar. Si vas a cantar mucho tienes que tener cuidado siempre. No puedes enfilarte ni echarte tarde. Parece fácil, pero si estás a gusto de noche no lo es. Las veces que seguí por las noches nunca me salió bien. A las diez y media iba para la cama, los demás no, pero ellos al día siguiente cantaban igual de bien. Tenían garganta de hierro.

–¿Se gana dinero?

–Nosotros lo ganamos. La mejor época fue de 1990 a 2010. Hubo meses de cantar 80 veces, algunos días tres actuaciones en sitios distintos. Muy pocas veces nos dijeron “otra, otra”. Nos adornábamos con chistes que contaba yo y eso nos daba aire a nosotros y relajaba a la gente. Si no, hora y media cantando allí arriba...

–Evolución en la aceptación de la canción asturiana.

–Vamos a menos desde los ochenta. Esto lo mantienen cuatro chavales, aunque algunos lo hacen muy bien. Ahora hay clases, aunque la mayoría no sabemos música y es a base de oído, repetir, repetir y corregir. Mi mejor alumna fue Anabel Santiago.

–¿Qué le parece la vuelta al folclore?

–Está bien que se innove, pero o cantamos canción asturiana o no. La canción asturiana es con gaita y ahora salen con orquesta.

–¿No le gustaría una tonada cantada por la Rosalía?

–Coño, claro, como cuando Antoñita Moreno cantó “Carretera, carretera” o Alfredo Kraus “En toda la quintana”. Cuando cogen algo asturiano lo encumbran. Son cantantes, y nosotros, cantadores.

–¿Sigue a Rodrigo Cuevas?

–Es muy amigo mío. Sacó un estilo y vive de él y hace bien. Como Tino Casal. Son artistas, son creativos, tienen un don especial.

–¿Partidario de un repertorio nuevo?

–Nos dicen que en Asturias siempre cantamos las mismas canciones, que si “A la salida del Sella”, que si “Soy pastor”... ¿“Aida” no se canta igual que desde la primera vez? Hay canciones patrón.

–¿Su mujer apoyó su vida de cantante?

–Mucho. La vida de las mujeres de los que nos dedicamos a cantar tiene su cosa porque no estamos a las diez de la noche en casa, sino a las tres o las cuatro de la mañana, pero sabía más o menos dónde estábamos. Que fuera de El Entrego me vino bien. Lo aceptó fácilmente porque en la Cuenca está muy arraigada la independencia del hombre, pero nosotros salíamos con ellas por la tarde aunque llegáramos a las cuatro de la mañana.

–En 2008 murió su hijo, Luis Estrada Sión, su director y arreglista.

–Era un fenómeno, un músico extraordinario. ¡Tiene un arreglo de “El pozo María Luisa” al órgano...! Vio lo que hacíamos, lo llevamos al Conservatorio y por nuestras actuaciones tenía un órgano que costó un millón de pesetas. Tocaba cualquiera cosa.

–¿Qué tal cree que le trató a usted la vida?

–Muy bien. No tengo queja de nadie. Llevo veinte años jubilado y sigo cantando, dicen que bien.

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