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Sin chigre no hay paradero: “Los pueblos que pierden el bar queden tristes y amiseriaos”

El bar es el centro social de los pueblos: su cierre es un síntoma anterior al abandono, y su reapertura, un impulso revivificante

Rafael Peón, detrás de la barra, con sus clientes del Uncal, en Güexes (Parres). | Ana Paz Paredes

“Los pueblos que pierden el chigre queden muy tristes y amiseriaos. Cuando Rafael reabrió el Uncal prestome munchu aunque nun vengan tanto como antes”, dice Armando Hevia, vecino de Güexes (Parres) que cumplirá 90 años el próximo 31 de agosto. Y junto a él, que lo escucha, apostilla Rafael: “Un pueblu sin chigre ye un pueblo sin espíritu, sin alma”.

En Asturias todo el mundo sabe lo que es y significa un chigre, una palabra “guapa y querenciosa” que define a esos bares en los pueblos donde, más que la pinta de vino o beber unos culinos de sidra, lo que importa sobremanera es el encuentro vecinal; cantar las cuarenta con golpe de puño sobre la mesa; ser un poco faltón hablando de fútbol, o saber, de primera mano, que algún vecino se ha quedado viuda o viuda y necesita que se le eche una mano en la huerta o con el ganado. La mejor forma de explicar a un viajero qué es un chigre es llevarlo a uno de los que aún continúan abiertos por los pueblos de Asturias, y “sentir” lo que significa ser chigreru o chigrera y “hacer chigre”, algo cada vez más difícil porque, además de ir falleciendo por edad la clientela, la apertura de nuevas vías de comunicación los dejó apartados de esa carretera por la que “pasaba todo el mundo”, además de vivir el éxodo laboral de jóvenes que buscan su futuro fuera del campo.

Rafael Peón escanciaun culete de sidra en presencia de Nino Fernández y Antonio Arias en el chigre restaurante Uncal en Güexes (Parres). Ana Paz Paredes

Y sin embargo hay quienes, con todo, luchan y pelean por seguir con sus chigres adelante, dándoles una vuelta de tuerca, sin perder el espíritu que les da nombre, pero adaptándose a los nuevos tiempos para que estos “centros sociales del pueblo”, donde además se come y se bebe “la más pura tradición”, sigan no solo abiertos para los vecinos sino para una clientela diversa que, sobremanera los fines de semana, acude a estos chigres a comer, a pasar el día e incluso a descubrir pueblos y paisajes.

Y es que ser chigrero o chigrera “naz con unu. No todo el mundo tien ese aguante de sacar adelante un día y otru un chigre, eso yo creo que ye una vocación como cualquier otra”, explica Enedina García Fernández, a la que todo el mundo conoce como Generosa, el nombre de su madre y que, aun jubilada hace unos cuantos años, sigue siendo el alma máter de Casa Generosa en Pedroveya (Quirós), donde trabajó, como ella dice, desde que tuvo uso de razón, “desde los 13 que dejé la escuela hasta los 66 que me jubilé”, recuerda esta “catedrática del chigre”, cátedra que debería inventarse para personas como ella.

Enedina García, propietaria de Casa Generosa, en Pedroveya (Quirós), posa en la subidoria de uno de sus hórreos. ANA PAZ PAREDES

Una de esas chigreras “de raza”, como diría Enedina/Generosa, es Isabel Casielles, de 31 años, quien “reflotó” el local de sus padres, Casa Fredín, en Valdesoto (Siero). “Yo vivía fuera y estaba muy bien, pero de repente mi madre rompió una pierna y mi padre tenía que operarse y me vine para aquí con la intención de marchar cuando ellos estuvieran bien. Pero que no. Que aquí sigo diez años después y encantada de la vida”, explica. Y dice Marlene, su madre, que sigue al frente de los fogones, “que mientras estaban abiertas las minas, el chigre iba muy bien, pero al acabar la mina, acabose la gente y bajó en picao. Luego vino mi hija y empezó a reflotarlo”. A primera hora ya tiene trabajadores a desayunar, a la una obreros al menú y los fines de semana, gente de varios lugares de Asturias que van a comer el menú especial. “Viene bastante gente que no suele ser del pueblo, vienen a comer comida casera, tradicional, pero también voy poniendo algunas cosas nuevas a la vez porque hay que adaptase a los nuevos tiempos, pero bueno, les fabes, el cabritu y el arroz con leche no lo hay como el de mi madre”, afirma la hija con orgullo.

Casielles dice que el chigre es el termómetro emocional de los vecinos de Valdesoto. “Ahora de lo que más se habla aquí es de la economía. Aquí les preocupaciones se comparten porque el chigre ye más que un bar; yo los clientes que paren aquí todos los días conózcolos a todos pol nombre, y los que vienen nuevos acaben siendo familia porque hágolos yo ser familia”, dice Isabel mientras atiende a tres vecinos de Valdesoto: Jorge Onís, José Luis Villanueva y José Manuel Bermúdez. Mientras le sirve el café al primero dice que “los chigres no deberían desaparecer nunca porque es donde socializamos los que vivimos en el pueblo, donde sabemos los unos de los otros. Son tan necesarios que tendría que haber uno siempre de guardia, como las farmacias”.

En primer término, Marlene Martínez y, tras la barra, Isabel Casielles, junto a tres de sus clientes: Jorge Onís, José Luis Villanueva y José Manuel Bermúdez, en el chigre Casa Fredín en Valdesoto (Siero). Ana Paz Paredes

Quien no tenía ningún lazo familiar con los dueños del Uncal, Angelita y Guzmán, es Rafael Peón, salvo el ser, como ellos, vecino de Güexes (Parres), aunque su vida profesional estaba en Villaviciosa, donde llevaba quince años regentando otro local. Lo dejó para convertirse en el chigrero de su pueblo y volver a abrir las puertas del único chigre de la zona, que fue muy querido por todos gracias a la bonhomía de la pareja que lo regentó durante tantos años. “Es el chigre más antiguo de Parres que está abierto y sin cambiar de sitio”, matiza este hombre para quien la palabra chigre significa “un lugar de reunión, de tertulia, de compartir cosas”.

Peón es muy sincero sobre las dificultades de mantener el negocio abierto. “Por aquí, como en la ciudad, no te pasan los clientes por delante de la puerta. Ahora no es como antes, que venía la gente y tomaba cuatro pintines de vino y ya está. Antes no había casi impuestos, no había tanta burocracia, la luz era mucho más barata, ahora hay que trabajar mucho y además hay que reinventarse para que, al mismo tiempo que mantienes el espíritu del chigre, tengas una oferta que atraiga a gente de otros lugares a comer unos platos tradicionales pero también otras opciones, teniendo en cuenta todos los pequeños detalles”, dice este profesional que, desde que abrió, está convirtiendo a su pueblo en punto de referencia para un turismo que quiere, además de comer bien y en un sitio auténtico, conocer la zona. Porque es que, además, Rafael Peón es un gran “promotor turístico” del lugar en el que vive. “Queremos fijar población y que los chigres no se cierren, pero habrá que hacer algo más que quererlo”, explica Peón, que afirma que “esto yo no lo cambio por nada, aunque me cueste un sacrificio terrible. Este chigre es mi vida”, algo que agradecen oír sus vecinos, como José Luis Marinas, Nino Rodríguez, Amador Espina, Antonio Arias y Armando Hevia. “Este es un pueblo con las casas muy diseminadas, si no fuera por el chigre, pasaríamos meses sin vernos”, dice uno de ellos.

Diego Corteguera y uno de los vecinos de Berbes, Pablo Alonso, simulan una partida de cartas “a la antigua usanza”. Ana Paz Paredes

José Alba, profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo, apunta que “es muy difícil mantener un chigre abierto todos los días. No es lógico que estos establecimientos tengan un montón de cargas fiscales. Si el establecimiento no tiene un reconocimiento social, se lo deben dar los poderes públicos tratando, más que de abrir nuevos chigres, de mantener los que hay. Cuando en un pueblo cierra el último chigre es un indicador malísimo”, señala este experto.

“El chigre ye más que un bar, es el lugar donde socializamos y donde sabemos los unos de los otros”, afirma Isabel Casielles, que regenta Casa Fredín, en Valdesoto (Siero)

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Enedina García, al frente de Casa Generosa, encarna la profesión de chigrera por excelencia, un trabajo y una actitud que le han hecho merecedora del cariño de su clientela, tanto asturianos como una parte importante de turistas nacionales y extranjeros que se acercan a comer a su establecimiento tras recorrer, por ejemplo, la ruta de las Xanas. “A mí me gusta mucho tratar con la gente. Me pregunten por los hórreos, se hacen fotos con les madreñes, y a mí préstame verlos a gusto, verlos contentos. A todos los clientes les estoy agradecida porque gracies a ellos he sido feliz toda mi vida laboral”.

Ese mismo espíritu, pero con 28 años , lo tiene Diego Corteguera, al frente de la cocina del gastrochigre Casa Melín, en Berbes (Ribadesella), y bisnieto de quien regentó muchos años el entonces bar-tienda, Manuel Rodríguez, tras volver de la emigración en Cuba, y que tenía como principales clientes a los trabajadores de la mina de espato fluor. El cierre de la mina supuso un mazazo y la reinvención fue difícil para sus continuadores. Tras llevarlo familiares, alquilarse y volver a cerrar, lo cogió finalmente su madre, Esperanza Rodríguez, que también vivió la emigración pues nació en Venezuela, junto con su hijo Diego, que estudió en la Escuela de Hostelería de Gijón y ya empezó a trabajar con 16 años. Fue Corteguera quien apostó por ser un chigrero del siglo XXI en este edificio con casi 130 años de historia.

Diego Corteguera unto a su madre, Esperanza Rodríguez, a la puerta del local. Ana Paz Paredes

Este joven profesional le ha dado su toque y, al tiempo que oferta platos novedosos basados en la tradición, también logró que su local sea un “gastrochigre” auténtico. “Me gusta salir y hablar con los clientes y me gusta mucho que vengan los vecinos, y no solo al vino o al pinchu, también a jugar a las cartas o al dominó, como se hacía antes y se dejó de hacer. Estoy a ver si formamos una peña para las partidas de brisca”, dice ilusionado este joven cocinero, que en pocos meses ha convertido su local en un lugar al que van a comer clientes de todo tipo, algo que redunda en favor de Berbes como pueblo de interés turístico, pues es, además, paso del Camino de Santiago. “De 50 que somos, 48 paramos ahora aquí”, dice sonriente Pablo Alonso, vecino de Berbes.

Jaime Izquierdo, Comisionado para el Reto Demográfico, recuerda que “el futuro de las aldeas estará vinculado a la existencia y ampliación de funciones de los chigres, además de las socioculturales ya conocidas; son frecuentes las iniciativas rurales promovidas por jóvenes que se están apoyando en una nueva concepción del chigre que, sin perder su identidad y esencia, recupera las funciones clásicas e incorpora nuevas visiones. ¡Larga vida al chigre!”.

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