Los 7.000 currantes sin fin: las ventajas para la pensión y la falta de relevo disparan el número de "posjubilados" en Asturias

Los asturianos que siguen trabajando tras cumplir los 65 años se han triplicado en una década: por sentirse aún en forma, por los incentivos para la pensión y por la falta de relevo generacional

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Yago González

Yago González

"¿Qué hace una persona de 80 años sin hacer nada en todo el día? Mi carácter no va con quedarme en casa leyendo o viendo las telenovelas". Marifé García Tuñón, de 80 años, sigue pasándose a diario por Comercial Tuñón, la tienda de artículos deportivos de Mieres que su abuelo abrió en 1932 como un taller de bicicletas. Ahora el encargado es su hijo Fernando, pero el negocio sigue estando a nombre de Marifé, y a ella le gusta saber cómo van las ventas y conocer las novedades del mundo del deporte. También hace alguna sugerencia. "Eso sí, siempre pidiendo permiso y disculpas por adelantado", dice con humor. Aunque el momento legal de jubilarse le había llegado a los 65 años, como a todo el mundo, Marifé continuó al frente de la tienda durante diez años más mientas percibía la mitad de su pensión.

Cada vez más asturianos optan por esa vía. A fecha de mayo, en el Principado había 7.627 cotizantes mayores de 64 años, según datos del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. Se trata de casi un 15% más que en el mismo mes del año pasado, cuando figuraban 6.639 afiliados. Y más del triple que hace una década: en mayo de 2013 la cifra era de 2.405.

Fue precisamente ese año cuando el Gobierno de Mariano Rajoy reformó la legislación para introducir la llamada "jubilación activa", que hace compatible cobrar hasta la mitad de la pensión con seguir trabajando (tanto por cuenta ajena como propia) más allá de la edad límite. Y los autónomos que contraten al menos a un trabajador pueden acceder a la prestación completa, según una sentencia del Tribunal Supremo de 2021.

Iliana Mejía, de 36 años, ayuda a reparar una de las máquinas de coser del taller que Manuel Arandojo, de 86, regenta en Oviedo desde hace medio siglo. | Miki López

Iliana Mejía, de 36 años, ayuda a reparar una de las máquinas de coser del taller que Manuel Arandojo, de 86, regenta en Oviedo desde hace medio siglo. | Miki López / Yago González

Desde aquel cambio legislativo, el número de afiliados a la Seguridad Social de más de 64 años no ha dejado de aumentar en España en general y en el Principado en particular. Los "posjubilados" asturianos están bastante equilibrados en cuestión de sexos: 4.407 son mujeres y 3.220 son hombres.

Con las reformas de los últimos años, España intenta seguir la senda de países como Alemania, Francia, Reino Unido, Finlandia o Suecia, donde es más sencillo trabajar a la vez que se cobra la pensión. El principal objetivo es contribuir a sostener un sistema de pensiones cada vez más tensionado por el envejecimiento demográfico.

Para optar a la jubilación activa tiene que haber pasado al menos un año desde que se cumpliera la edad ordinaria de retiro. En 2023, para hacerlo a los 65 años hay que haber cotizado al menos 37 años y nueve meses. De lo contrario, el límite son 66 años y cuatro meses. Además, se exige haber cotizado los años suficientes para tener derecho a ingresar el 100% de la pensión: 36 años y seis meses para hacerlo este año en curso.

Manuel Arandojo cumple de sobra los dos requisitos. Le quedan dos meses para cumplir 87 años y sigue abriendo de lunes a sábado su pequeño taller de máquinas de coser en la calle del Rosal, en Oviedo. Allí está al menos siete horas diarias enfundado en su bata azul.

Marifé García Tuñón, de 80 años, en su tienda de deportes, Comercial Tuñón, en Mieres. | Miki López

Marifé García Tuñón, de 80 años, en su tienda de deportes, Comercial Tuñón, en Mieres. | Miki López / Yago González

Manuel nació en 1936 en una aldea de Pola de Allande, un mes después de que estallara la Guerra Civil. La situación era tan complicada que tuvo que esperar hasta los cuatro años para ser bautizado. Era una época de carencias en la que él y sus siete hermanos aprendieron muy pronto lo que era trabajar, ayudando a sus padres en las labores del campo. Se estableció en Oviedo a los 17 años y se ganó el pan en la construcción. A los 23 se subió a un tren rumbo a Suiza, destino de muchos españoles de aquellas generación. "No sabía el idioma ni tenía ni idea de qué empleo podría encontrar, me fui completamente a ciegas", asegura. Pero tuvo suerte y fue contratado en una empresa de carrocería de coches de un pueblo cercano a Basilea. Al poco se casó por poderes con su novia, la llanisca María Davinia Ruisánchez, que le acompañó al país centroeuropeo. Pero a ella el clima no le sentaba muy bien, y un año después regresaron a Oviedo.

A comienzos de los años 70 se produjo el "flechazo" con el mundo de la costura, primero como vendedor de la casa Sigma por toda Asturias. "Humildemente, se me daba bien, podía vender hasta cuarenta máquinas en un mes, y Alfa me contrató", recuerda. Y hasta hoy. Manuel lleva medio siglo en su taller ovetense rodeado de máquinas Alfa, la legendaria marca de Eibar (Guipúzcoa). Algunas son tan antiguas y elaboradas que parecen pequeñas obras de arte.

Manuel se jubiló cuando tocaba, a los 65, y puso la tienda en alquiler. Pero en 2014 ésta quedó libre y, con tal de no verla cerrada, volvió a coger la bata azul. Sus tres hijos han seguido diferentes caminos profesionales, pero con él trabaja ahora la colombiana Iliana Mejía, de 36 años, que se declara "muy contenta" de aprender el oficio junto a semejante veterano. Él percibe parte de su pensión, unos 400 euros, y asegura que ambos tienen "muchísimo trabajo". "En la pandemia aumentó muchísimo la afición por la costura", asegura Manuel, que se queja un poco de la actitud de las nuevas generaciones: "Ahora lo primero que te preguntan cuando entran por la puerta es cuánto les vas a pagar. Oye, primero vamos a ver cuánto vales y luego veré cuánto te pago".

Las ventajas para la pensión y la falta de relevo disparan el número de "posjubilados" en Asturias

Raquel Varela y Tomás Santos, en su restaurante de Ponga / Yago González

Quien también tiene problemas para encontrar un digno heredero de su negocio es Luis Jesús Cocho. A un mes de cumplir los 71 años, continúa al frente de su tienda de reparación de ordenadores, EIC, en el barrio ovetense de Pumarín. Abierto en 1996, llegó a tener cinco empleados, aunque ahora sólo tiene uno. "Disfruto mucho con mi trabajo y mantengo una cartera estable de clientes, pero aunque mi intención es traspasar el taller, lo cierto es que no encuentro a nadie que quiera quedarse con él", lamenta Luis Jesús, que no logar hallar una explicación a esta adversidad: "No sé si es que la gente joven se marcha toda de Asturias o qué, pero es lo que sucede". Su diagnóstico coincide con el que describen desde hace años la mayoría de empresas, profesionales y profesores universitarios del sector tecnológico asturiano: faltan jóvenes.

Con todo, Luis Jesús insiste en que no sigue trabajando "por obligación" y cree conservar la pericia y la profesionalidad para desarmar un ordenador y arreglar sus tripas. "Quizá el único inconveniente es que en el sector de la informática penalice un poco tener 70 años, porque aquí funciona mucho el boca oreja", señala. Por suerte, puede compatibilizar su trabajo con su pensión, de unos 1.200 euros brutos.

Otro sector que últimamente acusa la falta de mano de obra joven es la hostelería, hasta tal punto que el presidente de la patronal asturiana advirtió hace unos días de que este verano "habrá establecimientos que no puedan abrir terraza, salas o barras por falta de personal". Estas palabras, al igual que otras manifestaciones similares, vienen produciendo desde hace años un encendido debate tanto en Asturias como en el resto de España sobre las condiciones laborales de la actividad hostelera. Los sindicatos acusan a los empresarios de pagar salarios bajos y abusar de contratos temporales.

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Luis Jesús Cocho, en su taller de ordenadores de Oviedo. Miki López / Yago González

Sin embargo, Tomás Santos y Raquel Varela aseguran que la suya es una profesión "muy entretenida". El matrimonio –no detallan su edad, pero garantizan con humor que "son más de 65 años"– gestiona el restaurante Fonda Ponga, en el concejo pongueto de San Juan de Beleño. Tomás capitanea la sala el y comedor, y también se encarga de los postres, mientras que Raquel está al mando de los fogones en la cocina. Descansan un día a la semana, como el resto de negocios de hostelería.

"Alguien tiene que seguir levantando el país", dice Tomás cuando se le pregunta por qué no se jubila. Más allá de la broma, ambos tenían claro ya antes de cumplir los 65 que no colgarían el delantal. "Esto nos gusta mucho, y físicamente podemos hacerlo, seguimos aguantando. Es un trabajo, no una obligación", sostiene Tomás.

Ninguno de sus nueve hijos ha seguido la tradición de un negocio familiar surgido hace casi 50 años. "Ellos ya tienen otra mentalidad y otros objetivos. Todos ellos han tomado otros caminos profesionales. Los dos últimos lo hicieron hace poco: ella es médica en Valencia y él es bombero aquí en Asturias, en la base de La Morgal", explica su orgullosa madre.

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El cirujano ortopédico José Luis Álvarez. | Miki López / Yago González

Tomás y Raquel siguen siendo autónomos y todavía no cobran ni un euro de pensión. Desde enero de 2022, la ley española ofrece incentivos para quienes demoran su retiro. Pueden elegir entre tres opciones: un porcentaje adicional del 4% por cada año completo cotizado después de cumplir la edad ordinaria, lo que supondrá un aumento de la cuantía de la pensión; una cantidad de dinero fijada por año cotizado, que dependerá de los años que se haya contribuido cuando se llegue a la edad de jubilación, y que oscila entre los 5.000 y los 12.000 euros, aproximadamente; o una combinación de ambos mecanismos.

Hasta la reforma de 2013, la mayoría de los españoles tenían escasos estímulos para prolongar su actividad laboral más allá de los 65 años. Pero, debido a una ley de 1967, algunos sectores profesionales ya gozaban del privilegio de cobrar la pensión completa y al mismo tiempo seguir trabajando por cuenta propia, siempre que la cotización de dicho trabajo se hiciera a través de una mutua profesional. Algunos ejemplos de estos colectivos: gestores administrativos, ingenieros, abogados, arquitectos o médicos.

Este último es el caso del gijonés José Luis Álvarez, cirujano ortopédico al que le falta un mes para cumplir 67 años. Cuatro días a la semana se reparte entre la Clínica Asturias, en Oviedo, y el Hospital Begoña de Gijón. Su tiempo libre lo reparte entre su familia (tiene tres hijos y cinco nietos, con uno en camino) y aficiones como la caza, el golf y el esquí. "Tengo que estar activo, hay demasiadas horas en el día para estar ocioso", afirma.

Primitivo Campillo, en su ferretería madrileña

Primitivo Campillo, en su ferretería madrileña

Un ferretero asturiano de un barrio del sur de Madrid se niega a jubilarse a sus 84 años

En el verano de 1977, cuando Primitivo Campillo cogió aquella ferretería destartalada en el paseo de Extremadura, casi no le veían el pelo en casa. Salía a las siete de la mañana y llegaba muy entrada la noche mientras realizaba una reforma integral del local. "Mira, para toda esta zona solo había una bombilla esférica mate de 40 vatios", recuerda en la parte interior de su tienda, El Sella. Llaves, cerrojos, candados y mil cachivaches lucen con su respectivo precio y un meticuloso orden en las puertas de los armarios.

"Esto no lo encontrarás en ningún lado, esto se hace mucho en Chile; estuve mucho tiempo para lograr que la tienda estuviera así, como está ahora", explica tras esas enormes gafas por las que se intuyen unos ojos pícaros con mucha mili. No en vano Primitivo, que acaba de cumplir 84 primaveras, lleva toda la vida detrás de un mostrador. A veces conoce perfectamente lo que quiere el cliente antes incluso de que este termine de hablar. Primero trabajó en una ferretería de Chile, adonde emigró con 19 años para hacer las Américas.

Dejo atrás su época de mozo en el pueblo "con más miga de toda España", el asturiano Panes, donde nació y se crio, y donde ayudaba en la fragua de su padre. Los domingos se iba con los amigos de fiesta a Potes, "a 28 kilómetros, con una bici sin cambios, a ver si conseguíamos darle a alguna un pellizquín", suelta mientras le aparece la sonrisa en el rostro. Tras un viaje de vuelta a España para hacer turismo con su mujer, Gloria, de padre español pero que conoció allá, decidieron quedarse aquí. En un primer momento en Llanes, tres años, y luego, en 1977, se fueron a Madrid.

Pese a ser el paseo de Extremadura una de las calles con más actividad comercial de toda la capital, le costó echar a andar al negocio. Sigue teniendo clientes desde que empezó. "El barrio ha cambiado mucho", señala el que posiblemente sea el vendedor más antiguo de todo Puerta del Ángel, un barrio justo al otro lado de la M-30 al que también está sacudiendo la gentrificación. "Antes la gente te dejaba encargado algo y te decía: ‘Luego paso, que voy a Madrid’, como si el barrio no lo fuera", rememora sobre cómo han cambiado las cosas.

Lo que más le preocupa en los últimos tiempos son las tiendas de los chinos, que han hecho descender el negocio. "Es que esos no generan ni empleo", cuenta Primitivo, que podría estar jubilado hace mucho tiempo ya, pero por ahora ni se lo plantea. "Mis hijos más de cuatro veces me han preguntado que cuándo, me dicen que ya está bien. Yo les respondo que estoy bien aquí atendiendo al publico, después de tantos años, aquí lo paso bien", suelta encogiendo los hombros, como diciendo que él no tiene la culpa de que trabajar le haga sentirse tan activo, a la vista de cómo se maneja por la tienda con la rapidez de un mancebo muchas veces.

No es el caso de Primitivo, una "rara avis" en el hecho de retrasar la jubilación; sí, desde luego, con la edad que tiene y que siga levantando la persiana a las 9.30 de la mañana. Según datos facilitados por la Seguridad Social, solo el año pasado se demoraron 13.000 jubilaciones, cerca de 1.100 al mes, una cifra que se está casi doblando este año hasta junio.

En la actualidad, de hecho, la edad efectiva de jubilación ha aumentado y se sitúa en 64,8 años. Casi veinte más tiene Primitivo. "Estoy esperando a que llegue el momento; mis hijos ya ni me preguntan", razona este asturiano enamorado de su tierra, a la que vuelve frecuentemente "pero menos de lo que me gustaría", una pasión que comparte su familia. "Tengo una nieta –tiene dos hijos y cuatro nietos– que si tuviera trabajo allí se iba para Asturias, le encanta el Norte".

A Primitivo se le hincha el pecho de orgullo de hecho cuando habla de la mejor fabada del mundo, en La Sauceda de Bueyes, "a seis kilómetros" de su pueblo. Y de aire cuando recuerda alguno de sus últimos viajes, cuando va sin su mujer, y para en el mirador de Piedrasluengas, tras cruzar Cervera de Pisuerga y antes de enfilar la carretera hacia Potes. "Antes de estar la autovía hacía todos los viajes por ahí, pero ahora lo hago cuando voy solo, cuando llegó arriba paro a tomar el aire", respira profundamente y pierde la mirada, como si acaso se trasladara allí por un momento.

Pese a no haber estudiado, Primitivo tiene un "excel" de cifras en la cabeza. Dispone además bajo el mostrador de un cartapacio con modelos, tamaños y precios, todo meticulosamente ordenado. Por la tienda, entre cafeteras, flexómetros, destornilladores, carros de la compra y cintas metálicas, anda también Recu, que lleva 23 años con él y es su mano derecha. Y Primitivo la defiende a capa y espada. Muchas veces le ha pasado que algún cliente le pide a ella que "venga el jefe" para hablar con él. Un menosprecio a una trabajadora que lleva toda la vida en ferretería, un gremio tradicionalmente ocupado por hombres. Cuando eso ocurre, Primitivo mira fijamente al cliente y le responde que Recu le va a atender perfectamente.

"A la gente le costó acostumbrarse", admite ella. "Es que el hecho de que te atendiera una mujer en una ferretería, ojo, que si había alguna antes era en la caja", recuerda el ferretero. Es una sociedad, la de Recu y Primitivo, inquebrantable y para rato. "Mi jefe está divinamente, esta es su vida, lo disfruta", le ensalza ella. "Yo es que no sé de otra cosa, de esto poco, pero me defiendo", dice humilde el ferretero, que sigue salvando de más de un apuro a los vecinos poco experimentados en el arte de los cachivaches y aparatos.

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