Entrevista | Herminio Artista plástico

"He pasado mi vida en La Caridad, donde quiero seguir lo que me queda"

"De niño hablaba poco y hacía mucho, me costó tortas en el colegio cada día que no me interesaran los libros, solo quería dibujar y hacer artilugios y trastadas"

Herminio en la nave industrial, entre esculturas grandes.

Herminio en la nave industrial, entre esculturas grandes. / Miki López

Javier Cuervo

Javier Cuervo

Vida de artista a tiempo completo

Herminio Álvarez Fernández (La Caridad, El Franco, 1945) es un artista y artefactor que ha llegado a Tokio y a Nueva York sin salir de su pueblo, que ha creado un universo artístico con colores industriales, materiales engañosos, equilibrios inquietantes, geometrías inestables y magnetismos misteriosos en el que todo se mueve algo y se mantiene como a punto de caer.

Desde niño fue inquieto, raro, lanzado y tenaz. Ha tenido dos vidas. Hasta los 45 vivió de un telar, de un taller de tejido y de un supermercado de potencia comarcal en los que incorporó artefactos para el trabajo y arte para el ocio. Después de los 45 años el pintor de los fines de semana se descubrió un escultor único.

–Nací el 17 de enero del 1945 en La Caridad, donde he pasado toda mi vida y quiero pasar lo que me quede. Tengo una hermana, Manolita, cinco años menor. Su marido murió, tenía trabajo en Betanzos y quedó. Nos llevamos de maravilla.

–¿A qué se dedicaban en su casa?

–Tenían una tiendina. Eran muy trabajadores, salían en una bicicleta a vender por los pueblos, ropa y cosas y fue creciendo.

–Hable de su padre.

–Herminio era somedano, de Corés, un paisano honrado, de poco a hablar, muy recto, pero no de machacar. No hubo día en la vida en que mi madre no me pegara algún azote, porque era muy atravesado y mi padre le decía: "no le pegues más al neno, lo que hay es que buscarle un reformatorio y llevarlo".

–¿Cómo se llamaba su madre?

–Paz. Era de aquí, de los Xacobos, ferreiros, especiales en un buen sentido, pero un poco a su manera. Es la parte artística: dibujaba.

–¿Tuvo mimos?

–No. Eran rígidos. Fui tremendamente mal estudiante: abrí los libros, no me interesaba lo que había y eso costó tortas en el colegio cada día.

–Libros aparte, ¿qué neno era?

–Ya llevaba dentro querer expresar algo. Hablaba poco y hacía mucho. Los martes había mercado en el pueblo y mis padres sacaban un puesto. En el saloncín de casa había una lámpara de 4 tulipas de la que me llamó la atención una piecina. Hice una escalera con las banquetas para subir a la mesa y otra escalera encima de la mesa para llega a la lámpara. Cuando tenía agarrada la piecina caí con todo, se descolgó la lámpara y rompió en mil pedazos.

–Su madre lo baldaría…

–Recogí todo, lo subí al desván, deshice un trozo de pared, de piedra, y lo escondí detrás. Mis padres murieron sin saber dónde fueron a parar los restos de la lámpara.

–¿Qué ideología tenían?

–Mi padre era republicano. Quedó sin padres siendo niño y un tío suyo, capitán de la República, lo llevó con él a la guerra. Estuvo preso por ideas políticas, no por sangre, y aprendió a leer y a escribir en la cárcel. Cuando lo soltaron no quería marchar, prefería seguir con el maestro. Mi madre también era republicana. No eran de religión.

El taller que es galería y la nave de su industria

Herminio, entre sus grandes esculturas. / Miki López

–¿Su madre le entendía?

–Sí. Con 8 años esperaba a que se acostaran, iba a la cocina y, con un tizón, pintaba un paisaje en los azulejos. Al otro día mi madre lo limpiaba y me lo dejaba listo para la noche siguiente. Le encantaba.

–Vamos a los estudios.

–Como no tenía arreglo me preguntaban "¿usted que quiere hacer?". "Yo quiero pintar", contestaba. Cuando nos íbamos a examinar al instituto Carreño Miranda de Avilés me metían unos papeles en blanco de tres, cuatro, cinco alumnos más que estudiaban bien y yo les hacía el dibujo. Solían sacar mejor nota que yo en dibujo porque como eran buenos estudiantes les subían la calificación. Dejé de estudiar a los 14. No terminé el bachiller elemental. A mis nietos, que son buenos estudiantes, les digo: "yo sacaba notas parecidas a las vuestras, pero siempre se olvidaban de poner un 1 delante del 0".

–¿Qué tal con otros nenos?

–Hicimos una pandilla los que queríamos ser un poco especiales. Cuando había que hacer alguna trastada, me llamaban para idearla.

–¿Qué le interesaba?

–Dibujar, hacer artilugios y trastadas. Por reyes a mi hermana le pusieron una cocina muy guapa que hizo un vecino. Cuando se fueron a la cama, abrí la puertina, metí maderina en el horno, prendí una cerilla para ver cómo funcionaba y ardió todo.

–¿Le estimularon el arte?

–Mi padre me dijo un día: "no quieres seguir estudiando así que te pones a trabajar". Me pusieron a tejer en una máquina. Recuperé hace poco la primera chaqueta que tejí.

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Herminio, con sus primeros cuadros. / Miki López

–A la tricotadora en 1960.

–Al lado de nuestra casa vivía un matrimonio con tres hijos. La mujer quedó viuda y mi padre dijo a mi madre "hay que ayudarla". Mi madre y ella montaron un pequeño taller de punto. Luego ella luego hizo peluquería, dejó el negocio y nos lo quedamos nosotros. Empecé haciendo ropa de encargo, luego elaboramos un pequeño muestrario y yo iba a vender por los comercios.

–¿Qué tipo de mozo fue?

–Inquieto, de robar fruta con los amigos, de mucho baile... siempre tenía una amiguina.

–¿Cuándo empezó su relación con su tío Ángel, el Ferreiro?

–De pequeño. Estaba a su lado siempre que podía. Me quería mucho. Me decía "nunca olvides que vienes de la familia de los Xacobos", porque veía cosas extrañas en mí.

–¿Cómo era?

–Estaba casado con una grandísima mujer -muy guapa- que supo entenderle. Tuvieron tres hijos. Viven los tres. Cuando empecé a hacer alguna piecina con alambrín en equilibrio, me decía: "¿por qué coño me emociona aquello siendo nada?".

–Su tío estaba interesado en el "perpetuum mobile", una máquina capaz de funcionar eternamente después de un impulso inicial y contaba con usted para ello. Esa búsqueda del momento continuo en un desván de la Caridad ya implicaba curiosidades por su parte.

–Total. Él veía cosas que yo empezaba a hacer así en equilibrio.

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El artista de La Caridad pasea entre obras recientes. / Miki López

–¿Cuándo empezó con eso?

–Muy temprano, con imanes que me daban, de altavoces... Después cambié al neodimio, al imán permanente. Me interesaba el magnetismo desde niño, siempre fui muy por qué.

–Eso era muy de niño sin juguetes.

–Tengo arriba un caleidoscopio hecho por mí. Un vecino, un día en que estaba malo, me enseñó un caleidoscopio, algo que nunca había visto. ¡Mi madre del alma! Le dije "Manolín, voy a llevarlo a casa, para verlo con más calma"... "No, no" -él ya me conocía- y salió hasta la carretera en calzoncillos detrás de mí, para quitármelo. Me metí en una habitación, empecé a desarmarlo, él machacando la puerta y yo, ni caso. Lo abrí y, al darle la vuelta, me cayó todo al suelo. ¡Qué pequeño era que no fui capaz de entender que aquellos cristalinos no podían romper encima de una alfombra! Lo fui armando con la idea de llevarlo a su casa y escapar corriendo. Por el camino logré que funcionara. Tengo un tubo de 30 a 40 centímetros de diámetro para hacer un caleidoscopio muy grande para un exterior. Con 50 cristalinos es un generador de imágenes perpetuo. Nunca se repite lo que ves.

–¿Cómo conoció a su mujer.

–Tere es de Rozadas, un pueblo de Boal. Su abuela compraba en casa de mi padre y siempre le decía: "tengo una nietina que era bueno que viniera a aprender a tejer a este taller". Vino y cuando la vi dije "qué nenina más guapa". Tenía 14 años, yo 19. Empezamos a tener una relación suave inmediatamente. Ahí estamos, más de 60 años juntos.

–¿Cuándo se casaron?

-Cuando vine de la mili. Fui voluntario porque un viajante que visitaba a mi padre le dijo que tenía un familiar militar que podía darme algún permiso para venir a casa de vez en cuando. No me sirvió en absoluto. Hice el campamento en Astorga y el cuartel en el Milán de Oviedo.

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Herminio, en su taller. / Miki López

–¿Qué tal llevó la mili?

–Bien, pero mejor no hubiera ido. Me eché para atrás, pero mantuve la imaginación, el valor y la inconsciencia y sí tenía que escapar un día, escapaba. Acabé entrando en la centralita y el que nunca me había ayudado dijo: "al fin logramos que entraras en la centralita". Me levanté y le dije: "a sus ordenes, mi comandante, estoy aquí por méritos propios".

–¿Hizo algún automatismo?

–Sí, señor. El espacio era muy estrecho. Había una puertina para entrar y en ella una taquilla para echar el dinero de llamar por teléfono. Cuando alguien quería entrar tenías que levantarte, alzar aquella taquilla y poner una clavija porque, si no, pegaba contra la pared. Hice un mecanismo y se levantaba sola cuando movías la puerta.

–Pintar daba ventajas.

–Me pidieron unos cuadros para una zona que estaba triste. Pedí el material y pinté 6 desnudos.

–¿Fue un tema adecuado?

–Un teniente coronel me dijo "¿usted pintó los cuadros de abajo?" Pensé que iba a ir al calabozo, pero me dijo "me encantan". Vio el artilugio que levantaba la taquilla y me preguntó: "¿quién es usted para tocar en algo que no es suyo?" Le contesté: "si quiere, lo quito ahora mismo". "No, está muy bien" decía y venga abrir y cerrar la puerta. Entonces me preguntó: ¿tiene Bellas Artes? Le conteste que no, que era afición y me dio un pase para estudiar en Artes y Oficios.

–En la calle del Rosal.

–Fui 6 días y no volví. Me sentía muy mal a gusto. Había mucho niño y niña bien, iba de militar y me miraban... Pero me sirvió para dar un paseo después de comer.

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Herminio, trabajando en su taller. / Miki López

–Se casó a la vuelta de la mili.

–Sí, muy jóvenes. Mi hermana y yo nos casamos en la misma ceremonia. Mi idea era que mi mujer y yo fuéramos para la tienda de mi padre. Mi padre, que era muy inteligente, me dijo: "estoy pensando, neno, que no. Tenemos una casina, mejor vais allí, montáis detrás un tallerín de punto y empezáis vuestra vida". Así fue.

–¿Cómo progresaron?

–Nos vendía los conos de lana la Berlys, una fábrica de Gijón. Con 25 años, se me ocurrió una locura muy grande. Nunca montara en avión y fui a Barcelona con el dinero para el vuelo y dos días de estancia y compré una máquina de punto automática tan grande que tuve que ampliar el taller. La máquina era todo mecánica, me encantaba. Pepe Pañeda, el de "Berlys" la vio y me dijo: "¡la madre que te parió!, menuda maquina te compraste". Me dolía la mano de firmar letras. La Berlys, una fábrica importante en España, tenía dos como esa, marca Mestre, galga [grueso del punto] 8. Pañeda me ofreció, poco después, que le hiciera el tisaje, las partes de la prenda, con aquella máquina. Acepté porque no soportaba salir a vender por los comercios.

–¿Y eso?

–A cualquier prenda que enseñaba, aunque estuviera bien hecha, solo le veía defectos. La encargada de Berlys me telefoneó para preguntar cuánto tardábamos en hacerle unas prendas de un modelo concreto, lo calculé, le dije un plazo y me respondió que a ellos les llevaba mucho más.

–¿Por qué tardaba menos con la misma máquina?

–Hice unos automatismos mecánicos para que, cuando fallara algo, me sonara un timbre en la habitación y fuera a arreglarlo. La máquina paraba un cuarto de hora al día, para enfriar. Las de Berlys trabajaban 8 horas. Los domingos bajábamos a la playa y yo subía a ver si seguía funcionando.

–Pañeda, encantado.

–Me propuso hacer una fábrica en La Caridad, en un sitio precioso, para producir 100 prendas diarias y un chalecito detrás para vivir mi mujer y yo. ¡Qué ilusión!

–¿La hicieron?

–No. En muy poco tiempo empezaron unos problemas gordos en la fábrica de Gijón y tuvo que cerrar. Me decía: "Herminio, ¡tienes un valor! Me comprometí contigo, te metiste en este follón y te dejé así". Yo le tranquilizaba, porque él ya tenía bastante lío.

–¿Cómo siguió?

–Monté un supermercado que en los 80, cuando no existían cadenas, llegó a ser el más grande de Asturias y hasta La Coruña. Venía gente de Luarca, de la comarca. Se vendieron muchísimos millones de pesetas.

–¿Cómo lo ideó?

–Fui a ver cómo funcionaba un supermercado muy grande en la calle La Lila de Oviedo.

–Usted era lanzado.

–Muy lanzado, desde niño.

El taller que es galería y la nave de su industria

Herminio trabajando en su taller. / Miki López

–¿Cómo fue creciendo el súper?

–Nunca pensaba quiero tener un supermercado enorme sino "quiero hacer lo que quiero". Donde estoy ahora no estaba edificado. Se veía una casa vieja con una huerta y yo la quería comprar. El contable me decía muchas veces "estás muy loco. Te va a embargar la Caja de Ahorros ¿y vas a comprar esa casa?". Soy un afortunado. Lo compré y cuando la obra estaba en columnas fui a ver a José Luis García Meana, el dueño de supermercados El Árbol y le ofrecí un bajo grande, sin terminar, y el supermercado en traspaso. Vino a verlo y me dijo: "¿cuánto me pides? Ten cuidado no te pases; si lo haces no hay respuesta". Le pedí 11 millones de pesetas y 200.000 pesetas de renta. Aceptó. Aquello me dio la libertad. Mi mujer puso un comercio de ropa que tuvo hasta que se jubiló.

–¿Siempre pintó de manera continuada?

–Sí, me ocupaba el tiempo que tenía, con el material que tenía, paisajes, bodegones, historias... Pîntaba los domingos por la mañana y colgaba lo que hacía en el supermercado y lo vendía.

–Aceptaba encargos?

–Nunca fui capaz de pintar lo que me pedían. Salvo una señora de Cartavio que tenía una casa preciosa con capilla, frente a la gasolinera. Era una gran señora, gran clienta y gran persona y me preguntó si le haría un cuadro de la casa. Le dije que no, que me perdonara. Pero lo consiguió.

–¿De qué forma?

–Un día me dijo: "coge este sobre, por favor. Nunca le voy a preguntar por él ni por lo que va dentro". En cuanto se fue abrí el sobre y era una foto de la casa. Volvió de compras muchas veces y jamás me dijo nada. Un domingo por la mañana, cuando pintaba, me di cuenta de que me gustaba la casa, decidí pintarla, lo enmarqué y lo colgué en el supermercado.

–¿Qué hizo ella?

–Lo vio, me dio un abrazo que no me soltaba. "¡Ay, Herminio, qué maravilla, qué maravilla! ¿Cuánto me va a cobrar?". Lo que los demás. 25.000 pesetas.

–¿Cómo pasó a dedicarse sólo al arte?

–El jefe de zona de la Caja de Ahorros me dijo que iba a venir un día con Jesús Villa Pastur, el crítico de arte, para que viera mis cosas. Tenía fama de ser muy duro. Me advirtieron que podía decirme que lo que hacía era una mierda. Vino a la habitación de casa, miró, miró y cuando estábamos en la puerta despidiéndonos me preguntó: "¿usted dispone de tiempo?". En este momento, sí, le dije. "Pues le voy a dar la dirección de un taller de experimentación artística que hay en Oviedo, de Humberto, donde no le van a decir lo que tiene que hacer. Lo van a estudiar a usted más bien". Así fue. Tenía 45 años.

¿Cuánto le apretaba la idea de dedicarse al arte?

–Mucho. Cogía el coche iba por La Espina con una botella de agua y unos bocatas para comer en Oviedo.

–¿Cómo le fue con Humberto.

-Fantástico. No sabía si lo que me cobraba era por semana o por mes y eso me angustió porque tenía para poco tiempo. Afortunadamente era por mes. Estuvimos dos o tres años. Luego me dijo que no me hubiera cobrado ni el primer mes. Él me sugirió que igual me iba mejor la escultura y pensé ¿con qué voy a hacerlas? Y di con el cartón.

–¿Cómo fue el proceso?

–Martuco me dejaba cajas de cartón de bicicletas en su garaje de Luarca y yo las cargaba en el coche, después Paco, en Jarrio e hice una máquina para prensar el cartón con dos motorinos de bombas de lavadora, usados, un tablero grande, encima había un bidón de agua de 80 litros, unas poleas , unas correas y más allá otro bidón. Tocaba en un motorín y cambiaba el agua por vasos comunicantes de un lado para otro. Levantaba el tablero, metía los cartones, les echaba cola alkil y a los 5 o 6 días estaba bien seco como si fuera un tablón. Con la chuletera del supermercado cortaba tabletillas y hacía las esculturas. Ese mecanismo tuve que deshacerlo porque no tenía espacio cuando empecé a trabajar en madera y bien me pesa porque tendría que conservarlo como oro en paño.

–Hizo todo eso por falta de dinero.

–Tenía madera por parte de mi mujer, pero no dinero para comprar una ingletadora o una máquina de madera.

Su mujer le apoyó para dedicarse al arte.

–Totalmente.

–¿Le agobiaba que no le pudiera ir bien?

No, porque ella siempre me ayudó. Tenía que ir a una feria a Nueva York y no podía ir ni loco porque se nos iba a casar la hija mayor y no sabíamos cómo íbamos a resolver el problema económico. Después empecé a trabajar con alguna galería en Asturias. Estuve con Luis Hernando en Vértice bastantes años; después con Cayón, en Madrid.

–¿Cuándo notó que podía rentabilizar ese esfuerzo y sacarle algo de dinero?

–En estos momentos no es que no necesite ni me interese vender cosas, claro que sí, pero lo que quiero sobre todo es dejar esto en orden para mis hijas.

–¿Su primera exposición?

–Mi primera exposición individual fue en la biblioteca de Castrillón. Todo cartón visto. Fue la única exposición que vivió mi padre y al terminar la inauguración me dijo: "bueno, neno, sentí decir cosas muy guapas a la gente, pero yo creo que nunca vas a vender nada".

–No acertó.

–Después nunca me faltaron galerías, la crítica me recibió siempre bien y Rubén Suárez [fue redactor jefe y el crítico de arte de LA NUEVA ESPAÑA] me sirvió muchísimo.

–Qué balance hace de lo trabajado estos años?

–Totalmente positivo. Parece que se habla de balance por economía, pero no. Tuve un crecimiento, una madurez, y una vejez y quiero seguir haciendo lo que me apetece en este momento: dibujar, hacer pequeñas cosas… Tengo una hecha en el polígono de Jarrio, mi última locura, y me salí de medidas: para traerla tiene que venir un transporte especial con policía.

–¿Qué le han dado estos años?

–Yo no saliera nunca de este pueblo, nunca viera una exposición, nada, ni en Oviedo. La mayor de mis hijas, las dos maravillosas, dio clases particulares un verano y con el dinero que ganó nos sacó un viaje a París a Tere y a mí para que pudiera conocer un poco el mundo del arte. Si coincide algo mío con algo del mundo es casualidad no porque yo copiará nada. Pero siempre es bueno ver cosas y saber cómo funciona el mundo.

–Hable de sus hijas

–María Elda y Natalia. Tengo dos yernos y cuatro nietos. Las dos se dedican a la enseñanza, una hizo filología inglesa, que es lo que da en Santander y la otra musicología y está en Oviedo.

–¿Fue un padre presente?

–Traté de que fueran por el camino derecho, pero al pie del cañón estaba la madre.

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida hasta ahora?

–Tuve un momento muy difícil, pero tengo la suerte de tener esta forma de pensar. Fue tremendamente dura la crisis del supermercado, pero al final de tu vida -no tengo miedo ni ganas de morirme- tengo la conciencia tranquila al 100% y aquello tuvo que haber pasado para lo que hice después . Soy de los que pienso así. En la vida no puedes dar marcha atrás y quitar aquello. La vida pasa. Estuve acompañado de la mujer que tengo, que en aquellos momentos no hacía nada más que darme paz y paz y paz. No imagino no haber hecho esto porque, cuando me analizo, desde pequeño era así y esto es lo que quería. Mi tío, el Ferreiro, diría "naciste con eso, hombre. Eres Xacobo auténtico".

El taller que es galería y la nave de su industria

Herminio tiene un taller en el pueblo y una nave en el polígono donde guarda sus piezas más grandes. Tiene una realizada en un taller externo que está a la espera de un transporte especial que se la lleve.

Su taller conecta con su vivienda particular de una forma, a la vez, clara y laberíntica. Recibe con obra notoria y un amasijo de recortes de periódicos y publicaciones. Después tiene un buen espacio de trabajo, otro expositivo de dos alturas para sus pinturas de todas las etapas, pequeñas y medianas esculturas, grabados y un hueco de estancia con sofá, televisor y mesa, donde se hizo la entrevista.

El taller es puro Herminio porque trabaja con instrumental salido de su propio ingenio con ganchos, poleas y botellas de plástico reutilizadas para contener, a la altura exacta, pinceles, cuters, lápices...

En la imagen superior se le ve sentado en la "silla de pensar". Cuando hace un boceto, normalmente a lápiz, lo cuelga en un tablero que tiene justo enfrente y se sienta a mirarlo, para ver si tiene que modificarlo. En la segunda fotografía se ve parte del instrumental y su fuente particular.

Viste una bata que estaba para tirar hace varios rotos y manchas, pero no quiere desprenderse de ella.

En los distintos piso de exposición está ordenando la obra "para que les quede a mis hijas" y recuperando algunas de las vendidas hace años para que quede testimonio. Vende, pero no le gusta desprenderse de la obra y disfruta de algunas recuperaciones negociadas a cambio de obra nueva.

La última imagen es un juego de reflejos a partir de una de sus obras de la nave industrial, donde una figura geométrica se sumerge en un espejo inferior y desciende de uno superior, multiplicándose, duplicándose, mirándose, hasta romper la ubicación y la lógica de los planos, por eso conviven en ella Miki López, el retratista, con varios retratos simultáneos de Herminio.

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