Entrevista | Josefina Velasco Rozado Historiadora, se jubila después de 35 años como archivera-bibliotecaria de la Junta General del Principado

"Asturias se introduce en la modernidad con el levantamiento de mayo de 1808"

"En los primeros años de nuestra actividad parlamentaria se tendía a un discurso en clave de solidez intelectual; el de ahora es más cáustico, más centrado en el hecho y tal vez más ágil, pero a los que se pegan demasiado a la realidad a veces les falta el enmarque"

Josefina Velasco, en la biblioteca de la Junta  General.

Josefina Velasco, en la biblioteca de la Junta General. / IRMA COLLÍN

Josefina Velasco Rozado (Les Llanes, Langreo, 1956) puede explicar los mitos fundacionales del Reino de Asturias usando un capítulo de "Los Simpson" o recordar con toda precisión que el primer ordenador que llegó a la biblioteca de la Junta General era "un Phillips P7.000 con pantalla negra y letras verdes", "así de grande".

También puede hacer visitas guiadas por la historia de Asturias, de Pelayo a la Du Pont, y extenderse en el repaso al anecdotario acumulado en 35 años de construcción y custodia del servicio de biblioteca, documentación y archivo del parlamento asturiano.

La jubilación cerró el 23 de febrero de 2024 el capítulo que empezó lleno de incertidumbre en septiembre de 1988. Hasta aquí, la archivera-bibliotecaria de la Junta, la historiadora apasionada, la memoria del palacio de la calle Fruela, ha escrito y dirigido publicaciones históricas, se ha motivado con los cambios de su profesión y se ha involucrado en la recopilación y digitalización de las colecciones de actas históricas de la Junta. Colabora en LA NUEVA ESPAÑA y no va a dejar la historia, ni los archivos, ni las actas.

–Vuelva a dar aquellos primeros pasos por estos pasillos. ¿Qué siente?

–Era muy diferente a lo que había estado haciendo hasta entonces. Venía de una experiencia fantástica en el archivo municipal y las bibliotecas de Langreo y llegué muy feliz, muy orgullosa de haber aprobado la oposición. Aquí había gente estupenda, por ejemplo el que fue secretario de mi tribunal de oposición, Juan Carlos Duque Villanueva, que ahora es secretario general adjunto del Tribunal Constitucional. O Alberto Arce, el actual Letrado Mayor, que desde entonces y hasta hoy ha sido amigo, compañero y maestro y le imprimió una gran intelectualidad a la biblioteca. Algunos usuarios externos muy reputados sostienen que puede ser de las mejores que existen en el ámbito del derecho constitucional y parlamentario.

–Nada de eso estaba aquí en 1988. Hubo que construirlo todo.

–Cuando llegué, había boletines y diarios de sesiones de otros parlamentos encuadernados y unos cuantos libros. Yo carecía de las herramientas básicas para hacerme cargo de un servicio como éste, que además de biblioteca era de documentación y archivo.

–¿Cómo arregló esa carencia?

–Lo primero que hice fue pedir una estancia en las Cortes Generales. Allí vi cómo organizaban la documentación parlamentaria, cómo establecían el cuadro de clasificación de los documentos de archivo, cómo adquirían, controlaban y catalogaban los libros de la biblioteca... Trasladarlo aquí fue una experiencia increíble, tanto que poco a poco empezaron a unirse otros parlamentos.

–¿Qué tal concuerdan las expectativas con el resultado?

–La gente siempre me dice que peco de optimista.

–Eso no es pecado.

–A veces te frena para ser un poco mas crítico. Todo lo que he sacado a nivel personal fue positivo. Desde el punto de vista profesional, esta profesión ha experimentado un cambio tan brutal que aún hoy hace falta una readaptación. Una que asegure que vamos a tener una información mejor y mejor tratada y que todo el mundo se dé cuenta de que un especialista en documentación da un valor añadido a los recursos. No porque ofrezcan algo distinto a lo que cualquiera puede encontrar en internet, sino porque aportan una organización, una ordenación que permite asegurar al usuario que lo que está buscando es pertinente.

–¿Algo así como una guía, o una brújula para navegar por un volumen inmenso de información?

–Exacto. Y también el valor añadido de relacionar, de una secuenciación de la información que no da internet, y todo el trabajo que asegura que un documento que se origina hoy va a seguir teniendo vida dentro de 30 años y va a ser fiable, que no va a estar tocado... La misión de una biblioteca especializada es mucho más difícil ahora. Antes tenías el feedback directo con el usuario. Venían, preguntaban y eso te incentivaba. Ahora, tienes que adelantarte a las posibles necesidades de tus usuarios.

–¿Por ejemplo?

–Si se va a debatir un proyecto de ley sobre el reto demográfico, tienes que facilitar la información al respecto, pero no diciendo sin más "tenemos estos libros", sino aportando un plus de pertinencia y adaptación al caso.

–¿Y la usan?

–Pasa como con los derechos. Los tienes. Que los uses o no ya depende de ti.

–Ahora que no nos oye nadie, ¿ha visto bajar el nivel? El de la oratoria, de la profundidad del discurso…

–En los primeros años de nuestra actividad parlamentaria se tendía más a un discurso en clave de, llamémosle, solidez intelectual, más próximo a los que se pronunciaban en las Cortes Generales de la Restauración. Había diputados y diputadas que leían libros y discursos, los subrayaban, aludían a párrafos concretos e hilvanaban unas intervenciones elaboradas. Otros había que abrían un paréntesis y no lo cerraban. Pero sobre todo había intervenciones que querían demostrar la talla intelectual y cultural. Si se quiere más ampulosas, pero diferenciadas unas de otras.

–¿Y ahora?

––Salvando excepciones, que las hay, es más cáustico, más centrado en el hecho. Eso está muy bien si se pretende dar agilidad al debate, pero a los que se pegan mucho a la realidad a veces les falta el enmarque. Están como cojos.

–Un ejemplo.

–Hay diferencia entre un informe jurídico o una sentencia de discurso plano y lo que hacía por ejemplo Tomás y Valiente en las sentencias del Constitucional. Eso era una maravilla, porque no sólo eran sólidas en el contenido, sino también en el continente. Lo que demuestra que hay fondo, profundidad, así no es tan fácil desmontar los argumentos porque van armados.

–¿Qué clase de relación ha mantenido con los diputados, cuánto ha cambiado con el tiempo?

–La relación presencial ya no es habitual, pero vienen a la biblioteca a pedir cosas. Y todos, los de todo el espectro político, son maravillosos. También es verdad que la biblioteca no tiene problemas con ellos. No hace un informe jurídico contrario ni les niega una subvención. En ese aspecto, somos el departamento agradecido. En estos 35 años siempre he querido transmitir la necesidad de que aquí se sirva por igual a todos los diputados, e incluso con un plus más a la oposición, porque los otros tienen más recursos.

–Las actas de la Junta son un documento histórico de primer orden. ¿Cree que las de hoy también lo serán para el futuro? ¿Le hacen un buen retrato a la Asturias de esta época o descentran a veces los asuntos importantes?

–Incluso aunque a veces no centren bien, ese descentre también puede ser un síntoma de los tiempos. Son documentos importantes, ahora y para el futuro. Las actas históricas, siempre lo advierto, no son novelas. Son aburridas pero en ellas se ve por qué en el siglo XVII Asturias tuvo muchísimos molinos o para qué sirvió el maíz.

–¿Y del presente?

–Si se quieren analizar las fases de la desindustrialización desde los ochenta, ahí están todas las contradicciones que pudo haber. Que en un momento dado se hizo una ley singular para la instalación de Du Pont, porque era una emergencia, o que en otro surgió el Petromocho... Uno de los primeros dosieres que hice al llegar aquí, en 1988, fue sobre la Variante de Pajares. Ahí también está el seguimiento de todo eso.

–Cuando un diputado pide que algo no conste en acta...

–Esa no es nuestra labor. Lo tiene que autorizar el presidente de la Junta e intervienen los letrados y los correctores-redactores de la casa. Ahora, los insultos se pueden ver, porque todo queda grabado. Pero en la preservación del orden parlamentario y del buen talante no somos nada malos. Hay sitios peores.

–¿Si le pido a la historiadora que extraiga un instante de la historia de Asturias...?

–Seguiría siendo el mes de mayo de 1808, porque ahí de alguna manera Asturias se introduce en la modernidad. Hay una Junta que se convierte en revolucionaria, que asume la soberanía y propicia la internacionalización de un conflicto que hasta entonces había quedado más bien circunscrito, que no se conforma con las explicaciones de los reyes... Es importante. Además hay una pata que ancla eso al pasado, una pata mental que se traslada desde el mito del Reino de Asturias.

–¿Cómo?

–Eso de que Asturias es España y lo demás, tierra conquistada, es una falsedad, pero fundamenta una raíz de orgullo, y esto no está mal. Es negativo si te circunscribes a eso y te echas a dormir, pero esa trascendencia existe. Hay otros episodios que pueden pasar más desapercibidos, pero son igualmente interesantes, como que un inquisidor general como Valdés Salas creara aquí una universidad, lo que no deja de ser una contradicción. O todo el proceso del siglo XVIII que da origen a figuras que trascendieron Asturias, como Campomanes, Jovellanos o Feijóo.

–¿Y más recientemente?

–La revolución del 34 o la Guerra Civil, que yo enmarco más en el ámbito nacional, aunque el 34 tuviera esa peculiaridad tan asturiana que vino dada por la dedicación económica y el binomio minero-siderúrgico. La pongo, digo, en una dinámica nacional que además se tiñe por momentos de un presentismo que creo que no conviene a la sensatez de la historia.

–¿Le agradaría que el Día de Asturias pasase al 25 de mayo en recuerdo del levantamiento contra el invasor francés en 1808?

–No. Cuanto más lejos ancles en el pasado los mitos fundacionales, más carácter de mito van a tener y menos división van a generar. Otra cosa es que se celebren otros hitos. Me recuerda a un capítulo de "Los Simpson" en el que Lisa estudia la historia de Jebediah Springfield, el héroe fundador de la ciudad en la que vive la familia, y descubre que era un cobarde. Iba a contar al pueblo, en una fiesta, cómo había sido la historia en realidad, pero al ver la emoción en la cara de sus vecinos cambia el discurso y mantiene la versión original.

–También tenemos aquí una mitología que preservar.

–En Asturias está la anécdota del anarquista y la Virgen. Eleuterio Quintanilla, que fue el encargado de recoger los bienes culturales del Gobierno en la Guerra Civil, se enteró de dónde estaba guardada la Virgen de Covadonga, la rescató y tras un viaje en barco, por motivos diversos, la imagen acabó en la embajada de España en París. Allí un comunista, trabajador de la embajada, les dijo a los franquistas dónde estaba la Virgen. Hay símbolos que tienen esa capacidad de unión. ¿Por qué los vas a deshacer, si sirven?

–Se ha jubilado. ¿Y ahora?

–No me voy a desvincular de la historia, ni de los archivos, ni de las actas de la Junta. A lo mejor hago alguna cosina, algún estudio extra por mi cuenta.

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