Entrevista | Álvaro Delgado-Gal Escritor de raíz asturiana, publica "Los conservadores y la revolución"

"Zapatero y Pedro Sánchez resucitaron enfrentamientos artificiales"

"Los grandes pensadores conservadores se llevarían hoy las manos a la cabeza, y no solo ellos, también un progresista con dos dedos de frente miraría lo que pasa con una mezcla de pena, preocupación y enfado"

Álvaro Delgado-Gal.

Álvaro Delgado-Gal. / Tino Pertierra

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Álvaro Delgado-Gal (Madrid, 1953) explora en "Los conservadores y la revolución" las diferentes ramas del pensamiento conservador. Director de la mítica "Revista de Libros" hasta el pasado año, es hijo del gran pintor astur-madrileño Álvaro Delgado (Madrid, 1922-2016), muy muy vinculado con Asturias.

–Pasé allí mi primer verano, a los pocos meses de edad. Y hablo de veranos antiguos, de cuatro meses. Teniendo yo 13 años, mi padre dejó de ir durante cinco o seis años. Pero volvimos de nuevo. Y sigo yendo ahora, a pesar de la muerte de mis padres. He pasado más de un invierno en Navia, de la que mi padre es hijo adoptivo. También lo es de Luarca. Y en las dos villas tiene calle. Mi madre y mi padre están enterrados en Navia. En el cementerio de La Colorada también acabaré yo. Tengo dos pisos que dan a la ría. Mi primera mujer era de Navia. ¿Se puede tener mayor relación? Me considero un asturiano transterrado a Madrid o, al revés, un madrileño que se siente en Asturias como en casa. Nunca me he visto como un veraneante.

–¿Ser conservador es ser de derechas?

–El contraste izquierda/derecha, establecido en Francia en 1789 para distinguir a los defensores de la prerrogativa real –situados a la derecha del presidente de la Asamblea– de los partidarios de reducirla –ubicados a la izquierda– señala, en principio, un antagonismo puramente político y referido a circunstancias que varían en el tiempo y en el espacio. No existe en principio, necesariamente, una ideología que responda al taxón "derecha", ni una ideología que responda al taxón "izquierda". ¿Fue Mussolini, un hombre procedente del ala más radical y revolucionaria del PSI, de derechas? Solo en la medida en que se le oponga a los comunistas o socialistas después de la Gran Guerra. ¿Fue Matteotti de izquierdas o de derechas? De izquierdas si lo comparamos con Mussolini; de derechas si lo comparamos con Gramsci. No conviene conceder un valor absoluto a lo que solo tiene un valor relativo.

–Dicho lo cual...

–Solemos, apurando el lance del 89, dar un sentido más trascendente a izquierda/derecha. Serían de izquierda quienes, tras proclamar su fe en el progreso de la sociedad, esto es, en un cambio moral y político impulsado por la necesidad histórica, se apuntan a los valores que al filo de dicho cambio finalmente prevalecerán: libertad, democracia, igualdad. Los que teóricamente se han apuntado a estas cosas, suelen denominarse a sí mismos "progresistas", o también de izquierdas.

–Pero...

–El caso es mucho más complicado de lo que parece. Cabe preguntarse en qué medida la igualdad es compatible con la libertad, o esta con la democracia. O, si al hablar de "igualdad", entendemos por tal la igualdad jurídica, o la económica. La igualdad económica, en la URSS, era, en promedio, mucho mayor que en Francia. Pero no cabe imaginar nada más desigual, en el orden de los derechos, que a Stalin o la nomenclatura respecto de la inmensa mayoría de los soviéticos. ¿Y la democracia? Está la democracia parlamentaria, la directa, la de los países que se declaran "democracias" sobre todo porque son rivales históricos o militares de países capitalistas. Un lío.

–¿Se puede arrojar luz?

–Dentro de este lío, es necesario admitir la existencia de un individuo que cree que la "auténtica" democracia, la "auténtica" igualdad, la "auténtica" libertad son conciliables, es más, se implican entre sí. Ese sería un caso simple, extremo, de "hombre de izquierdas". Un prototipo político/moral, a despecho de lo simple y lo extremo, estadísticamente significativo. Al partido que disputa el poder a un segundo partido, un partido que se concibe a sí mismo como acabo de decir, solemos llamarlo de "derechas". Y puede ser liberal, o autoritario, o abierto al cambio, o reaccionario. Imposible anticipar qué es. También puede ser conservador.

–¿Puede precisar más?

–Si es conservador, se opondrá al partido de izquierdas que he descrito, o caricaturizado, más arriba. Pero me interesan mucho más los pensamientos que los partidos. Nada impide que se sea conservador, como Isaiah Berlin, y se apoye a la vez la redistribución y al Labour Party. El conservador no niega, salvo que sea reaccionario, que exista el progreso, o, mejor, progresos: pero lo toma, o los toma, "cum grano salis". Y no tiene por qué no reconocer que el presente es superior al pasado en muchos sentidos. Pero nunca propondrá la supresión u olvido de este. Las disyuntivas severas sirven más para pedir el voto –o disuadir que se vote al rival–, que para comprender la verdad.

–¿Se puede explicar en pocas palabras quién era Edward Burke y qué debería saber de él Alberto Feijóo?

–Burke fue un diputado whig de ascendencia irlandesa que presenció con horror, desde sus primeros compases, el enorme "experimento" –esa es la palabra– revolucionario francés. Combatió el pensamiento abstracto en política, la ingeniería social, y la liquidación del pasado. E inventó, de paso, el conservadurismo moderno. En este sentido el conservadurismo constituye un fenómeno reactivo, que no reaccionario. El PP no se ha interesado casi nunca por las ideas. Aznar, en tiempos, un poco. De Rajoy, qué quieren que les cuente.

–¿Por qué hay tantos intelectuales y artistas que se declaran progresistas y tan pocos que digan ser conservadores?

–Creo que vivimos un espejismo, fruto en parte de las campañas de la Komintern en los años treinta. De ahí sale una falsa unanimidad: "La de la cultura antifascista". Se trata de un eslogan, no de un razonamiento. El fascismo había sido revolucionario hasta principios de los veinte: lo demuestra el profundo compromiso de los futuristas con los fascistas de primera hornada. Retrocedamos veinte, quince años, hasta el "caso Dreyfus". Cézanne, Degas, Paul Valéry se alinearon con los reaccionarios. Ahora, avancemos en vez de retroceder. Lo significativo de los surrealistas, cuyo Primer Manifiesto es de 1924, es que su comprensión de la política no es más inteligente que la de un menestral sin primeras letras. Propendieron a simpatizar con Stalin, aunque Breton se puso del lado de Trotski.

–¿Y detrás de eso?

–Nada digno de mención. En el Segundo Manifiesto (1930), Breton invita a sus partidarios a disparar con un revólver contra la multitud cerril. Se nota el ascendiente del Futurismo, en los momentos en que estaba fraguando el fascismo. Qué se declarasen, qué no se hayan declarado los surrealistas, da exactamente igual. Vale lo mismo para Duchamp, un dadaísta que encaja en la categoría de "idiota" en su acepción clásica: el que vive a espaldas de la vida pública. Era radicalmente anticonservador. Su "bête noire" era el propio arte, lo que no impidió preparar minuciosamente su aterrizaje en el museo. Fue, más que nada, un enorme oportunista. Hay que añadir otra consideración: el arte contemporáneo, "transgresor" de oficio, subsiste, eminentemente, del dinero público. Átenme esa mosca por el rabo.

–¿Relegar el sexo por el género de libre elección es conservador o progresista?

–Las reivindicaciones woke, y equivalentes, han introducido un desorden terminal en el pensamiento de las últimas décadas. Antes de esta calamidad, las reivindicaciones feministas pedían la igualdad de derechos de la mujer (biológicamente identificada) y eran inteligibles. Me temo que Ione Belarra e Irene Montero no terminan de saber lo que dicen. Su presencia pública, dado sus luces escasas y modesta formación, es desproporcionada.

–¿Cómo es la revolución en 2024?

–Carecemos de categorías para calificarla. Pero es una revolución, en el sentido extremo de la palabra: voluntarista, idealista, irracional y potencialmente violenta. No hay que pensar en las revoluciones que se colocaban bajo la advocación de Marx, y cosas así. Resulta mucho más útil pensar en cosas tales como los Hermanos del Libre Espíritu, una secta mística, panteísta y antinomista que toma cuerpo en el siglo XIII, y cuyas actitudes y principios preludian asombrosamente mucho de lo que está ocurriendo ahora. Se acuerda uno del espejo cóncavo del Callejón del Gato de Valle-Inclán: las imágenes que vemos desfilar en los noticiarios parecen un reflejo deformado, o no tanto, de las contorsiones y descomedimientos en que esmeraron las sectas pneumáticas durante la Baja Edad Media.

–¿Milei es conservador?

–No. Probablemente, por razones de carácter. Además, el neoliberalismo es, esencialmente, no conservador.

–¿Sin crisis económica no habría populismos?

–Es innegable que la crisis económica es propensa a impulsar populismos: desde los denominados de "extrema derecha", a los de izquierdas. De todas maneras, y por desgracia, la democracia es frágil: o por crisis económicas, o porque se corrompen las elites, o por lo que fuere, cada cierto tiempo entran en barrena las instituciones y el orden, llamémoslo así, establecido.

–¿El matrimonio ya no es lo que era?

–No. La prueba del tornasol nos la da la tasa de natalidad, muy por debajo de la tasa de reposición. ¿No hay nacimientos porque el matrimonio está en crisis, o está el matrimonio en crisis porque no hay nacimientos? Lo seguro es que el matrimonio no es una institución que se puede implantar por decreto, como pretenden, bobamente, los defensores del matrimonio gay, sino que forma parte de un mecanismo cuya función principal es asegurar la reproducción de la sociedad. La igualdad de la mujer, cierto concepto del amor, la relación entre los sexos, la noción de libertad individual, la existencia o inexistencia de un sistema de pensiones, y mil cosas de las que ni siquiera somos conscientes, generan un ecosistema favorable (o no) al matrimonio y, de paso, a la natalidad. La situación actual, añado, es intrínsecamente inviable. Reparen en lo que pasa cuando el matrimonio flojea y la natalidad es muy baja: se pone en peligro máximo, para empezar, el sistema de pensiones, la pieza maestra del Estado del bienestar. Estamos, claramente, al final del camino, más que al principio.

–¿La monarquía tiene futuro?

–Cruzo los dedos por que la nuestra lo tenga. También lo hago por que tenga futuro entre nosotros la democracia. La respuesta es menos clara de lo que muchos piensan.

–Putin, Trump...

–Los dos son terribles, y en mi opinión, repulsivos. Y los dos tienen su coartada. Los efectos desestabilizadores de la globalización, más el suicidio del Partido Demócrata, podrían provocar que Trump, un personaje que parece extraído de las tiras cómicas de "Batman", vuelva al poder. Y la decadencia objetiva e irreversible del Imperio ruso, más el fracaso del tinglado que sucedió al derrumbe soviético, así en lo económico como en lo político, explican a Putin. El cual, ¡ay!, posee armas nucleares. Nunca ha estado tan en peligro el orden conocido desde los años treinta.

–¿En qué se diferencia un reaccionario de un conservador?

–El conservador quiere atemperar, administrar el cambio. El reaccionario pide la vuelta a un orden difunto. Los reaccionarios son maximalistas, y tan proclives a la violencia como los revolucionarios. En la práctica, son revolucionarios a su manera; revolucionarios con la polaridad invertida.

–¿Los nacionalismos son siempre conservadores?

–No. El nacionalismo, en la Italia de Mazzini (o de Garibaldi), era revolucionario. Pensemos también en los americanos que se rebelan contra Gran Bretaña en el XVIII. El nacionalismo es conservador cuando se identifica con la defensa de un orden heredado y en peligro. El nacionalismo es revolucionario cuando encabeza, o integra, el asalto al orden establecido. Y hay más combinaciones. El nacionalismo fascista era conservador desde cierto punto de vista, y revolucionario desde otro distinto. Que se lo pregunten, respectivamente, a los comunistas o al Estado liberal de Giolitti.

–¿Qué dirían los grandes pensadores conservadores del circo político actual?

–Se llevarían las manos a la cabeza. Y no solo ellos. También un progresista con dos dedos de frente miraría lo que pasa con una mezcla de pena, preocupación y enfado.

–¿Seguir hablando de rojos y fachas en 2024 tiene sentido?

–Uno de los aspectos más lamentables de la era iniciada por Rodríguez Zapatero, y llevada a colmo por Sánchez, ha sido la resurrección de enfrentamientos artificiales y agónicos a fin de adelantar intereses políticos en el muy muy corto plazo. La desproporción entre lo que se arriesga, y lo que se quiere ganar, es inmensa, y alega en estos políticos desdichados falta de escrúpulos y dosis casi extraordinarias de estupidez.

–¿La lucha contra el cambio climático es conservadora, progresista...?

–Buena pregunta. En teoría, es más conservador el que quiere preservar el planeta, que el que fomenta el consumo de hidrocarburos por la renta que este genera, o por copiar el plan quinquenal de turno. A la vez, y por desdicha, la causa ecologista parece haber caído en manos de radicales de tres al cuarto: un gran proyecto vejado por una versión contemporánea de los lumpen nihilistas que Dostoievski retrata en "Los demonios". Una desgracia. Y una tristeza.

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