Crónicas gastronómicas

Menú con Ripley

Estrena serie el principal personaje de las novelas de Patricia Highsmith, una deslumbrante y meditada reflexión sobre la amistad y el talento criminal, con la Italia del boom y la dolce vita de fondo

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

¿Cuál es el atractivo de los personajes inmorales en la ficción? Cuando se va a cumplir el 25 aniversario de la aclamada adaptación al cine de "El talento de Mr. Ripley", una película de Anthony Minghella que fue nominada al Oscar, Netflix ha lanzado una nueva y sorprendente reinvención, titulada simplemente "Ripley". Siniestra, en blanco y negro, visualmente deslumbrante, la serie de ocho episodios nos recuerda por qué la novela más famosa de Patricia Highsmith sigue influyendo tanto en la cultura popular. En cualquier caso, el Ripley de Steven Zaillian, encarnado por el actor irlandés Andrew Scott es de todos los adaptados el mejor que conozco.

Impulsada por sus versiones en el cine y la televisión, la novela puede decirse que se ha convertido en un clásico dentro del género negro estadounidense. La historia central puede que les suene: un hombre rico recluta a un estafador, conocido lejano de su hijo, para viajar a Italia y cortejarlo con el fin de que regrese al redil; pero en lugar de devolverlo a la familia, Ripley, envidioso de su fortuna, se deshace de él y asume su identidad. Para encubrir el primero siguen otros asesinatos.

¿Por qué Ripley resulta tan fascinante? En parte porque hay algo que no deja de inquietar en su modus operandi: la perversión de la amistad. Pensamos que entablar amistad con alguien es un bien universal. Por algo los extraños, después de todo, son amigos que aún no conocemos. Y, sin embargo, nunca se puede saber realmente qué está pasando dentro de la cabeza de otra persona. Es el riesgo que conlleva cualquier relación íntima.

Las largas escenas que detallan los asesinatos y los encubrimientos muestran el duro trabajo físico y mental que implica el acto de asesinar. Highsmith fue siempre una maravillosa escritora planteándose esta clase de cometidos. Cada acción abre una nueva posibilidad de intriga dentro de la intriga. Un pañuelo ensangrentado abandonado en la bañera, una mancha perdida en las escaleras de mármol. Ripley se convierte en mejor pintor que Dickie Greenleaf y posiblemente mejor Dickie que el mismísimo Dickie, pero no para todos: a Marge, su novia, y Freddie, el amigo inglés, simplemente no les agrada. Mucho antes incluso de decidirse a asumir la personalidad criminal de Caravaggio, una de las grandes sorpresas que nos depara una serie que derrocha amor por el arte y la piedra. Mientras que las adaptaciones anteriores ofrecen escapismo a través de la promesa de una vida de riqueza y ocio, "Ripley", de Zallian, nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el talento. Por eso su creador penetra tan bien en la verdadera exégesis de la novela de Patricia Highsmith.

A estas alturas algunos se estarán preguntando qué tiene que ver esto con la gastronomía. Pues bien, hay algo de todo, pese a que partimos de una escritora, Highsmith, cuya dieta habitual se limitaba a cigarrillos, ginebra, whisky, café y huevos revueltos con tocino frito. Sin embargo, leyendo "El talento de Mr. Ripley" y por el poder evocador de las palabras casi puedes sentir en la piel el calor del mezzogiorno italiano, oler las flores de las buganvillas y sentir la fragancia de los limones según subes las interminables escalinatas del Mongibello de la novela –trasunto entre la costa amalfitana y el espíritu de Positano o Ravello– o el Atrani de la serie televisiva de Zalian. El sol y el mar mediterráneo, el sabor de la sal del océano, el sonido de los barcos y los pájaros, los puertos concurridos y los maravillosos sabores. Cuando Tom es invitado por primera vez a la casa de Dickie, Marge prepara el almuerzo del domingo: un pollo asado y alcachofas. "La subida hasta la casa de Dickie no le pareció tan larga como en la ocasión anterior. A la terraza llegaba el delicioso aroma del pollo en el asador. El anfitrión preparó unos martinis. Tom se duchó y luego lo hizo Dickie, que, al salir, se sirvió una copa, igual que la primera vez, pero el ambiente había cambiado radicalmente". Highsmith no da pistas pero tampoco es difícil simular el pollo de Marge. Imaginaros un pollo entero sazonado, de una pieza, en una cocotte. Se cortan los limones en rodajas finas y se colocan sobre la piel del ave. Otras se introducen entre la piel y la carne para ayudar a ablandarla y dar sabor. Alrededor del pollo, se echan los corazones de alcachofas, media cabeza de ajo cortada a la mitad sin pelar. Se vierte por encima un buen chorro de aceite de oliva y se acompaña el pollo con unas ramas de tomillo limonero, unas flores de lavanda seca, y unas cuantas patatas nuevas pequeñas con su piel. A continuación, se agrega medio vaso de vino blanco, y se exprime por encima el jugo de medio limón. El resto consiste en sellar la cocotte y asar durante 2 horas a 180 grados en el horno. Eso es todo. ¿Y las bebidas? Las bebidas, constantes, abarcan el paisaje urbano de Amalfi, Nápoles, Roma, San Remo y Venecia, en secuencias ambientadas durante el boom italiano, cuando una nueva era de prosperidad económica posterior a la Segunda Guerra Mundial condujo al ocio elegante de la dolce vita. Martinis, amaros, camparis, expresos, más martinis, algún que otro café. Las vidas ficticias de sus personajes le ofrecieron a Highsmith una solución temporal a sus problemas existenciales. "No existe la depresión en un escritor", escribió, "sino un retorno al propio ser". Mientras tanto, bebía martinis como si fueran agua y se acostumbró a mezclar licores para amplificar los efectos. Hay quienes aseguran que la jamás la vieron sobria. Por la comida, en cambio, sentía cierta repulsión. Igual que por los hombres de los que llegó a decir que besarlos era "como caer de cabeza en un cubo de ostras". No pensaba, desde luego, en el talentoso Tom Ripley, el estafador y asesino que por cariño, ingenio y afinidad llegó a habitar en su propia vida.

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