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Asturianos en campos de concentración

Hablan los hijos de Olvido Fanjul, Evaristo Rebollar y Gerardo Blanco, prisioneros de los nazis en Alemania tras la Guerra Civil: "Fue inhumano; se merecen un homenaje"

Una carta de Gerardo Blanco en la que relata su experiencia como trabajador esclavo del Reich.

El Gobierno español ha aprobado que cada 5 de mayo sea el día oficial de las víctimas españolas del nazismo. Un homenaje sin embargo que llega con varias décadas de retraso para buena parte de los afectados. Es el caso de la algodonera gijonesa Olvido Fanjul, la primera española destinada al campo de concentración de Ravensbrück y del que acabaría por ser su marido, Gerardo Blanco, republicano de La Calzada y militante en el Partido Comunista. Tampoco podrá disfrutar de este reconocimiento Evaristo Rebollar, destinado a Neuengamme, que fingió haber olvidado su pasado hasta que días antes de fallecer, en el hospital, se despertaba aterrado creyendo que seguía en manos de los alemanes. Los tres fallecieron hace años, pero sus hijos, Manuel y Eloísa Blanco y Balbina Rebollar, esperan que este reconocimiento sirva para poner fin al "vergonzoso olvido histórico" de los españoles víctimas del nazismo.

Olvido Fanjul (Gijón, 1910). Natural de La Calzada, comenzó a trabajar con apenas 15 años en la Fábrica de La Algodonera del barrio gijonés. En 1936, con el estallido de la Guerra Civil, empezó a colaborar en el hospitalillo de El Natahoyo como auxiliar sanitaria. Cuando la ciudad empezó a ser bombardeada, sus cuatro hermanos le recomendaron huir con los 1.100 niños (después apodados como "niños de la guerra") que partirían a los pocos días en barco desde El Musel a Leningrado.

Ella acabó en Pushkin, con los más pequeños. Allí conoció a un militar ruso -del que a día de hoy apenas se sabe nada-, así que cuando los alemanes se acercaban a la URSS ella decidió quedarse y no huir junto a su grupo de niños, que sí fueron evacuados. Comenzaría entonces su padecimiento en el cerco de Leningrado, que se alargó durante 900 días. "Allí la intención era no ocupar el territorio y dejar que los habitantes se muriesen de hambre", asegura su hijo Manuel Blanco. "Cuando ya no quedaban ni ratas para comer, muchos empezaron a cocer sus propios cinturones", añade.

La joven asturiana fue apresada tras el cerco y encarcelada en Tallin (Estonia), donde permaneció durante un año. Estaba embarazada y dio a luz entre rejas. "Le quitaron al niño nada más nacer y no sabemos si lo mataron o no. Los pocos datos que hay al respecto nos hacen creer que sí", completa su hija Eloísa. En marzo de 1943 la llevaron al campo de concentración de Ravensbrück, destinado sólo para mujeres. Fue la primera española deportada allí. La anarquista aragonesa Elisa Ruiz escribió sobre esta etapa en sus memorias y, en referencia a Fanjul, dijo: "Como no tuvo cuidado ni alimentos y el disgusto porque le quitaron el hijo, se quedó como tontica y entre todas empezamos a darle la poca margarina que nos quedaba; (...) le apretábamos las narices, le sujetábamos las manos (...) para alimentarla y la salvamos". La liberaron, junto a las 300 mujeres que quedaban allí, en abril 1945. Se recuperó tras varios meses de estancia en casas de reposo en Francia, y pronto le comunicaron que su cuñado había sufrido su propio periplo y que estaba en algún motel de su misma ciudad (Tarbes), al parecer en no muy bien estado. Acabaría casándose con él.

Gerardo Blanco (Gijón, 1910). Su unión con Fanjul parecía una cosa del destino: tenía su misma edad, militaba en el PCE y también se había criado en La Calzada. Sirvió como camillero para el bando republicano y en 1939, viendo que el país caía en manos de los franquistas, cruzó a pie la frontera hasta Francia junto a otros 100.000 españoles. Dejó en la ciudad a su mujer y su bebé, creyendo que la guerra no se alargaría durante demasiado tiempo. No volvería a ver a ese niño durante los próximos 23 años.

Blanco dejó un escueto folio escrito a lápiz para resumir su estancia en Francia. En él asegura que estuvo en el campo de concentración de Saint Cyprien desde el 12 de febrero de 1939 hasta el 30 de marzo del mismo año, en el de Agde (Herault) hasta agosto del mismo año, en el de Barcares hasta octubre y en el de Argelès sur Mer hasta diciembre. Después, fue enrolado forzosamente en compañías de trabajadores extranjeros (CTE) hasta su liberación.

La casualidad hizo que acabase en la misma ciudad francesa que Olvido Fanjul, en otra casa de reposo. Allí cayó gravemente enfermo, explican sus hijos, porque se enteró de que su mujer había rehecho su vida. "Mi padre se había casado, pero por lo civil. Franco dio la orden de que los únicos matrimonios válidos eran los católicos, así que su pareja, creyendo que ya no volvería, se casó de nuevo", resume su hijo. Blanco también se enteró de que su padre había fallecido y que, como la liberación no se extendería a España, no podría ir a su entierro. "Muchos creyeron que los aliados también iban a ponerse del lado de los republicanos, pero al final tuvieron que ver en el exilio cómo la comunidad internacional reconocía a Franco como legítimo gobernados", añade Manuel Blanco. Fanjul, en cuanto se enteró de lo sucedido, se acercó hasta la pensión en la que se hospedaba Olvido y juntos salieron adelante.

Tendrían tres hijos y volverían por fin a España en 1963, aunque para poder hacerlo tuvieron que casarse por la iglesia, para horror de Blanco. "Dos días antes de venir para aquí, de golpe, ellos se casaron y a nosotros nos bautizaron cuando ya estábamos bastante grandecillos. Mucha fe no había", bromea Manuel Blanco. Él entonces tenía 11 años y, Eloísa, 13. La pareja regresó a La Calzada, conscientes de que hasta la llegada de la democracia serían vigilados por sus ideas republicanas. Olvido falleció en 2001. Evaristo, cuatro años después.

Evaristo Rebollar (Tazones, 1917). Su familia está afincada en Roces y en La Calzada, aunque él, en realidad, era original de Tazones. Era marinero, como su padre, y en 1936 se unió a las fuerzas republicanas. Al caer el frente de Asturias en octubre del año siguiente, el joven, con sus 20 años recién cumplidos, trató de regresar a su pueblo natal. Pero no pudo: una brigada falangista averiguó dónde vivía y le obligó a entregarse, bajo amenazas.

Evaristo no tenían intención alguna de ayudar al régimen, pero se alistó en el bando nacional. Así pudo regresar al frente y cambiarse de bando en el último momento, de regreso con los republicanos. Participó, entre otras batallas, en la de Gandesa (Tarragona), donde resultó herido por la explosión de un obús. Al término del conflicto, viendo que cada vez estaba más claro que no podía regresar a su casa, cruzó la frontera a Francia en febrero de 1939. Le trasladaron al campo de internamiento de Argelés sur Mer y, después, lo llevaron como trabajador forzoso a construir una carretera en los Alpes. Se escapó con un amigo, pero los gendarmes los interceptaron y los entregaron a los alemanes. Rebollar se convirtió en prisionero de los nazis, y no volvería a ser libre hasta la derrota alemana.

El asturiano fue enviado primero al campo de Compiégne, un edificio de internamiento que servía como estancia intermedia para prisioneros de campos de concentración. Su destino final era el de Neuengamme, a donde viajó en uno de los "trenes de la muerte" junto a otros cientos de prisioneros. Corría mayo de 1944. El trayecto entre ambos campos duró tres días y los desplazados no recibieron ni agua ni comida. "Mi padre decía que, como solo había el espacio justo para que todos estuviesen de pie, tenían que turnarse para apoyarse los unos sobre los otros y descansar. Estaban tan apretados que no podían ni sentarse para dormir un rato", asegura. La falta de alimentos la solucionaron como pudieron. "Se coordinaron para girar todos a la vez y así poder chupar los hierros del vagón, que como había tanta gente estaban húmedos y era la única fuente de agua posible. Muchos caían muertos al suelo. Fue inhumano", añade. Estuvo más de año y medio en este campo por el que, según los registros, pasaron unos 160.000 prisioneros, de los que murieron unos 56.000.

La ofensiva aliada obligó a trasladar a todos los prisioneros de Neuengamme hasta el de Wöbbelin (Ludwigslust). Estuvo allí un mes aproximadamente. "Allí ya les dejaron sin comida ni bebida, a su suerte. Mi padre recordaba que cada día se morían cientos de compañeros. Estaban solos", explica la gijonesa. Fue liberado en mayo de 1945 y se quedó en Francia hasta noviembre de 1949. "Fue cuando Franco dejó volver a los republicanos que no tuviesen delitos de sangre. Fue increíble: mi padre no podía volver a su patria pero en Francia los recibían a todos como héroes y les ayudaron a recuperarse", lamenta su hija.

A su regreso se dedicó de nuevo a la pesca, hasta su jubilación. "Ahora nosotros seguiremos transmitiendo su historia, para que nadie se olvide", promete su hija, que solicita que Villaviciosa incluya a Evaristo Rebollar en una placa de reconocimiento a todos los deportados de la localidad asturiana. "Hasta ahora España no ha movido un dedo para recuperar la historia de estas víctimas. En cualquier otro país de Europa sería inviable", dicen los hijos de Olvido Fanjul.

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