La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LOS HÉROES DE LA PANDEMIA, EN PRIMER PLANO

Catorce kilos menos en dos meses

Ángel Calvo de Dios, técnico en cuidados auxiliares de enfermería en Gijón, estuvo 40 días sin poder ver a su hijo

Más allá de la vocación: Los retratos de la pandemia de Muel de Dios

Más allá de la vocación: Los retratos de la pandemia de Muel de Dios

Para ver este vídeo suscríbete a La Nueva España o inicia sesión si ya eres suscriptor.

Más allá de la vocación: Los retratos de la pandemia de Muel de Dios Tino Pertierra

Ángel Calvo de Dios y Marina Cifuentesprofesionales de la enfermería, comparten fotografía de Muel de Dios y antes compartieron lucha diaria en el centro de salud de Zarracina en Gijón. Él está ahora en Cabueñes pero nunca olvidará aquel tiempo frenético, convulso, imprevisible en el que la camaradería lo hacía todo más llevadero. Nacido en Riaño (Langreo) en 1984, echa la vista atrás y "parece que en lugar de meses pasaron años". Tiempos duros que le cobraron factura: sufrió una transformación física notable tras perder catorce kilos en dos meses.

Pero la causa principal no estaba en el trabajo: estuvo 40 días con sus 40 largas noches sin ver a su hijo Marco, de dos años. Su esposa es auxiliar de enfermería y no podían correr riesgos: "Estuvo confinado con mi suegra para no ser un vector que la contagiara a ella, de 70 años. Nunca olvidaré la vuelta a casa el 1 de mayo. Fue demoledor porque vimos que nos extrañaba. Costó volver a la normalidad. Cuando pudimos salir a la calle, miró el sol y respiró profundamente, y esa cara no se me olvida en la vida. Lo necesitaba como el respirar. En una semanina volvió a ser el que era".

Y en el trabajo, con sus compañeros, se sentía "al pie del cañón, en mayo ya hubo más protocolización, filtros a la entrada, preguntábamos por los síntomas... En fin, te podías relajar un poquitín, pero ese tiempo que no pude darle a mi hijo no me lo devuelve nadie". Y con su esposa se pasaban horas viendo las fotos de Marco desde el parto, 2.500 fotos, 2.500 momentos, 2.500 recuerdos, todo el día repasando esa memoria entre paréntesis, "llorando como magdalenas". Ahora, Marco "ye el amo, el que mejor vive del barrio de La Arena".

Le molesta que algunas personas sigan haciendo mal uso de la sanidad, como la "señorina que llega y te pregunta si no le tomas la tensión, 'vais a dejarnos morir', pero vamos a ver, señora, usted es hipertensa, siga tomando la pastilla y tenga en cuenta que aquí viene gente a hacer analíticas por un tumor, y usted se expone a contagiarse".

Vio crisis de ansiedad, jóvenes que entraron en pánico en el teletrabajo, les desbordó la situación, vino un dominó de miedos. A diabéticos que no podían salir a pasear para tener la glucemia a raya. Pero también había tiempo para el humor con los compañeros, "y para aprender".

Un trabajo muy logístico de muchas tareas, que no pare la máquina, "con muchos quebraderos de cabeza". Y muchos momentos intensos: "Un chaval que estaba con ciclos de quimio y radio nos trajo café y churros. Con el problema que tiene tan grave y tiene ese detalle admirable... Eso te motiva".

Imposible desconectar después. Encendías la tele, encendías la radio. Lo mismo, los mismos. Siempre. Ni siquiera se podía salir a tomar unas sidras. Y con lo del crío...

Se desmoronó.

Tuvo que tratarse contra la ansiedad, "dejas de dormir, y de comer, o echas el freno o no te puedes poner fuerte para el invierno, no das la talla como padre ni como pareja. Solo duró diez días pero fue duro, muy duro". Todo un golpe de madurez precipitado que ordenó sus prioridades, le marcó a fuego la necesidad del respeto y el civismo: "Me tomo muy en serio dar ejemplo porque yo también tuve mi edad de hacer el cabra, y sé que luchar contra la hormona es poner puertas a campo. Y personalmente disfrutas con menos. Llegar a casa, estar enteros y que no te falte dinero, que el crío esté sano, ir al columpio con él, disfrutar de cada segundo, aferrarte a las pequeñas cosas, que siempre son las más grandes". Entre ellas no está la política, "eso sí que no tiene cura".

Abres la puerta de casa, y Marco, "siempre risueño", corre a tus brazos y te dice "papá" y la vida recobra su sentido.

Compartir el artículo

stats