Me reconforta comprobar que las romerías populares recobran su vigor de antes. Después de haber caído en picado durante años parecen rebrotar por sí solas, tal vez empujadas por el aburrimiento de una gente que trató equivocadamente de buscar refugio en otras diversiones. Afortunadamente supo corregir a tiempo su tendencia equivocada y ha rectificado a tiempo, antes de que los festejos de campo quedasen en las crónica de la curiosidad. Es verdad que las comisiones de los pueblos tratan de impulsar la asistencia de la gente con una invitación generosa a determinados productos de la zona como los chorizos o las sardinas. Y además los organizadores parecen haber adivinado que muchos veraneantes parecen contar con una agenda para conocer con precisión el lugar de la romería y poder cenar gratis y llevar para casa una bolsa cargada de comida que le permitirá comer a su familia durante el día siguiente.