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La bióloga naviega que investiga con la NASA

Cristina García estudia en una expedición internacional en el Atlántico el proceso de la denominada “bomba biológica de carbono”

Cristina García con dos calamares fresa, sacados de un punto a mil metros de profundidad. | MARLEY PARKER / JULIA COX (FOTOS CEDIDAS A LNE POR CRISTINA GARCÍA).

La naviega Cristina García acaba de desembarcar de uno de los viajes más apasionantes de su vida. Licenciada en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid, experta en biodiversidad marina y conservación y estudiante de doctorado en Ecología pesquera en el Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC) de Vigo, el pasado mes de mayo puso rumbo al Océano Atlántico (en concreto, a la plataforma abismal de Pourcupine) en una expedición internacional de 18 días. Fue una campaña financiada por la NASA y la National Science Foundation (NSF), organizada también por la NASA y Woods Hole Oceanographic Institution (WHOI) y la naviega fue una de las dos únicas españolas, junto a otra especialista sevillana, que tuvo la oportunidad de participar.

Su destacada trayectoria hizo posible este encuentro con investigadores de seis nacionalidades para investigar acerca de la llamada “bomba biológica de carbono”, un proceso “clave para la regulación del clima de la Tierra, por lo que es esencial entender cómo funciona y cuánto carbono captura”.

Definido de manera muy sintética, el trabajo versó sobre la afectación de la actividad humana en el proceso por el que los océanos capturan carbono de la atmósfera a través de las plantas de flotación (en una escala equivalente a las terrestres) que más tarde son consumidas por especies que habitan áreas de gran profundidad marina.

Cristina García habla de este fenómeno no muy conocido, pero muy importante para el planeta, con soltura. Para la bióloga la actividad humana “ya está afectando al océano y entender cómo funciona y cómo se está dañando es clave para tratar de frenar lo que sucede”.

De hecho esta investigación, ahora en fase de laboratorio tras el desembarco, “ayudará a entender lo que está sucediendo actualmente en nuestros océanos y a informar sobre la toma de decisiones vitales en el futuro”. Para el equipo es conocido que la emisión de CO2 a la atmósfera “a niveles tan altos y de forma continuada como se está haciendo puede poner en peligro la bomba de carbono y es necesario estimar cómo puede funcionar cuando los niveles de estos gases aumenten, tendencia que es muy probable que ocurra viendo cómo el mundo evoluciona”.

Gracias a la expedición, Cristina García pudo tener en sus manos especies que viven a grandes profundidades como un pez hacha, con parte del cuerpo luminoso. En esta zona de tierra (la mesopeláfica, entre doscientos y mil metros de profundidad), la bióloga detalla que el zooplancton, los moluscos, los peces, los crustáceos y otros organismos marinos “suben desde las profundidades para alimentarse del fitoplancton”.

Hay “la mayor cantidad de fauna del planeta y es una importante fuente de alimento de especies pesqueras muy importantes”, explica. Además, la bomba de carbono desempeña un papel crucial en la captación de carbono de la atmósfera. “Sin embargo, apenas tenemos conocimiento de ella, las criaturas que la habitan, y los procesos que controlan el exporte de carbono”, dice García.

La bióloga naviega que investiga con la NASA

La bióloga naviega que investiga con la NASA Ana M. SERRANO

En la campaña pasó por tres tormentas con vientos de 60 nudos y olas de nueve metros. “Fue una experiencia muy dura”, detalla. Pero cuenta la bióloga naviega que la experiencia merece la pena no solo por lo que se investiga. “Se crean lazos muy estrechos por el mero hecho de vivir en un ambiente aislado cómo es un barco”, señala.

Trabajar “en un ambiente científico internacional” es otra de las circunstancias que destaca y añade uno más: hacerlo con un proyecto “con un gran presupuesto que no supone problemas de financiación, como ocurre generalmente en la ciencia y más en España”.

Cristina García advierte también que con esta vivencia pudo comprobar “la importancia de la presencia femenina en la ciencia”, ya que el 70 por ciento del equipo científico que participó en esta experiencia en el Océano Atlántico eran mujeres.

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