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Pelayo González Pumariega, tomando datos topográficos en el acantilado luarqués. | R. T. C.

El acantilado de Luarca bajó medio metro en algunas zonas durante la última década

Un equipo de geólogos de la Universidad de Oviedo ha estudiado cuatro años la costa valdesana para determinar cómo se desmorona el terreno

Que los acantilados se desmoronan es un hecho que se puede comprobar acercándose a casi cualquier playa, pero menos se sabe de cómo y a qué velocidad cae el terreno. Son preguntas a las que trata de responder una investigación liderada por un equipo del Departamento de Geología de la Universidad de Oviedo que, tras cuatro años de trabajo en la costa valdesana, ha determinado una velocidad máxima de retroceso del acantilado de 47 centímetros en diez años.

Aunque el dato es llamativo, no se puede generalizar, porque la velocidad de caída depende de muchos factores, desde la dureza de la roca a la cantidad de lluvia sobre el terreno estudiado. Explica el geólogo valdesano Carlos López que, en general, en el periodo estudiado (desde 2003 a 2022) son pocos los cambios que ha experimentado el acantilado luarqués. Sin embargo, las conclusiones de este trabajo, que acaban de ser publicadas en la prestigiosa revista "Journal of Coastal Conservation", permiten "conocer la evolución de la costa en el contexto de cambio climático y sirven para tomar decisiones en materia de ordenación territorial".

La investigación, en el marco del proyecto estatal "Cosines", se centró en tres tramos representativos de la costa asturiana: la citada de Luarca al cabo Busto, el cabo Peñas y Tazones (Villaviciosa). Los datos que se acaban de publicar corresponden al tramo occidental y se han obtenido gracias "al empleo de novedosas técnicas de investigación", desde drones a técnicas topográficas avanzadas. También se interpretaron fotos aéreas de los archivos del Instituto Geográfico Nacional (IGN) y de los ejércitos español y americano.

La geóloga María José Domínguez, instalando uno de los puntos de control sobre un bloque de roca. | R. T. C.

Además de constatar que los acantilados se desmoronan, los investigadores han descubierto datos muy curiosos, como el hecho de que los bloques de roca desprendidos de lo alto del acantilado y acumulados en la base ejercen el mismo efecto pantalla que los bloques de hormigón que se colocan delante de los espigones de los puertos. Se han dado cuenta también de que el impacto de la lluvia es, en ocasiones, más determinante de lo que se creía. "La acción del oleaje atiza por abajo, pero por arriba es la lluvia la que lo desmorona", señala López.

Los investigadores han constatado que los acantilados se desmoronan igual que los taludes de las carreteras. Es decir, por tres mecanismos. Por vuelco, de forma planar, que es "como si bajaran por un tobogán", y por rotura de cuñas cuando se desprende una roca de la pared. Además, apuntan, depende mucho de la dureza de la roca (la del Occidente sobresale por su dureza frente a la del Oriente) y de cómo esté de fracturada antes del desmoronamiento.

Los ciudadanos pueden dar por perdida la batalla contra los fenómenos meteorológicos, pero sí pueden aprovechar el conocimiento adquirido para saber dónde se construye y minimizar riesgos. "Por poner un ejemplo, las sendas costeras no pueden ir tan al borde como van porque en muchos puntos no van a durar mucho", apunta López, embarcado junto al resto del equipo en otra investigación para estudiar cómo ha retrocedido la costa valdesana en los últimos miles de años.

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