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Psicóloga y logopeda

Amor sexuado

La naturaleza de la familia y los lazos que representa

Los padres en su sano juicio y equilibrio personal centran sus expectativas y esfuerzos en conseguir que los hijos lleguen a ser personas autónomas, capaces de buscar por ellos mismos la felicidad de la que sean capaces de alcanzar, con las facultades naturales y las habilidades adquiridas. Buscan las familias que los hijos lleguen a ser personas de provecho y, para ello, ponen los medios que les faciliten adquirir la instrucción que les capacite para el mundo del trabajo. Para que, con el propio esfuerzo, ganen el bienestar personal y el que, una vez adultos, deben dar a quienes serán los suyos (hijos y cónyuge).

La otra preocupación de los padres, lo que les lleva a reduplicar esfuerzos, es hacer de los hijos personas de bien, guiados por los principios fundamentales de la moralidad, y que alcancen la plenitud de sus vidas en el encuentro sincero con los otros y en coherencia con la propia conciencia. Consiguientemente, el ser de una persona y su equilibrio psíquico-afectivo va a estar marcado -no determinado- por el amor que se profesen los cónyuges y la relación armoniosa o nociva, suficiente o insuficiente, de aquellos con los hijos.

Lo expuesto y formulado en estos términos es una descripción de la acción familiar, no del ser mismo de la familia. Desde posiciones ideológicas que consideran a la familia tradicional una construcción histórico-cultural se proponen formas de comunidad alternativas, en condiciones de aportar lo que aquella y en mejores condiciones para la educación del individuo. Por su parte, la doctrina de la familia como constructo histórico-social arguye, en defensa de su posición, que el hecho de que un hombre y una mujer tengan una unión sexual no les cualifica como educadores. No, la realidad de una familia, el ser -por así decir- de la familia no le viene dado por las funciones que cumple, sino en el hecho irreductible de la filiación que tiene su origen en la unión sexual. El origen real de la familia es la unión sexual de la mujer y el varón, en el "amor sexuado"; la familia es, por consiguiente, de origen natural, carnal. Hay, así, una continuidad entre lo biológico y la paternidad. Este ayuntamiento mujer-hombre abre, a través del vientre de ella, el paso para las generaciones; es el hecho biológico, consecuencia del amor sexuado, lo que convierte a una mujer en madre y a un varón en padre. Esta unión del "amor sexuado" es la raíz del lazo conyugal y filial. Pero la riqueza de lazos no se agota ahí. Los lazos nieto-abuelo, sobrino-tío y el propiamente fraternal sólo es dado desde esta filiación sanguínea, filiación que no puede donar ninguna institución, sea ésta estatal o no. La familia es, por consiguiente, un hecho natural.

En esta filiación sanguínea, el hijo no es lo elegido, es lo dado y, sin embargo, acogido incondicionalmente; es, a su vez, lo sentido y vivido -por así decir- como lo propio ("mi hijo"). En esta filiación sanguínea, el hijo no es tal como se hubiera preferido, sino tal como se ama. Si el amor conyugal viene precedido de una elección orientada por el deseo y que lleva a dos seres humanos a preferirse para el encuentro en un amor sexuado, el amor al hijo es, en cambio, el amor al que no ha sido elegido, si bien encontrado por dado naturalmente.

No cabe duda de que gracias a esta afiliación sanguínea, al tercer elemento de la afiliación o hijo le será dado percibir las diferencias sexuales, en aquellos quienes constituyen el "cimiento carnal" de la familia o cónyuges; al mismo tiempo, en esa afiliación sanguínea le será dado percibir los diversos grados de afiliación en ella o diferencia generacional. Ambas percepciones constituyen el cimiento de la conciencia del otro.

Considerada la familia en su realidad es en sí la primera forma de comunidad de anclaje natural y no convencional contractual.

El ombligo es, por su parte, la constatación de que se procede del vientre de una mujer y que ésta, para dar acogida al hijo que gestará, ha debido unirse en amor sexuado con el varón, a quien aquella gestación le conferirá el don de la paternidad. El ombligo, por consiguiente, remite a la unión sexuada originaria.

¿Y qué decir de los propios genitales? Éstos, en su natural exigencia fisiológica, despiertan la necesidad del encuentro con el otro, en un encuentro de amor sexuado; al tiempo y con su exigencia fisiológica hacen irrumpir en el alma la conciencia de que "no es bueno estar solo". Es la experiencia de la soledad, que aviva la necesidad de la continuidad en el tiempo, mediante la unión de las dos soledades en comunión.

Estas soledades, reconociéndose la una en la otra y en el entendimiento de que es en la compañía y en el interés recíproco de ser "las dos una sola carne", asumen que éste ha de ser el destino común para, así, alcanzar juntas la plenitud personal, anhelo ineluctable del alma humana.

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