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La rucha

A últimos de agosto

n Los primeros recuerdos, los paisajes primeros son imborrables

Para Bis, que cumple hoy años

Era verano. 26 de agosto, me imagino, porque veníamos de celebrar el San Bartuelo. Ana no andaba mucho todavía y yo venía cogido de la silla o aferrado a tu mano. Tú vestías de luto (si miro atrás, te veo casi siempre de negro, tendiendo la colada frente a Llumeres, entre el Nordeste y la tristeza) y caminábamos de Viodo hasta Bañugues. Chusa sentía miedo de los destripadores y a ti no te gustaba el tramo de Entrerríos a la mina. Avanzabas de prisa y en el ramal que iba al Castañeo, te santiguabas.

Era temprano de mañana, posiblemente martes, tras el fiestín, los juegos, la cucaña y la chocolatada. Los hombres -portugueses morenos, con sombrero y pañuelo- desarmaban la carcasa del tiro y las lanchitas y había en el camino papeles de la rifa, laurel de carrozas, cartuchos de avellanas. Dos muchachos buscaban por el campo monedas y petardos. Dejábamos atrás la «Casa'l Ruxo», la casa de Visita y la blanca espadaña de la iglesia. Alguien alborotaba, con cajas y tablones, bajo el toldo y las vigas de la barraca.

Era un día de sol y azul intenso. Viodo me olía a estiércol y a masera. La vida había parado esos tres días y empezaba de nuevo la faena en las tierras y en las cuadras. Yo marchaba feliz con mi reloj de plástico, llaveros de colmillos y esqueletos, la escopeta con corcho y Ana con su globo en un hilo, con bigotes y orejas. Tú llevabas un gesto que a mí, desde pequeño, me hería y me intranquilizaba, como un dolor muy camuflado, como una pena muy escondida (si miro atrás, te evoco casi siempre con los ojos colmados de cansancio, como entre desconsuelo y añoranza).

Era todo belleza lo que salía al paso, serenidad profunda entre el graznido de cuervos y de pegas: los bálagos de Gerble y el campo de la fiesta. Hierba pisada y retazos de pólvora. La carretera entre los eucaliptos, la quietud del Molín y de Los Abanales. Todo firmeza, desde ti al horizonte: el cementerio tímido, los montes de Paraxo, la espalda de El Ferrero, la cal reciente y limpia de las fachadas.

¿Era paz todo lo que viví en estos trayectos o simplemente, como ocurre a veces, al echarte de menos no siento como mío nada? Era verano. Salíamos de Viodo. Cedería cinco años por aquella mañana.

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