Entre las pocas convicciones que vamos alcanzando, cada vez toma más cuerpo la idea de que, por ejemplo, los ingenieros que diseñan autocares -que tantos años fueron como tumbas rodantes- no suelen viajar en ellos; y lo mismo cabe decir del perito que hace paradas de autobús. ¿Y qué intuir del ingeniero aeronáutico que dibuja planos de aviones? Seguramente viajará en ellos con frecuencia, pero la incomodidad de los aparatos sólo nos permite pensar que dicho ingeniero era bajito y paticorto. No obstante, esta destreza para diseñar alegremente cosas que no se padecen encuentra su mejor nicho, sin duda, en los elaboradores de planes estratégicos para ciudades incautas. El que se prepara para Gijón, por ejemplo, recomienda poner una tasa para circular por el centro de la ciudad. Esta medida se prevé para el año 2020 y sucesivos, pero los estrategas urbanos se olvidan de que para entonces los coches que circulen por Bajovilla -entre el Ayuntamiento y la Escalerona- necesitarán, además de pagar la tasa, que les pongan unos flotadores (tal es el crecimiento de nivel anunciado para los mares del planeta). De hecho, nos causa extrañeza que el plan estratégico no haya detectado "oportunidades" en la previsión de que el mar crezca y se coma la playa de San Lorenzo. Pues bien, dicho plan -que suele ser una cosa muy cara, y que se basa en aplicar las mismas plantillas a diferentes ciudades y añadir obviedades- nos pone en el nivel de urbes como Londres, Roma o Madrid, lo cual es una satisfacción, pero una deformación perfecta en cuanto al tráfico. Que conste que echaríamos los coches del centro urbano, pero peatonalizando más y garantizando los suministros del comercio y la hostelería. En cuanto a si esa tasa sería un "gravamen ambiental" -para disuadir-, resulta que la contaminación de Gijón está muy claramente definida al Oeste, pero nadie mueve nada.
